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La Esencia de la Diosa vive en el corazón de cada mujer y en el de algunos hombres sensibles que saben serlo sin perder por ello su masculinidad. Espero de todo corazón que te guste el contenido de esta página y te animo a participar en ella activamente publicando tus comentarios o utilizando el botón "g+1" para recomendar las entradas que te gusten.

martes, 28 de junio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 8: Lo sagrado del sexo


Había algo en él que nunca antes se había manifestado, algo muy parecido a la ternura. Su beso, aquel intercambio de alientos que me permitía adquirir una parte de su Esencia, fue aquel día el más dulce que jamás he conocido.
Algo inexplicable se abrió en mi interior. Como una flor que hubiera esperado durante siglos una gota de rocío, me abrí a sus caricias desesperadamente, deseando que aquel goce distinto no terminase jamás.
Fuimos llevados al límite de una experiencia mágica, con una finalidad preconcebida y la sensación vivida no fue, ni de lejos, acorde a lo previsto. Podía haber imaginado mil sensaciones distintas, un éxtasis más allá de lo humano, pero nada comparable a lo que estaba a punto de sucedernos.
Al principio fue así: solo un éxtasis, una borrachera, un acercamiento a otro plano. El sexo era tan solo el vehículo que hacía posible una Unidad perdida. Pero todo cambió en un solo segundo y toda aquella armonía, aquella suavidad, se transformó en una espiral de fuerza irresistible. Algo dentro de mí, en un lugar perdido de mi anatomía que aún ahora no sabría definir, reclamaba con todas sus fuerzas algo que ni yo misma sabía lo que era. En aquel mismo instante, le pedí al Dios de Dioses que acabara con aquel deseo agónico. Y ese Dios me escuchó: el ritmo de nuestros cuerpos cambió al momento y se convirtió en algo brutal, casi salvaje. Tal vez grité; no puedo recordarlo. Entonces sucedió esa explosión interna. No era un espasmo, o quizá sí: Puede que se mezclaran las dos cosas, o una era la consecuencia lógica de la otra.
Algo muy fino y frío, como un punzón de hielo, se clavó en mi cabeza y la sentí estallar. Luego, descendió por la columna y se quedó anclado en un lugar concreto, entre mi corazón y la cintura; allí se concentró en un punto incandescente que me perforaba y crecía en mi interior hasta explotar hacia adentro en un millón de luces.
No era un espasmo; no. El espasmo es más físico y viaja desde el corazón hasta la piel, es una sensación que explota y luego calla. Yo lo seguía sintiendo más allá del contacto, más allá de respirar su aliento.
Me quedé agarrotada; no sentía mi cuerpo.
Solo sé que, cuando me di la vuelta y me quedé tumbada boca arriba, “Algo” salió de mí. Fue lo más parecido a dar a luz, aunque esta vez, la Luz, fuera la verdadera. Es algo muy insólito puesto en la boca de quien nunca antes tuvo un hijo...
Es curioso como se puede ser actor y espectador al mismo tiempo. Podía verme a mí misma con una frialdad casi absoluta y juzgar al momento cuanto me estaba ocurriendo.
Una parte de mí estaba en la tierra y me decía que yo era sólo un vehículo, un instrumento. Otra parte de mí estaba con Senenmut, en un lugar distinto. Curiosamente, eran sólo nuestros Bau los que se Amaban; los cuerpos únicamente los seguían.
Sé que eso solo puedo entenderlo yo… y él, si acaso. De haber sido nuestro primer contacto, hubiera yo pensado que se trataba de un delirio de mi mente, Descontrolada por la energía del momento mágico.
Por fin, respiré profundamente y me relajé.
Sin embargo, al darme la vuelta, pude ver una silueta extraña
que se dibujaba al contraluz de las lámparas de aceite. De pié, junto al lecho, nos observaba con una expresión entre dulce y paciente. Yo me quedé alelada y no sé cuanto tiempo pasó, ni lo que hicimos. Solo sé que, en algún momento, Senenmut debió devolverme a la realidad.
Pero cuando él se durmió, le vi otra vez allí, contemplándonos en silencio. Percibí su energía y, aún sabiendo que se trataba de una Unidad perfecta, la sentí femenina y sonreí. Él/Ella sonrió a su vez y, al hacerlo, su ser entero creció mientras su luz aumentaba.
Hablamos mucho rato en un diálogo mudo: sin palabras, sin idiomas, sin barreras.
Me dijo que era el/la responsable de la sexualidad humana, y que son el Sexo y el Amor verdadero entre un “Par de Iguales”, la única llave que puede abrir la puerta para que un ser de otro mundo penetre en nuestro mundo de materia.
Intimidad de un Par que no pueden ser Uno más que en breves instantes, hasta que desencarnen —dijo.
Yo le sonreí sin entenderle.
Luego, aquel Ser nos sumió en un sueño profundo que duró pocas horas.
Soñé que estaba en un lugar distinto, vestida con ropas extrañas y a mi lado estaba un muchacho desconocido al que, sin embargo, conocía muy bien. Ambos corríamos como locos por un prado tachonado de flores pequeñísimas de mil colores distintos, huyendo de una voz que me llamaba a lo lejos. Él sujetaba mi mano, mientras tiraba de mí por una suave pendiente que acababa junto a la orilla de un tranquilo lago. Exhaustos, habíamos caído entre risas sobre una hierba mullida, distinta de cuantas he visto jamás. Por un momento, nuestros alientos se habían confundido y una oleada de placer, semejante a las que había sentido aquella noche, me sacudía.
En el sueño, me sorprendió comprobar que nuestras bocas se unían y disfrutábamos del placer de explorarlas, igual como cuando unimos las narices respirando cada uno el aliento del otro. Vi como mis labios respondían de igual forma al extraño beso y entonces me di cuenta: supe que aquel muchacho no era otro más que Senenmut y que, en la mirada de sus ojos negros, todo pupilas, se reflejaba la misma llama que ardía en los ojos oscuros de mi amante. Mi mano pequeña recorría su rostro, como intentando memorizar cada una de sus facciones. Entonces reparé en las diferencias: mi mano era distinta: tenía un dedo menos y mi piel era tan blanca que parecía azul; mi talla era menguada con respecto a la suya y, sobre la tersa superficie del agua se reflejaban los ocasos de dos soles de distinto tamaño que dibujaban órbitas desiguales por un cielo de extraño color.
Desperté insólitamente descansada: la tensión en la nuca y en la espalda, que en los últimos días no me abandonaba, había desaparecido. Me quedé contemplando el sueño plácido de Senenmut, mientras reflexionaba sobre mi extraño espejismo. Al poco él despertó como de un encantamiento, me miró intensamente y dijo con voz susurrante:
Pensarás que estoy loco, mi Reina… —aquel tratamiento en sus labios me hizo estremecer— pero he visto cosas… no de este mundo.
También yo las he visto.
Vi una luz azul que te rodeaba y era tan pura y tan brillante, que parecía blanca —dijo, sin reparar en mis palabras—. La luz salía de tu interior y tú te hiciste pequeña y graciosa. Hubiera querido mimarte como a una niña y adorarte como a una diosa.
Su mano me acariciaba suavemente y sus ojos estaban prendidos en los míos, como jamás pensé que fuera capaz de hacerlo. Había una devoción desconocida en su actitud.
Vi abrirse un espacio detrás de ti, como una puerta procedente de la Nada. A través de ella entró alguien, tal vez un dios, que vino a colocarse junto a nosotros. No sabría definir si era hombre o mujer, pero me pareció muy bello. Me sonrió y escuché sus palabras sin voz que me decían que la potencia oculta del acto sexual es la semilla de toda la creatividad. Me ordenó que cuidara de ti y que te defendiera con mi propia vida.
Había visto lo mismo que yo y a un mismo tiempo, pero ¿Cómo era posible que ese ser nos hablara a ambos a la vez, con palabras distintas? Ciertamente debía ser, si no un dios o una diosa, un mensajero.
Me dijo —continuó– que, como parte de tu educación, te fueron revelados los secretos del Heka y del Sexo Sagrado. Me ha explicado que estos Secretos están reservados únicamente a Faraones y sacerdotes como iniciados en los Misterios y herederos de una cultura superior, porque únicamente los descendientes de los dioses podéis manejar el poder de forma inteligente.
Senenmut se había interrumpido, como si temiera que estaba revelando algo que debía seguir oculto.
¿Qué más ha dicho?
Ha dicho que un día todo el poder del País de las Dos Tierras reposará en tus manos. Ese día tú podrás hacer aquello para lo que has sido enviada y yo… deberé estar a tu lado para protegerte.
¿Protegerme, de qué?
Por toda respuesta, el torció la cabeza.
Hoy creo que me ocultó una parte importante de aquella revelación, pero en aquel momento pensé que habíamos sido víctimas de los efectos de la mandrágora y de nuestro propio ardor.

