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La Esencia de la Diosa vive en el corazón de cada mujer y en el de algunos hombres sensibles que saben serlo sin perder por ello su masculinidad. Espero de todo corazón que te guste el contenido de esta página y te animo a participar en ella activamente publicando tus comentarios o utilizando el botón "g+1" para recomendar las entradas que te gusten.

sábado, 30 de julio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 19: Predicción

Por sus ojos, casi ciegos, habían desfilado los acontecimientos más importantes de la tribu en los últimos cien años, que el tiempo se había encargado de esculpir trazo a trazo sobre su piel. Estaba tan arrugada que se hacía difícil adivinar sus rasgos; pero aquellos que aún podían recordarla de joven afirmaban que había sido tan hermosa que no había hombre que no enloqueciera por ella. Pero Tamar había entregado su amor a uno sólo, al que se había mantenido fiel aún después de su muerte.
Desde entonces, los hijos de sus hijos se han multiplicado y todos tenemos, en mayor o menor medida, alguna relación de parentesco con ella. Pero de eso hacía ya tanto tiempo, que ni siquiera ella recordaba quien era el hijo, el nieto o el biznieto de quien.
Por eso y por el significado de su nombre, todos la llamábamos Safta Tamar, «Abuela Palma».
Iebarejejá Eloah, safta —le dije al entrar.
Iebarejejá Eloah, Hija de la Luz.
Hablaba con una voz suave y monótona, reflejo de su infinito cansancio. El aire, al pasar por entre sus escasos dientes, producía una especie de bisbiseo suave que le hacía alargar las eses y le daba un encanto especial. A pesar de ello, su lenguaje era casi musical y sus palabras reflejaban un amor sin límites, transmitiendo una incomparable sensación de paz.
—Soy la hija del Yitró Reuel.
—Sé quien eres. La Luz está en ti, hija mía, y se manifestará a su debido momento.
—Voy a casarme y…
—Reuel habló conmigo, pero cualquier mujer de la tribu podrá hablarte del amor y de cómo calentar el lecho de un hombre. Hoy debes escuchar lo que yo tengo que decirte.
—Pero…
—No me interrumpas, niña, y escucha: Tengo tantos años que ya he perdido la cuenta, pero durante todo este tiempo he vivido para esperarte, porque tengo un mensaje importante que transmitirte. Eres Hija del Cielo y estás destinada a contemplar grandes cosas. Ese forastero, que ha sido traído hasta ti por designio divino, tiene un importante cometido que cumplir en este mundo. Por eso ha llegado aquí, porque tu destino es estar a su lado y apoyarle con la dulzura de tu amor sin límites. Sois el uno del otro desde el Comienzo de los Tiempos; pero un día habrás de descubrir que él no es quien parece ser. Pero, a pesar de eso, recuerda siempre cual es tu propia misión y mantente firme. Habrá momentos en los que él deberá enfrentarse a enormes problemas, se sentirá desfallecer y necesitará el cálido descanso de tu pecho y la fortaleza que le dará tu amor. Recibirá grandes mensajes de lo Alto, pero la Oscuridad, que nunca descansa, intentará engañarle y apartarle del camino correcto. Será entonces y sólo entonces, cuando tú estarás a su lado a pesar de todo y de todos, para ser la lámpara que guíe sus pasos en las sombras. Debes saber que la Oscuridad es sólo luz dentro de la Luz y que es muy fácil confundirse.
Safta se interrumpió para beber un sorbo de agua de una taza que tenía a su lado. Su última frase, aunque no la comprendía, había calado muy hondo en algún lugar de mi espíritu.
—Sólo tú puedes ser su guía cuando esa oscuridad le impida distinguir la Luz verdadera —continuó—. Pero no será nada fácil, pues es orgulloso y arrogante y deberás aconsejarle con muchísimo tacto. Con el tiempo aprenderás a desarrollar el don de sugerirle ideas que él creerá suyas propias. El orgullo, la soberbia y la ira, niña mía, acechan agazapados en el interior de todos los hombres, incluso de los más dignos, esperando el momento más conveniente para destruir sus mejores cualidades. Son los enemigos más peligrosos, porque nadie está dispuesto a reconocer que estas emociones negativas viven en su corazón y se alimentan de sus sentimientos más esenciales. Aléjate de ellas como de una plaga.
—¿Y cual es el destino de Moshé, safta?
—Él es El Libertador.
—¿El… Libertador?
—Sí. Habla con tu padre, Tzíppora: Reuel conoce La Promesa mejor que nadie. Dile que yo te he hablado de eso y que tú también recibirás Mensajes del Cielo cuando todos tus hijos hayan nacido.
—¿Mis hijos?
—Parirás dos varones y una hembra. Después quedarás yerma para que puedas aceptar tu destino.
—¿Y cómo será ese destino?
Safta se interrumpió para tomar aliento y entrecerró sus ojos durante un tiempo que me pareció eterno. Luego, pausadamente, dijo con una voz extraña:
—Te convertirás en la hermana de un Rey, te enfrentarás a la Primera Gran Esposa del Faraón y serás únicamente tú quien conseguirá que El Libertador pueda cumplir con su Misión. Pero ni él, ni el mundo, deberán saberlo jamás. Verás grandes cosas suceder a tu alrededor; extraordinarios prodigios se multiplicarán, porque en tu interior vive Aquella de las Grandes Alas, la que lleva la Marca en su frente y la fuerza del Amor en su Corazón. Pero, antes de eso, debes aprender a distinguir Luz y Oscuridad.
Un doloroso rictus revelaba el esfuerzo que estaba haciendo.
—Tu madurez será dura y difícil, porque la vida junto a ese hombre —safta había dado una entonación especial a esa última palabra— puede llegar a ser muy angustiosa. Sin embargo, deberás mantenerle en su lugar cuando su valor zozobre, porque en verdad tú serás el timón de su nave. Habrá momentos, cuando descubras sus secretos más oscuros y cuando comprendas cuán frágil es la integridad de un hombre, en los que desearás mil veces no haberle conocido. No te será fácil soportar su irritante arrogancia mientras tú te mantienes en la sombra, liberándole de todos los problemas en silencio. Pero aún así debes hacerlo, por el bien de todos.
Ni siquiera sospechaba cuán exactas eran las palabras de Tamar; de haberlo hecho, tal vez hubiera reconsiderado mi decisión. Pero yo era tan sólo una niña ilusionada, tan deslumbrada por el genio de Moshé, que no veía más que lo que quería ver. Quizás por eso había tomado de aquella premonición solamente lo que deseaba oír. Ni se me pasó por la imaginación que a lo largo de mi vida habría de recordar varias veces las palabras de Tamar tan claramente como si en cada ocasión volviera a escuchar aquella voz cargada de años y de sabiduría.
Safta suspiró profundamente antes de continuar:
—Tu última hora llegará cuando todo esté cumplido; el día que veas desaparecer, tras una loma, este mismo sol que te vio nacer. Ese día reconocerás en el cielo tu verdadera Casa y entrecerrarás tus ojos para soñar, sentada y sola a la puerta de tu tienda. Será entonces cuando Ellos vendrán a buscarte para llevarte de regreso al Sol del que eres Hija. Entonces entenderás…