Del Capítulo 20 de "La Hija de los Dioses"

domingo, 26 de junio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 7: Volver en cuerpo humano

Siento cercano el momento en que deba permanecer durante todo el lapso de una vida humana en este cuerpo que el dios Jnum ha modelado para mí en el vientre de Ahmes-ta-Sherit a partir de la divina semilla de Amón. Él ha dado forma a mi Ka en su torno de alfarero para que tenga por siempre vida, salud, alimentos, ideas justas, amor y alegría. La diosa Heket me ha infundido la vida y la misma Sheshat trazará los cartuchos que contendrán mi nombre.
Per-O, la Gran Casa real de Tâ-Ébet, bulle de actividad. El propio dios Dyehuti ha anunciado a los Uabu-Sun-Nu la inminencia de mi nacimiento y mi madre ha sido llevada con grandes honores a la cámara del parto.
Mi madre es la Primera Esposa de Aa-Jeper-Ka-Ra DyehutyMose, futuro sucesor del Faraón reinante en el país de Khem: Amen-hotep Primero.
En la fecha de mi nacimiento estaba ya cercano el final de reinado de Amen-hotep, que moriría sin descendencia y el matrimonio entre mis padres aseguraba la sucesión al trono.
Ahmes-ta-Sherit no es una Primera Esposa Real por simple elección, sino que fue desposada por mi padre por ser la descendiente directa de la rama más legítima de los gobernantes khem-taui. La sangre que corre ya por mis venas es la más noble y pura de todo el país de Khemet, la de la mismísima Ahmes-Nefertari, mi divina abuela.
Contemplo el momento de mi nacimiento como si no fuera partícipe del mismo. En la cámara del parto veo al mismo Amón, acompañado por nueve divinidades que intervienen para hacer más liviano mi nacimiento.
Apenas el que será mi cuerpo es separado del de mi madre, los sacerdotes se apresuran a presentarlo ante el Faraón. De pronto, mientras todos profieren ovaciones y expresiones de júbilo por mi nacimiento, siento una inexplicable atracción hacia ese cuerpo pequeño que he estado observando mientras crecía y se formaba durante más de siete meses humanos. No puedo decir que no sienta curiosidad por entrar en él; he estado muchas veces muy cerca de llegar a hacerlo, pero no era aún el momento adecuado. La atracción es cada vez más intensa, se vuelve tan fuerte que ya no puedo resistirme y caigo en su interior.
Miro a mi alrededor a través de sus oscuras ventanas y me siento extrañamente perdida e indefensa. Una angustia mortal me invade. Luego, silencio y olvido.
¿Por qué olvidar, si luego es tan difícil la remembranza?
Del capítulo 3 de "La Hija de los Dioses"

viernes, 24 de junio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 6: La partida

La nave que debía transportarnos a T3 estaba ya preparada, pero antes quedaba una última cosa por hacer. Apenas si tuve tiempo de cambiar mis ropas húmedas por unas mallas más adecuadas para el viaje y recoger un par de pertenencias personales, antes de embarcar.
Uno de mis Escorpiones subió a mi pequeña nave y ambas se elevaron simultáneamente sobre el suelo de Tâ, por última vez. Desde el aire contemplé, muy al sur, la interminable caravana de humanos que seguía avanzando; vi la isla de Ábu y también la que había sido mi hogar y el de Jerú durante sus dos maravillosos primeros años. Pero ya nada quedaba en ellas, ni tampoco en Uáset, que indicara que allí hubiera habido jamás una construcción que no fuera humana. Era obra de Tuti, sin duda; y me preguntaba de qué forma eliminaría ahora nuestra ciudad y todas las construcciones que sembraban las Tierras Altas, hasta la desembocadura del Hapi.
Volamos hacia el norte, donde mi nave fue ocultada junto con las demás; recogimos a su tripulante y luego vi desplomarse el suelo sobre el antiguo espacio-puerto, sepultándolo. Después continuamos hasta la costa: allí Djahuti desprendió una carga que se hundió lentamente en el agua, luego elevó la nave rápidamente y esperamos. A los pocos instantes un intenso temblor sacudió el suelo, los edificios se desplomaron y el mar se elevó en enormes olas que inundaron el Delta, adentrándose por el territorio hasta muy al sur, cubriendo completamente el país de Athkápitah y mucho más allá. 
Cuando las aguas se retiraron, Iunu había desaparecido bajo toneladas de arena y el espectáculo era dantesco: por todas partes habían cascotes, miles de árboles arrancados y el suelo estaba sembrado de restos de muebles y enseres de todas clases. El agua salada lo había destruido todo y lo que había sido un rico vergel estaba condenado a convertirse en poco tiempo en un desierto. Tan solo el Hapi continuaba imperturbable su camino, ajeno a lo que sucedía a su alrededor.
Sentí como algo mío se me escapaba de entre las manos cuando Djahuti accionó los mandos, rumbo a la Estación Orbital.
Un profundo sentimiento de fracaso embargaba mi Esencia.
Y cuando nuestra nave capitana se unió al convoy que nos aguardaba en T3 para iniciar nuestro regreso a Casa, no podía apartar mis ojos de la enorme pantalla que mostraba el exterior. Pasivamente observé cómo el propio Djahuti dirigía la gigantesca Estación Orbital hacia el lado oculto de uno de los satélites de Tâ, para estrellarla en su superficie. Se produjo una tremenda explosión, tras la cual una luz intensa nos deslumbró. No tuve tiempo de preocuparme por Tuti: una pequeña voladora le traía directamente hacia nosotros.
Con todos a bordo y las instrucciones de los Doce debidamente cumplidas, el convoy se puso al fin en marcha. Desde mi ventana al exterior, vi aquel maravilloso planeta azul por el que tanto había sufrido, en el que tanto había gozado... el lugar en el que descansaba mi esposo, empequeñecerse hasta desaparecer.
Dos lágrimas se deslizaron de mis ojos y dos manos tomaron las mías: las de mis dos hijos.
-       Volveré…
***
Miles de años después, en la Edad actual:
De lo que pasó después en Tâ y de cómo tuvimos que volver apresuradamente, tal vez me decida a hablar algún día, cuando los Tiempos sin Tiempo que preceden al Fin se hayan agotado y la Batalla Final de la Guerra de Eones sea ya inminente. 
Hoy me dicen que tu Esencia se ha sumido de nuevo en su Sueño y que Set se extingue también, herido mortalmente por tu indiferencia y la mía. La Profecía de los Antiguos se hace realidad. 
El dolor de mi Esencia es tan intenso que apenas si puedo mantener este cuerpo extraño en pie. El tuyo, tan amado, sigue encerrado en la roca donde lo dejé hace miles de años. No sé qué voy a hacer con él: es lo único que me queda de ti y me resisto a abandonarlo en este planeta maldito, condenado a contemplar su propia destrucción por la codicia de sus habitantes. 
Los días de mi permanencia aquí se están acabando; la Misión que nos trajo, si no se ha cumplido en su totalidad, ya no tiene ningún sentido. La misma Humanidad se autodestruye y ya no me quedan fuerzas para seguir intentando salvar a nuestros hijos de su propia decadencia. 
Esta prisión de carne y sangre en la que estoy atrapada, agoniza sin ti y sin dejarme escapar al sufrimiento.  
Esperando el milagro que no se produce, me he convertido en puerta que deja pasar el viento. Las cuentas de mi collar se han acabado como las flores del árbol del tiempo, que se consume a sí mismo. 
Si una mitad de mi propia Esencia ha muerto, ¿qué sentido tiene para la otra mitad seguir viviendo?  Si tú y yo, Nebtius y Set, somos en realidad partes de una Esencia Una escindida en cuatro… yo soy la superviviente. Y, conmigo, tal vez Nebtius en mi propio interior. Nosotras supimos enfrentar las dos Esencias femeninas y poner en equilibrio oscuridad y sombra, perdonando. 
¿Por qué me habéis abandonado aquí? 
Te necesito. Os necesito a los dos… Para seguir existiendo, para seguir luchando. Shkmt, la Poderosa, morirá con vosotros. 
***
Hasta aquí algunas de las revelaciones incluidas en mi libro "Yo Isis, la de los Mil Nombres". Incluirlas todas sería tanto como reproducir aquí la obra completa, lo cual es imposible.
A partir de ahora, los nuevos posts pertenecerán a partes de los libros siguientes, tanto de los que se han publicado como de los que, por desgracia, siguen inéditos.