Del Capítulo 5 de "Faraón sin Reino" (Libro inédito)

domingo, 24 de julio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 18: Epílogo

La Reina Nefertiti tenía razón: en aquella guerra absurda, los dos habían perdido.
Horemheb perdía a la mujer que amaba y ella lo había perdido todo. ¿Qué importaba entonces su muerte, si por fin podría reunirse con sus seres más queridos?
La Regencia del padre Ay se prolongó hasta que el Faraón alcanzó la edad necesaria, pero no sin que Horemheb solicitase en repetidas ocasiones la renuncia de Tutankhamón, al que consideraba demasiado joven para reinar y a su Regente demasiado longevo para sustituirle. Por su parte, el Gran Visir no estaba dispuesto a abandonar en manos de aquel adolescente inexperto el inmenso poder que durante tantos años había detentado. Así fue como, a sus diecinueve años, el Faraón Tut fue a reunirse con sus ancestros, víctima de las maquinaciones de Ay, su propio tío y tutor.
Ajena a toda aquella conjura, Ankhesenamón, la Reina viuda, rechazó a Horemheb para confiar en su abuelo Ay, que se desposó con ella para conseguir la legitimidad que necesitaba para gobernar. Pero el anciano Faraón rozaba los noventa años, una edad más que provecta en un tiempo en que la esperanza media de vida era de cuarenta y cinco…
La respuesta de Horemheb no se hizo esperar. El intrépido General contaba con el apoyo del clero tebano. Se le supone culpable de la muerte de Ay, quien apenas si pudo mantenerse un año entero en el trono de Egipto.
Ankhesenamón, al parecer, siguió los pasos de su madre, suicidándose con el mismo veneno.
A partir de aquel momento, ya no quedaba oficialmente en el país un solo descendiente de la sangre de los faraones. Empezaba una nueva etapa en la que la saga militar se hizo con el poder.
Horemheb se proclamó Faraón bajo el nombre de Djeserjeperura Setepenra Horemheb Meryamón, que significa  «Divinas son las manifestaciones de Ra, Elegido de Ra, Horemheb (Horus en su jubileo), el Amado de Amón».
El flamante Faraón reinaría durante veintisiete años. A su lado, su todavía esposa Munedjmet se convertiría en Reina, confirmando la profecía que años antes recibiera Nefertiti de un santón en el mercado de Uáset:
—«Tú y tu hermana llegaréis a ser Reinas».
Horemheb murió sin descendencia masculina: se ignora si fue por decisión propia o de los dioses… Pero, siguiendo la tradición militar, antes de morir designó como sucesor a otro general que gozaba del favor del que era ya el último Faraón de la tumultuosa Decimoctava Dinastía.
El Visir Paramesu, convertido en el Faraón MenPehtyRa RaMesesu, ha pasado a la Historia con el nombre helenizado de Ramsés I, inaugurando con su reinado la Dinastía Diecinueve.
Hasta aquí lo que nos revelan los escritos históricos. La vida de NeferneferuRa Nefertiti, «la Bella que nos llegó de allí»… es otra cosa.

Y hasta aquí también los misterios desvelados en los libros que he conseguido publicar hasta hoy. En estos tiempos es difícil encontrar editor, pero no por ello voy a interrumpir lo que he empezado. Los fragmentos que incluiré a partir de ahora siguiendo su orden natural son totalmente inéditos, sin que por ello descrate su publicación.

viernes, 22 de julio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 17: El fin de una idea

A pesar de los amorosos intentos de Horemheb por devolverme la tranquilidad perdida, yo no podía apartar de mi mente la figura de mi esposo, ni los excesos de su desequilibrado corazón. Aquella mente brillante, de claro pensamiento, pletórica de hermosos razonamientos llenos de fe en su Creador, se había dejado arrastrar por el misticismo desmedido que la enajenación y el desenfreno religioso habían sembrado en su corazón hasta conseguir abocar al País de las Dos Tierras hacia la más oscura hecatombe. Tal parecía que aquel luminoso espíritu de antaño, que conmovía los corazones con sus palabras de Verdad, hubiera sucumbido ante la presión de un Gobierno que detestaba ejercer.
Sólo yo conocía la importancia de su extraordinaria Misión, aquella que hubiera debido prevalecer frente a cualquier interés, humano o político. Sólo yo hubiera podido ayudarle a sobrellevar su carga; pero rechazó mi ayuda y se hundió más y más en su propia miseria. Y, sin embargo, yo seguía venerando a aquel ser patético y extraño que años antes había llenado de Luz mi corazón y mi Esencia con su bello discurso, llenándolos de amor por nuestro Dios y su magnificente Obra.
Su deformidad exterior, su debilidad física, su fealdad, parecían haber contagiado la exquisita Esencia que se escondía tras ellos, igual que una delicada perla se oculta tras la apariencia áspera de su concha. Ya nada quedaba de aquel hombre que había sabido prender en mí la llama divina del amor celeste. ¡Tan poderoso es el influjo de la serpiente!
La llegada al mundo de mi primera nieta, que hubiera debido llenarme de gozo, no hizo más que intensificar mi sufrimiento. La pequeña, a quien mi hija (o tal vez su propio padre) había llamado igual que ella, «La joven amada de Atón» o lo que es lo mismo, Meritatón-Tasherit o Meritatón la Joven, murió a los pocos días de nacer. Al delicado estado de salud que el parto había provocado en su madre, se unió el inmenso dolor de ver morir en sus brazos a su primogénita. Hoy pienso que Dios ha debido castigarme por haber pensado entonces que el apresurado Viaje al Occidente de la recién nacida había sido un bien para todos. Aquel pequeño ser que ya no respiraba era, con toda seguridad, el fruto de unos escabrosos amores antinaturales.
Por otro lado, me daba perfecta cuenta de que lo que Horemheb había sugerido era, si no la única posibilidad de paliar las consecuencias del desastre nacional en el que nos hallábamos sumidos, al menos la más sensata. Las Reyertas en las calles habían degenerado; ya no se trataba de un pueblo resentido que protestaba ante la injusticia de unos pocos favorecidos por el Faraón y su dios dentro de los muros de la Ciudad del Disco. Tampoco era la lucha de una indignada casta sacerdotal contra un Faraón que había querido privarles de su inmenso poder y riquezas a favor de una religión extraña que veneraba a un todavía más extraño dios sin forma (y ya casi sin nombre), cuya liturgia les mantenía totalmente al margen de su oficio.
Las en otros tiempos rebosantes arcas sacerdotales estaban vacías porque las puertas de sus templos habían sido selladas. Los devotos que aún permanecían fieles a su fe eran castigados sistemáticamente y el odio del clero llegaba hasta el más recóndito rincón del Imperio: su maldición mágica había asolado el floreciente País de la Doble Corona.
Tras el abandono de los dioses, sus Templos, a todo lo largo y ancho del país, habían sido invadidos por la misma ruina moral y material que asolaba Khemet. La mala hierba de la traición y la violencia crecía en los corazones de los hombres, igual que la maleza invadía los recintos sagrados ahora desiertos… Como consecuencia de ello, la venganza se convirtió en moneda de cambio: hermanos alzaron su mano contra hermanos, los incendios provocados se multiplicaron destruyendo casas, granjas y ganados y la miseria más absoluta asoló las ciudades diezmadas por la peste.