domingo, 19 de junio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 5: Preparando el éxodo


Cuando los primeros rayos del rojizo sol de Tâ despuntaban en el horizonte fui al encuentro de mi familia. Todos se habían ya reunido, puntualmente, en el Salón de los Encuentros. Concisa y tajante, expliqué la situación a todos en el menor número de palabras posible. No había objeciones que hacer, ni más actuaciones que cumplir el Decreto de los Doce.
A pesar de que, como Tuti había supuesto, había una gran tirantez entre mi hijo y mi hermano, mis palabras directas, la gravedad de la situación y la dura sentencia del Tribunal dejaron sin habla a todos y la reunión se disolvió sin más incidentes. Parecía como si aquel trance inesperado hubiera apaciguado los ánimos exaltados y todos a una nos dedicamos a la tarea de abandonar el planeta en las condiciones impuestas.
Set se encargó de convocar a los Hermanos de las distintas regiones para informarles de que debían desplazarse a T3 provisionalmente, a la espera de nuevas instrucciones.
Jerú se desplazó hacia el sur, para supervisar el último envío de mineral a Tristya y el posterior hundimiento de las minas.
Ainpu ayudaba a los Colonos a destruir sus pertenencias y a reunirse ordenadamente para ser trasladados a la Estación Orbital donde Ma’at les esperaba encabezando un equipo que se encargaba de asignarles alojamientos improvisados en los que aguardar dignamente el momento su partida con un destino todavía desconocido para ellos.
La tarea de Djahuti era mucho más compleja: aglutinó todas las naves de transporte personal, transportadoras y los pequeños nars de combate que no necesitábamos en los hangares subterráneos de los dos espacio-puertos, con la idea de provocar su posterior hundimiento. Selló las estancias paralelas de la pirámide U-305 y las cerró con piedras de gran tamaño de tal manera que fuera imposible deducir la existencia de otras estancias para quien no conociera su existencia. Allí permanece aún el regenerador en el que Úsier fue asesinado, aunque no el arca, que había pasado a manos humanas y no representaba un gran peligro. A indicación mía, Tuti había dejado allí escondidos los secretos de nuestra civilización y del nacimiento de la raza humana, así como pistas que habrían de servirnos para realizar nuestra labor cuando llegase el momento. Gracias a la labor de registrarlos en archivos cristalinos para la posteridad, mereció de los humanos el título de “escriba de los dioses”. También desfiguró el rostro no humano de la leona yaciente de tal forma que no pudiera ser reconocido; mucho más tarde los humanos tallarían sobre él otra efigie muy diferente.
Mientras tanto, yo organicé una improvisada fiesta en Uáset: convoqué una peregrinación hacia el sur, tan lejos de nuestras ciudades como me fue posible, a la que debían acudir, obligatoriamente, todos nuestros súbditos y “siervos”. De todos los puntos de Athkápitah los humanos empezaron a moverse, obedientes, remontando el curso del Hapi.
Entonces me dirigí a la montaña. Por última vez, introduje mi pequeña nave por la abertura superior, al resguardo de miradas indiscretas, tras las abruptas agujas de piedra que tanto se asemejan a los azules montes de Tristya. Había dos entradas más que conducían ambas al mismo recinto central donde se encuentra el salino lago interior en el que había depositado la cápsula. Una de ellas daba acceso por la cara nordeste, un oscuro hueco casi vertical que se hundía en las profundidades hasta llegar a una especie de playa junto al agua y que no me pareció peligroso por la dificultad que entrañaba su exploración. La otra entrada estaba en el lado sur de la montaña: una larga cueva, apenas con desniveles, que venía a finalizar justo donde había colocado el cuerpo de mi esposo.
A la luz de los focos de la nave, me pareció más hermoso que nunca.
-  Mérit…
Las palabras murieron en mi garganta, atrapadas por el nudo de la emoción contenida. Sabía que, dondequiera que su Esencia estuviera, dormida o despierta, mi mensaje mudo llegaría hasta ella. ¡Oh, cuánto le amaba!
Tras unos instantes de silencio reverente, trasladé su regenerador al interior de la cueva, aún más profundamente. Después, provoqué un desprendimiento en la boca interior de la cueva, para que no pudiera ser encontrado.
Sabedora de que no quedaba ya más tiempo, me despedí de él.
Tumbada sobre su cuerpo tibio, uní mis labios a los suyos en un último beso, apasionado y profundo. Después, tomé los mandos de mi nave, sin volver la vista atrás.
-       Perdóname, esposo…
Una vez en el exterior, con los ojos anegados por el llanto y cegados por la claridad del sol, busqué la forma de cerrar la entrada.
Cualquiera de las enormes rocas podía servir para ello, pero no disponía de la tecnología suficiente para moverlas a causa de la elevada gravedad del planeta. Entonces recordé aquello que tanto me había llamado la atención durante la construcción de la pirámide diseñada por el abuelo Pi-Tah: la forma en que los obreros moldeaban las piedras y cómo Djahuti era capaz de mover grandes pesos utilizando la Fuerza. Él mismo me había enseñado cómo utilizarla en la batalla… y las rocas de la montaña eran también un conglomerado de pequeñas piedras y sedimentos rocosos que los movimientos geológicos de las primeras etapas del planeta habían empujado hacia la superficie. Algo que, de alguna forma, guardaba un extraño parecido con la constitución de los bloques perfectos del templo U-305.

Abandoné la nave en una pequeña meseta y busqué una roca que reuniera los requisitos precisos. La encontré no lejos de allí: Tenía una forma alargada, con una protuberancia en uno de sus extremos: ideal para lo que pretendía. Concentré mi fuerza en ella, pero la pesada piedra no se movió.
No tenía nada que perder, mucho que ganar y el tiempo apremiaba, así que volví la vista atrás para recordar aquel momento en mi nave, cuando Tuti había dirigido mi experiencia.
Recordando sus palabras exactas, alineé mi Esencia con la armonía de las Esferas y relajé mi cuerpo hasta sentirlas con claridad en mi interior. Dejé que la poderosa Fuerza recorriera de nuevo mi espina dorsal, con suavidad, como un canal que me atravesara. Mi Esencia, entonces, salió de mi cuerpo por ese conducto; me vi crecer y expandirme, desparramándome por todo el Universo, fusionándome íntimamente con él. Cuando escuché el inconfundible sonido de las Esferas lo armonicé, como ya antes había hecho, con la música de mi propio ser. Inspiré profundamente para absorber la Vida, hasta que toda mi Esencia se llenó de ella. Solo entonces canalicé la Fuerza redirigiéndola hacia la roca para impulsarla hasta el hueco de la entrada: Como movida por un soplo mágico, la piedra se desplazó suavemente y encajó a la perfección en él, como si siempre hubiera estado en aquel mismo lugar.
Pero había algo más que deseaba hacer allí. Quería poner una marca, algo lo suficientemente grande y evidente como para ser reconocido por mí cuando volviera recubierta por cuerpos humanos y con la Memoria enturbiada  por una personalidad tras otra. Por eso había elegido precisamente aquella roca y no otra: por su forma especial. En un primer momento, había pensado en las técnicas que utilizaban los obreros de Djahuti para dar forma a la piedra, pero ahora mi intuición me decía que con la Fuerza me bastaba. Apliqué mis manos suavemente sobre ella, casi en una caricia, y dejé que la maravillosa energía brotara de mis dedos: sin apenas esfuerzo, los contornos se volvieron suaves y maleables y en pocos instantes la imagen que tenía en mi Mente tomó forma en la roca: la Poderosa, cuerpo de leona y cabeza de Mujer, tumbada en el punto más alto de la montaña, montaría guardia hasta mi regreso sobre el cuerpo sin vida de mi amado. Finalmente, di vida a la escultura para que le protegiera y coloqué mi Sello inviolable sobre el macizo rocoso y todas sus entradas.
El sol cayó suavemente tras una loma vecina y el monte de Úsier-Ra se tiñó de un rosa intenso.
Elevé mi nave lentamente y lancé una última mirada desde el aire: lo había hecho muy bien; estaba tristemente satisfecha.

Del capítulo 88 de "Yo Isis, la de los Mil Nombres"

miércoles, 15 de junio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 4: Per-Aset

En el último momento, el abuelo había dado instrucciones a Djahuti para la construcción de la pirámide que había diseñado para mí y entre ambos habían acordado que el mejor lugar para construirla era una meseta rocosa que albergaba aguas saladas a poca profundidad, cercana a la que había sido nuestra primera residencia en Tâ: Per-Ra. 
El esposo de mi hija puso manos a la obra inmediatamente. Corría el segundo mes de la inundación, hacía calor y la familia entera trasladamos nuestra capital a las Tierras Bajas, cerca de la antigua Iunu de Set y Nebtius.
Mi hermano se había refugiado en su desolada península y permanecía escondido en las galerías subterráneas del espacio-puerto.
Las obras del templo piramidal progresaban muy rápidamente. Me gustaba acercarme para ver como las hiladas de mezcla de piedra caliza y cristalina progresaban. Observaba cómo los humanos habían llegado a especializarse y cómo fabricaban los enormes bloques con una precisión absoluta, bajo la atenta mirada de Djahuti. A veces paseaba entre palmeras hasta el río Hapi, que discurría cerca de allí. El delta se encontraba cercano y la brisa refrescaba agradablemente el ambiente. 
Un día, las obras de construcción finalizaron y los obreros empezaron el revestimiento exterior. Mientras unos colocaban la argamasa caliza, otros la pulían hasta dejarla perfectamente lisa y un tercer grupo adhería láminas doradas a las partes ya secas. 
Tuti me había acompañado al interior: 
Sobre la puerta de entrada, rematada por dos juegos de dos enormes piedras colocadas en forma de V invertida que permitían soportar sin derrumbarse el peso de las hiladas superiores, Djahuti había mandado esculpir el símbolo del UNO y a continuación 305. La entrada se cerraba con una quinta piedra, que giraba sobre si misma. Al penetrar en su interior sentí inmediatamente la fuerza de la energía psíquica que recogía del espacio y aquello me gustó. 
La entrada daba acceso a varias dependencias inferiores, destinadas al servicio de los Hierofantes que se encargarían de conservar las instalaciones y la cámara donde la cápsula en la que Úsier había muerto sería expuesta a la veneración humana. 
Dos túneles ascendentes paralelos, iluminados discretamente, llevaban hasta dos cámaras gemelas, tras unos cortos pasadizos horizontales que se internaban en las grandes galerías ascendentes diseñadas por el abuelo. En una de ellas había una falsa puerta en la pared este: en ella estaba encajada la Piedra del Destino, que emitía hacia el Cosmos una especie de latido de luz rosada, como un corazón gigantesco, cuya pulsión sólo era apreciable a los ojos en la más completa oscuridad. En la otra había de instalarse un hológrafo -me explicaba Tuti- que contendría los registros de nuestra Raza y de la Nueva Raza Humana. Algo en lo que el Gran Místico, en colaboración con Totmé y los 32 Hierofantes, habían estado trabajando desde hacía algún tiempo, en Tristya. 
Las dos galerías tenían la forma exacta de una gran puerta, con siete niveles de piedras superpuestas que le daban ese aspecto profundo e impresionante. En contraste con la discreta luz que ambientaba cámaras y pasadizos mediante un revestimiento fluorescente, las galerías resplandecían con tonos irisados, en todo el amplio espectro luminoso. El efecto era realmente bello y se conseguía por la emisión de haces de luz de 108 cristales radiantes de diferentes tonalidades y vibraciones distintas,  traídos especialmente desde Tristya. Los cristales habían sido situados de forma equivalente a lo largo de las dos galerías, junto a las rampas elevadoras que permitían alcanzar el nivel superior sin esfuerzo alguno. El abuelo había tenido en cuenta, con este detalle, la escasa estatura de los humanos. 
Las dos cámaras superiores estaban protegidas con un sistema de puertas descendentes, también de piedra, que permitían ser selladas herméticamente en determinadas ocasiones. En una de ellas se alojaría el arca, tallada en una única pieza y protegida por un recubrimiento de piedra cristalina roja traída especialmente desde una cantera cercana a la isla de Ábu; en la otra, un arcón de dimensiones algo menores, también de piedra roja cristalina cuyas resonancias especiales amplificaban el sonido y la vibración, estaba destinado al servicio de los sacerdotes y servía, entre otras cosa, para alojar una segunda piedra pulsante, que emitía su latido hacia el espacio exterior, nuevamente amplificado por cinco pequeñas cámaras situadas por encima de ella, que a la vez permitían aliviar el techo de la Cámara Principal del tremendo peso de los bloques de piedra. 
Las radiaciones enviadas al espacio desde allí permitirían a nuestros sabios estudiar el comportamiento humano y del planeta, desde la distancia y a lo largo de las Edades. 
Una tercera piedra radiante había de colocarse en el vértice exterior de la pirámide permitiendo que la radiación y recepción de pulsiones hacia y desde el espacio exterior fuera posible. 
Tanto las piedras radiantes como el revestimiento interior fluorescente habían sido traídas especialmente desde Tristya y eran un regalo del abuelo. 
Los humanos hundían la cabeza en el suelo a nuestro paso, algo a lo que no conseguía acostumbrarme. 
Me habían dado un nuevo nombre, “La Señora de la Pirámide”. 

Del Capítulo 82 de "Yo, Isis"

lunes, 6 de junio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 3: La tumba de un dios



Y así fue como mi guardia personal quedó al cuidado de una nave, cerrada y sellada, que contenía lo único y más precioso que me quedaba de Úsier: su propio cuerpo.
No podía abandonarle allí, en aquel hangar solitario, pero tampoco podía exponerme a que mi tesoro fuera descubierto. Necesitaba encontrar un lugar donde esconderle, para que aquel cuerpo adorado permaneciera eternamente vivo, eternamente joven, eternamente incorruptible. Un lugar que solamente yo conocería y al que podría acudir en soledad para velarle, para intentar conectar con su Esencia perdida.
No era fácil encontrar un lugar semejante: la energía de un regenerador celular, además de ser altamente perjudicial para los humanos, podía ser fácilmente detectada por los instrumentos de alta precisión, tanto de las naves enemigas como de nuestras propias naves. Se hacía preciso, por tanto, encontrar un refugio adecuado donde la energía azul pudiera ser aislada, sin ser detectada.
Durante lunas enteras recorrí los cielos de Tâ buscando un sitio adecuado.
Por fin, mi búsqueda me llevó hasta un paraje que me resultaba extrañamente familiar, aquel lugar que el propio Úsier me había descrito: una península en forma de piel de toro, en donde dos mares se unían. El dolor que iba unido a aquel recuerdo me traspasaba el Corazón y atenazaba mi garganta: hasta allí  había llegado mi esposo y de allí había traído a nuestra casa a tres niños humanos, tres niños a los que yo misma había educado como si de hijos míos se trataran. Tres niños que, al hacerse hombres y reyes de aquel lugar, iban a pagar su educación con la traición más infame.
Sin embargo, muy al nordeste de aquel lugar encontré algo que me pareció totalmente adecuado: era una formación rocosa de curiosas formas, que posiblemente emergió del mar durante el hundimiento de Ahaménpitah.
Estaba compuesta por una extraordinaria amalgama de arcilla que hacía de unión de materiales tan diversos como el cuarzo, arenisca rica en salitre y piedra silícea. Pero lo más extraordinario de aquella montaña era su interior: parecía excavada interiormente, como una gigantesca pirámide natural, dentro de la cual un lago de aguas saladas era el escondite natural perfecto que evitaría que la cápsula de regeneración de mi esposo pudiera ser descubierta. Al interior de la montaña se abrían varios accesos naturales, cuevas que yo sellaría adecuadamente en su momento.
Exploré cuidadosamente los alrededores de aquel lugar y no descubrí rastros de habitante alguno en las cercanías. Paradójicamente, cerca del país de los más encarnizados asesinos de mi esposo había encontrado el refugio perfecto para su cuerpo. Tan sólo tenía que hacer unas pequeñas modificaciones y aquel macizo montañoso se convertiría en el mausoleo natural que albergaría el cuerpo de mi amado para siempre.
Del capítulo 68 de "Yo Isis, la de los Mil Nombres"

sábado, 4 de junio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 2: El eslabón perdido

Cediendo a mi petición, Shu me condujo hasta E-Djn en una de aquellas pequeñas y extrañas naves que se arrastraban. El lugar estaba casi en el otro extremo del planeta, dentro de la misma franja cálida. 
Había sido la casa del abuelo Pi-Tah y fue construida cuando todavía el planeta era un inmenso lodazal con zonas cubiertas enteramente por el agua. El abuelo había aprovechado las mismas obras de ingeniería hidráulica que estaba realizando para levantar una bien acondicionada mansión junto al mar, en una zona pantanosa cerca del lugar proyectado para la extracción del oro. La construcción estaba rodeada de afluentes naturales de agua, con abundantes estanques y jardines, como a él le gustaba. Había instalado allí su propio laboratorio, amplio y cómodo, que gozaba de una climatización idónea para trabajar.  
El lugar estaba lo bastante alejado de la zona habitada como para garantizar mi privacidad, exactamente como yo había pedido. Shu había hecho algunas pequeñas modificaciones para convertirlo en mi lugar de trabajo, añadiendo algunos edificios anexos para la guardia mesniu y el servicio. También había dispuesto que el avituallamiento fuera traído tres veces al día desde Sártax. 
Observé que alrededor de la casa había un amplio espacio abierto y que el terreno era muy fértil, ideal para lo que yo pretendía.
Me sentí mucho mejor en cuanto penetré en el interior. Ya no sentía sobre mí aquella pesadez molesta, así que supuse que el abuelo tenía instalado un campo gravitacional artificial. Había magníficas estancias, con su inevitable estanque interior. Habían sido mantenidas así para ofrecer un descanso ocasional, o incluso para pasar la noche en caso de necesidad. Pero yo vi en ellas una magnífica oportunidad de liberarme de mis hermanos al menos temporalmente.
Quiero que trasladen aquí todas mis cosas. Me instalaré en esta cámara, junto al laboratorio. Mis doncellas pueden ocupar las estancias que se encuentran al otro extremo de la casa. No deseo otro servicio, de manera que haz desalojar edificio contiguo para alojar a mis asistentes y da órdenes de que se construya un pasadizo que conecte sus estancias con el laboratorio, sin necesidad de salir al exterior.
- Haré que te traigan todo lo que pides, en cuanto amanezca.
¡Ahora, Shu!. No voy moverme de aquí. También quiero que trasladen de inmediato todo el equipo y el material que vino conmigo. 
El estupor se había dibujado en su rostro, pero no replicó. 
Mis asistentes y los componentes del equipo científico que había viajado conmigo a Tâ no tardaron demasiado en llegar, acompañados por varios mesniu que trasportaban sus pertenencias y todo mi equipaje personal. 
Mientras mis doncellas se apresuraban en disponerlo todo, yo me sumergí en el cálido estanque. Incluso el agua me pareció más densa, pero ofrecía una agradable sensación de flotabilidad. A través del amplio ventanal cerrado vi una luz muy tenue teñir de rojo el horizonte. En apenas instantes, un disco rojo empezó a aparecer y se elevó rápidamente. La oscuridad había terminado; los días de Tâ eran cortos y las noches excesivamente largas y negras. 
Enseguida llegaron emisarios desde la casa de Shu con manjares de todo tipo. Traían curiosas frutas que yo nunca había visto, muy ricas en agua. Me agradó especialmente una de hermoso color amarillo y sabor muy ácido, una variedad de cítrico que se había adaptado al medio variando de color y de sabor. 
El material técnico que habíamos traído de Tristya no había llegado todavía, así que, mientras esperaba, me tumbé sobre el agradable lecho que habían preparado para mí y me quedé profundamente dormida.
Princesa, debes despertar –la voz de 3Sw (Aso) me había sobresaltado. Aso era mi asistente de laboratorio y mi amiga; una magnífica científica que había venido conmigo para ayudarme en mi trabajo. 
No era consciente cuanto tiempo había pasado durmiendo. Aquel extraño de tiempo de Tâ, al que tanto me iba a costar acostumbrarme.
Tu regenerador celular está preparado, debes entrar en él de inmediato. 
Efectivamente, lo habían instalado junto al lecho. El cansancio a mi llegada era tan intenso, que ni siquiera les había oído. Al levantarme, vi mi imagen en el espejo y pude comprobar los signos del agotamiento y del rápido deterioro. Me metí en el regenerador sin protestar. El proceso era rápido y, cuando salí, comprobé con satisfacción que me sentía mucho mejor y más ágil. 
Entonces solicité la presencia de Shu, que no tardó en aparecer. 
- Quiero inspeccionar el planeta y quiero que me traigan a E-Djn un ejemplar de cada especie animal y vegetal. Deseo verificar cada una de las mutaciones genéticas que se han producido en ellos. 
- Serás complacida, Señora.
- También quiero que ordenes convertir el espacio trasero que existe junto al laboratorio en un jardín cerrado y protegido que contenga toda clase de plantas y frutos comestibles. Deberá estar perfectamente climatizado y tener paneles practicables e invisibles no sólo a su alrededor, sino también en la cubierta; quiero que me permitan observar sin ser vista todos y cada uno de los rincones del jardín, pero es muy importante que desde el interior no parezca un espacio limitado, sino abierto e integrado en el resto del paisaje.
- Haré que arquitectos y técnicos se pongan a trabajar de inmediato.
- Quiero supervisar su trabajo personalmente. 
Aunque los movimientos de rotación de Tâ que llamamos días, eran de una duración semejante a los nuestros, no sucedía lo mismo con nuestros sars y el movimiento de traslación de Tâ alrededor de su estrella (año), que era excesivamente rápido. A pesar de que me acostumbré mucho más pronto de lo que en un principio esperaba, el tiempo se me hacía interminable. 
En Tristya había pasado apenas una estación desde que salimos, mientras que, en ese mismo tiempo, Tâ debía haber girado ya más de cien veces alrededor de su sol. El ciclo alrededor de nuestra estrella central está dividido en tres partes, que llamamos estaciones. 
A pesar de hablar con ellos con mucha frecuencia, mi espíritu añoraba a mi esposo, a mi padre y, por encima de todo, a mi niñita. Algunas veces, durante las largas noches, Úsier y yo nos reuníamos en Esencia. En aquellas especiales ocasiones yo abandonaba todo mi trabajo y me fundía con él en el espacio, hasta perder la noción del tiempo. Ese era mi único consuelo. 
Mientras los trabajos de construcción de mi jardín avanzaban, yo me había dedicado a estudiar la flora y la fauna del planeta. Ocasionalmente Set iba conmigo, pero siempre con la compañía de varios mesniu, de Shu e incluso a veces de Nebtius. 
La variedad de simio mutante de la que Padre me había hablado ofrecía, realmente, grandes posibilidades. Con unas pequeñas modificaciones en su código de vida, serían idóneos para el trabajo. Tenía ya una idea clara de lo que quería hacer. 
Los arquitectos habían diseñado para mí un espacio ideal, rodeado por un campo magnético invisible que, a la vez que lo aislaba, lo protegía del exterior manteniéndolo cerrado. Un ingenioso sistema permitía abrir pasadizos secretos ocasionales a través del jardín, por los que podía desplazarme hasta el lugar deseado sin ser percibida por sus ocupantes. 
Cuando por fin estuvo terminado, hice trasladar a él a varios especímenes que había seleccionado cuidadosamente durante mis inspecciones. Separamos a los machos de las hembras y, tras una nueva selección, elegí a catorce de ellas. 
Sumí a cinco de los machos que me parecieron más adecuados para mis propósitos en un sueño profundo y extraje muestras del código de vida de su sangre, de su médula ósea y de su semilla. Luego fueron dejados en libertad junto con el resto de ejemplares rechazados. 
Mantuve a las catorce hembras y las coloqué en el jardín. Ellas, tras un par de días de desconcierto, se aclimataron bien a su nuevo hábitat. Mientras tanto, yo modifiqué los códigos de vida de las muestras tomadas a los machos a partir nuestro propio Código Vital, procedente de semillas donadas a la Casa de la Vida, que habíamos tomado antes de partir de Tristya. 
Luego las hembras fueron inseminadas; siete de ellas con un código de varón y siete con un código de hembra, para que los nuevos ejemplares pudieran luego reproducirse entre sí. Tras un cortísimo tiempo de doce meses terrestres llegó la hora del parto, durante el cual fueron asistidas y controladas. Los bebés fueron inspeccionados y todos parecían sanos y adecuados para el trabajo. 
Crecieron muy rápidamente hasta alcanzar la edad adulta en pocos giros de Tâ. El momento de regresar se aproximaba y yo me sentía feliz. Pero mi alegría duró muy poco: los nuevos ejemplares eran incapaces de reproducirse por sí mismos. Había creado un híbrido estéril. 
Tenía que empezar de nuevo y replantearme todo el proceso, me dije con desaliento. De nuevo vi alejarse de mí los resplandecientes muros de Tristya. 
No podía ceder ante la tristeza, así que me puse a trabajar noche y día para encontrar una solución. Set y Nebtius estaban decepcionados por aquel primer fracaso y me aconsejaron que hiciera una inseminación directa en las hembras con nuestras propias semillas, en vez de modificar los códigos de las muestras tomadas a sus machos. Este sistema garantizaba el éxito del experimento, pero yo sabía que contravenía la Ley Intergaláctica en algunos puntos y que no iba a agradar al Consejo. Pero el tiempo apremiaba, todos necesitábamos el oro y yo necesitaba volver… 
Hablé con Úsier y también él me aconsejó que lo hiciera. 
No lo dudé más.
 Esta vez no quise arriesgarme, pues mis prisas del principio por regresar a casa no habían hecho más que retrasar todo el proceso. 
Por eso, elegí únicamente al mejor de los machos y a la mejor de las hembras. Les dormí y tomé sus semillas respectivas. Después utilicé la mejor de las semillas macho para fecundar uno de mis propios óvulos y lo dejé desarrollarse en condiciones de laboratorio: Sólo quedaba esperar para ver el resultado. 
Nació un varoncito, al que sometí a exhaustivas pruebas para tomar muestras e inspeccionar su desarrollo. Estaba sano y era fértil. 
Había adquirido la mayoría de nuestros propios rasgos: su piel era fina y sin exceso de pelaje excepto en la cabeza, que estaba recubierta de abundante pelo negro y áspero; tenía, eso sí,  una especie de vello corporal que al llegar a la pubertad le cubriría gran parte del cuerpo. Sus manos habían conservado los cinco dedos originales de la especie original que, si bien carecían de la movilidad y la flexibilidad de los nuestros, el pequeño pulgar prensil suplía el defecto. 
Su sangre era roja a causa de la gran cantidad de hierro que contenía; un material por cierto muy abundante en Tâ. Eso daba al bebé una extraña pigmentación sonrosada que le hacía muy vulnerable a los rayos solares, pero comprobé que, cuando le exponía a ellos, se producía en su organismo una reacción de defensa: su piel se congestionaba y enrojecía al poco tiempo, pero después daba paso a un cambio de color, más oscuro, que a su vez le protegía de una nueva radiación. En cuanto a su capacidad mental, podía darme por satisfecha: era adaptable, asimilaba los conocimientos con cierta facilidad y era capaz de razonar, de expresarse y de responder correctamente a los estímulos externos. Estaba contenta del resultado. 
Tal como había supuesto, el Consejo no aprobó el experimento: la Federación rechazaría la creación de una nueva raza inteligente no evolucionada por sí misma y por lo tanto teníamos que restringir su código de vida. 
De acuerdo con aquello, dormí al nuevo espécimen y limité su espiral genética a sólo dos hélices. Eso contentaría a todos: los nuevos seres nacidos a partir de él serían limitados, para no infringir la Ley. Su capacidad mental y cerebral se vería restringida en más del noventa por ciento de su potencial real. Eso no importaba demasiado, ya que sólo precisábamos obreros. 
Pero un solo individuo no era suficiente: había que crear una nueva raza, así que aproveché la ocasión para tomar también su semilla, con el fin de prevenir posibles fracasos futuros. 
Quería asegurar una descendencia sana y fértil, así que esta vez fui un poco más allá: elegí el mejor óvulo de la hembra que había seleccionado y tomé la mejor de nuestras semillas: la de mi propio esposo. Antes de fecundarlo, limité los espirales de vida de la semilla de Úsier y luego implanté el óvulo fecundado en la propia madre: había que contemplar las posibles complicaciones de un embarazo y de un parto naturales. 
El parto se presentó antes de tiempo, en apenas nueve meses de Tâ. Nuestra talla es muy superior y la madre, a pesar de ser la mejor de su especie, no consiguió llevar a término el embarazo a causa del considerable tamaño del feto. La consecuencia de ello fue que el bebé nacido (una hembrita) no pudo ver hasta pasados unos días, no podía alimentarse por sí misma, no se expresaba, ni se sostenía sobre sus extremidades. Su cabeza era muy grande en comparación al cuerpo. Esto produjo un parto difícil y doloroso, que lo habría sido aún más de no ser porque los huesos del cráneo del bebé no estaban aún completamente soldados y porque la madre fue tratada para no sentir dolor. 
Fuera del útero materno, el proceso de desarrollo es más lento, así que la pequeña bebé tardó bastantes meses terrestres en empezar a andar y en poder expresarse correctamente. Para nosotros, este proceso apenas si es tiempo; pero a mí, en aquellas circunstancias, se me hacía eterno. Así que, para acelerar el proceso y garantizar la variedad de genes en la nueva especie, inseminé un nuevo óvulo kwnnita elegido entre los que traje de Tristya con una buena semilla simia, para conseguir una nueva hembra que, de nuevo, hice desarrollar en una gestadora y mantuve apartada de los otros dos ejemplares, hasta que alcanzó un desarrollo razonable. 
Éstos habían sido integrados en el jardín, tras borrar de sus mentes el tiempo que estuvieron bajo vigilancia en el laboratorio. El varón, mientras tanto, había llegado ya a su edad fértil y la primera hembra estaba a punto de alcanzarla. 
Las hembras de la nueva raza tenían la piel más fina y carecían de vello. Eran más parecidas a nosotros, aunque su materia vital era muchísimo más densa, su piel sonrosada y su pelo negro. 
Entre Aso y yo enseñamos a nuestros “hijos” a hablar nuestra lengua, pero observamos que habían algunos sonidos que no eran capaces de reproducir y que otros, como los aspirados o los palatales, les llevaba más tiempo aprenderlos. En cambio, eran más fáciles para ellos sonidos más labiales como P o M. Por causa de este defecto, también nuestro idioma sufrió mutaciones en Tâ. 
Les enseñamos primero nuestros nombres. 
Eisset era demasiado difícil para quienes estaban empezando a aprender a hablar, de manera que les propuse que me llamasen Hati, pero tampoco fueron capaces de pronunciarlo. 
- Tal vez Tati… como dice mi amorcito.  –pensé. Lo intentamos, pero el primer sonido que eran capaces de emitir era M. 
Así fue como me convertí en Mammi. Un nuevo nombre de una nueva raza, que más tarde me llamaría de mil formas distintas. 
El momento de comprobar los frutos de mi trabajo se aproximaba, cuando introduje en el entorno de la pareja a la segunda hembra. Al poco tiempo se produjo un enfrentamiento entre las dos, peleando por la supremacía y por el macho. Tuvimos que separarlas y, al hacerlo, comprobé que la primera había sido ya fertilizada, así que la aislamos para observar el curso de aquel embarazo, procurando no interferir demasiado. Se volvió taciturna y reservada, a ratos agresiva. En más de una ocasión se lesionó a sí misma, hasta tal punto que llegamos a temer por su vida y la consideramos no apta para unirse de nuevo al grupo. 
La pareja que seguía en el jardín hacía avances considerables: habían aprendido a comunicarse conmigo, eran capaces de alimentarse por si mismos y realizaban satisfactoriamente los pequeños trabajos de prueba que les encomendaba. Habían tenido un hijo varón, así que di a la hembra el hijo de la que había sido aislada; temía que el bebé fuera agredido también. Tenía mis reservas al hacerlo, pero comprobé con satisfacción que el niño fue muy bien aceptado: hasta parecía que la nueva madre adoptiva se alegraba de poder amamantar a los dos. Al poco tiempo, la hembra dio a luz nuevamente: un varón y una hembrita, por este orden. 
La descendencia, con dos hembras y cuatro varones procedentes de semillas distintas, estaba suficientemente asegurada. 
Entonces hice una nueva prueba: les trasladé a todos fuera del entorno idílico del jardín, en un espacio igualmente acotado por un campo magnético, para que se aclimataran a los rigores del planeta y aprendieran a protegerse. Hice que, poco a poco, fueran introducidas en su espacio distintas especies de animales salvajes y, cuando comprobé que todos ellos se adaptaban al medio, seguían reproduciéndose por sí solos y sabían defenderse, consideré que mi trabajo en Tâ había terminado. 
La nueva raza estaba preparada para ser integrada al planeta en libertad y para ser usada en la extracción del oro. El laboratorio y el jardín fueron sellados, precintados y un guardia mesniu los custodiaría permanentemente, a partir de aquel momento. 
¡Por fin podía regresar a Casa!
De "Yo Isis, la de los Mil Nombres", Capítulo 34

DESVELANDO EL MISTERIO 1: Lo que escribí aquel día

Te amo.
A pesar de los siglos, a pesar de la distancia, incluso a pesar de ti mismo, yo te sigo amando. No consigo escapar a la mirada de tus ojos sorprendidos, a tu sonrisa de niño. Y el tiempo sigue, inexorablemente, su marcha hacia el final… ¡sin ti!

Anochece. Sentada frente a la ventana veo caer la lluvia de esta tarde de verano y el juego de luz y sombras va invadiéndolo todo muy lentamente, sin prisas. Momentos intermedios como éste resucitan recuerdos largamente olvidados, añoranzas de un ayer y desesperanza del mañana. No puedo desistir, y sin embargo…
La lluvia que arrecia parece acompañar el dolor de mi alma. El pájaro que fui ha dejado de cantar y la Rosa se marchita día a día.  
Contemplo mi imagen reflejada en el cristal y se me antoja extraña. ¿Quién es esa mujer dentro de la que vivo? Los años de la tierra han pasado por ella; ha envejecido tanto, ha vivido y ha sufrido tanto… y aún sigue siendo una extraña para mí. No me reconozco en ella: es tan solo un cuerpo prestado, un vehículo que me aprisiona y me limita. Una mente terrenal prestada que sofoca mi Mente. Una cárcel.
Las gotas de agua sobre el cristal producen en mí un efecto hipnótico. Las últimas luces les confieren un extraño aspecto, como millones de estrellas en un cielo azul.
Azul, azul…. No sé cómo, me he visto atravesando esa inmensidad, oscura y brillante al mismo tiempo.  Estrellas, planetas, miles de mundos ignorados por el hombre pasan por mi mente a una velocidad de vértigo, como si estuviera sumergiéndome en una especie de embudo fantástico, interestelar.
Y empiezo a recordar…. (Prólogo de "YO ISIS, la de los Mil Nombres")

Pero continué escribiendo, porque los grandes secretos ya no son para unos pocos privilegiados que se refugian a la sombra de los niveles más altos de grandes órdenes secretas. 
Los antiguos misterios, el "saber perdido", fue considerado desde el principio como el tesoro más sagrado de la humanidad y por eso se creó en el Antiguo Egipto una Orden Secreta de sacerdotes encargados de protegerlo, una Orden a la que ni siquiera el mismísimo Faraón tenía acceso. 
Era el legado de unos "dioses" que abandonaron nuestro planeta después de haberlo colonizado durante muchísimos años, en una época en que la humanidad caminaba prácticamente en pañales. 
Al principio, ni siquiera los grandes sabios estaban preparados para descifrar el contenido de todas aquellas enseñanzas, ni para imaginar siquiera el alcance de algunas de las herramientas que los dioses habían abandonado en su partida, pero eran conscientes de su enorme potencial y por eso debieron considerar que si todo ese conocimiento secreto caía en manos equivocadas los resultados podían ser devastadores.
Desde entonces hasta ahora, los conocimientos se fueron diluyendo en el tiempo y la increíble civilización que había marcado el inicio de Egipto y que, al contrario del resto de culturas había aparecido "de la nada", fue paulatinamente decayendo hasta caer casi en el olvido. 
Hoy en día, caminando entre ruinas de fastuosos templos y pirámides imposibles, la vida en el Egipto rural transcurre con no demasiadas diferencias a como debió ser la vida de los campesinos de hace dos o tres mil años.
Pero... ¿Qué fue de aquellos "dioses"? ¿Qué hicieron los hombres con unas herramientas y un saber poderoso, que podían ser utilizados tanto para bien como para mal? ¿Quienes son los sucesores de los sacerdotes de aquella Orden Secreta del Antiguo Egipto? ¿Ha desaparecido, o sigue vigente oculta tras un nombre distinto?
Por todo eso y comenzando por el principio, era necesario empezar escribiendo sobre aquellos seres que llegaron del cielo en sus "Naves de los Millones de Años".

DESVELANDO EL MISTERIO MÁS ANTIGUO DE LA HUMANIDAD

En el año 2.004 tuve una extraña experiencia.
Por aquel tiempo vivía en una modesta casita en Collbató, un pueblecito encantador literalmente pegado a la montaña de Montserrat. Había llegado a él cuatro años antes, prácticamente guiada por una mano invisible que me llevó a un lugar que yo misma nunca habría elegido para vivir.
Por circunstancias de la vida, a principios del año 2.000 acababa de salir de una relación desastrosa que había mantenido por espacio de catorce larguísimos años y nunca hubiera podido imaginar que mi destino estaba tan fundamentalmente unido a la más sagrada de todas las montañas.
No tenía dinero, pero necesitaba un lugar donde vivir con mis dos perros y ninguno de los lugares que había visitado hasta entonces se acomodaban a mi más que modesta economía.
Y entonces, contemplando el pueblecito desde la rotonda de aparcamiento de las Cuevas del Salnitre, empecé a llorar compulsivamente todo lo que no había llorado en muchísimo tiempo. Miré al cielo y grité, con toda las fuerzas de mis pulmones:
-"Si sabéis que no tengo dinero para vivir en este lugar, ¿para qué me lo mostráis?"
Era un día de finales de junio, a las dos del mediodía (punto de máxima luz) y, sin siquiera darme cuenta de ello, había pronunciado mi queja mirando hacia el Sur. Aquella misma tarde había encontrado no una, sino dos casas que se amoldaban a mi presupuesto.
Pasó el tiempo y una tarde del mes de agosto de 2.004 se desató una terrible tormenta. Siempre me han encantado las tardes tormentosas del verano, así que me levanté del asiento frente al ordenador y me acerqué a la ventana para ver caer la lluvia tras los cristales.
Entonces ocurrió.
Las gotas de agua sobre el cristal se transformaron en millones de estrellas en un cielo completamente oscuro y todo cambió a mi alrededor.
Fue una experiencia espiritual profunda que me llevó a descubrimientos desconcertantes y desde entonces he vivido experiencias que ni siquiera hubiera podido imaginar en la mayor de mis fantasías.
Cuando volví a recuperar conciencia de quien era y de donde estaba, me senté de nuevo dispuesta a escribir lo que había visto y sentido con la intención de no olvidar ningún detalle; pero lo que menos podía imaginar era que ya no podría dejar de escribir y que aquellas pocas palabras se convertirían en el prólogo de una obra de cuatrocientas cincuenta páginas, que a su vez sería el primero de una serie de libros en los que, instruida por una musa de Lo Alto, iría desgranando libro tras libro algunos de los secretos mayores y mejor guardados de la Humanidad.
Aquel primer libro, "YO ISIS la de los Mil Nombres", se publicó a través de una editorial excelente, sin apenas proponérmelo y en unas condiciones nada despreciables para una escritora novel como era yo por aquellos días.
Las cosas empezaron a torcerse en cuanto apareció en el mercado, como si una mano negra intentara seguir ocultando algo que estoy segura de que ha llegado el momento de desvelar. Tal vez sea por eso que, pesar de la buena acogida de YO ISIS y de las felicitaciones que constantemente recibía y aún recibo de mis lectores, los libros siguientes han encontrado millones de trabas para conseguir editorial.
El segundo libro, "La Hija de los Dioses" se publicó sin que yo hubiera aprobado unas galeradas que resultaron estar tan llenas de erratas y cambios en los textos que tuve que rogar a mis lectores públicamente y a través de distintos medios, que se abstuvieran de comprar y leer aquel engendro que en nada se parecía al texto que yo había escrito.
Cuando conseguí editorial para el tercero, "El Ocaso de Atón", me aseguré de que eso no sucediera... Pero gracias a mi público me he enterado de que el libro no se encuentra normalmente en las librerías y que solamente puede conseguirse en superficies importantes y por encargo.
Todos estos libros son novelas históricas que cuentan la vida de distintos personajes que, de una manera u otra, estuvieron en contacto con alguno de esos secretos que unos pocos tratan de ocultar tan desesperadamente.
Tengo escritos otros cinco libros más, pero estoy perdiendo la esperanza de poderlos publicar algún día.
Por eso y porque si se me dieron estas herramientas y la capacidad de escribir de forma medianamente correcta, creo que es mi deber hacer que ese conocimiento llegue a donde debe llegar y si este humilde blog es la forma de hacerlo, crecerá hasta conseguir que se sepa lo que debe ser sabido.
A partir de ahora iré añadiendo bajo el título "Desvelando misterios" algunas de las páginas emblemáticas de todos esos libros, en su debido orden.
Gracias por vuestra acogida y os animo a participar con vuestras reflexiones, opiniones, críticas o preguntas.