El Hapi se tiñó de rojo y la sangre regó las tierras de los campesinos que, en tiempos más felices, no tenían otra preocupación que alabar las bondades del río cuando, todos los años al llegar la inundación, colmaba sus campos con la bendición del limo negro y fértil: un regalo de los dioses, que sabían premiar el esfuerzo de los hombres con la promesa de una nueva cosecha.
El pavoroso viento de la guerra civil había liberado toda su furia y la angustia, como una gran ola que va creciendo alimentada por su propia fuerza, había traspasado las murallas de la Casa de la Reina. Fueron días de desolación y de oscuridad, porque el país entero había olvidado el Ma’at.
En medio de aquella tremenda desorganización, yo elevaba mis diarias plegarias al Creador, pidiendo una luz que iluminara mi corazón con la certeza de una decisión ecuánime. Y fue justo después de uno de esos rezos matutinos al aire libre cuando las Voces llegaron de nuevo hasta mí:
Deja a un lado los razonamientos, ya que tu pensamiento puede llevarte al error, niña mía. Utiliza, en cambio, tu tierno corazón. Siente en primer lugar, para pensar después en la conveniencia de aplicar ese sentimiento a la realidad. Es la unión de sentir y pensar la que te llevará a tomar las decisiones que son más correctas en cada ocasión, tanto para ti como para tu pueblo. El Tiempo, en vuestro plano de existencia, transcurre de forma lineal y muy rápidamente. En estas circunstancias, si no aplicas el sentimiento al discernir, tu propia realidad se destruirá como le ha sucedido a tu esposo; te convertirás en verdugo de tus semejantes, porque siempre pensarás en ti misma antes que en los demás. Igual que un halcón rapaz busca a su presa, crearás involuntariamente situaciones en las que se precise una víctima propiciatoria y no importará demasiado si esa víctima llegas a ser tú misma. Eso es lo que le ha sucedido a Akhenatón. Hemos intentado enseñarle a sentir antes de pensar, pero hace tiempo que se niega a escuchar nuestras palabras, porque se ha convertido en víctima de sus propias decisiones, arrastrando con él a todos los que ama y a la nación entera. La poderosa emanación del ureo sobre su frente, destilando día a día en su mente sus oscuros influjos, ha conseguido enajenar su pensamiento. ¡La esencia reptiliana contenida en su símbolo le ha usurpado el poder real para utilizarlo en su propio beneficio! El espíritu sensible y bello de nuestro amado hijo ha sucumbido ante la tremenda presión y su abandono es causa de gran dolor para nosotros y de desgracia para todos. La mente enferma de tu esposo ha deformado el verdadero significado de su Misión, llevándola a unos extremos quiméricos y difíciles de aplicar en una sociedad como la vuestra, y por lo mismo insostenibles. En su lugar, su actitud radical y egocéntrica no ha hecho más que conseguir el efecto contrario al que perseguía, creando el caos a su alrededor. En consecuencia, el sufrimiento, la violencia y la muerte que se han generado a vuestro alrededor no terminarán en vosotros, sino que permanecerán durante milenios en las inmaduras conciencias de los hombres hasta que todos, regresando en diferentes misiones conjuntas, consigáis erradicar de las mentes humanas la idea de que existe un enemigo. La Guerra de Eones acabará en el momento en que todos reconozcamos a nuestros oponentes como amigos y a nuestros contrarios como hermanos.
La Voz que tan bien conocía se había interrumpido, como para permitirme asimilar mejor la importantísima información que me estaba facilitando.
—Contar no puedes más que contigo misma, en un momento en que tanto tus hijas como el mismo Horemheb viven inmersos en sus propios problemas y temores. La Luz de Akhenatón se ha apagado; su cuerpo, ahora, no es más que una triste cáscara viviente que un día albergó la luminosa Esencia de aquel que vino para redimir a los humanos de nuestros propios errores. El ensueño místico que hoy vive apenas recuerda la brillantez exquisita de su mente privilegiada. Sabemos que a pesar de la gravedad de los hechos y de sus consecuencias, tanto cósmicas como humanas, en estos momentos tan sólo te preguntas cómo hacer frente a vuestra pequeña guerra civil. También tú estás valorando el pensamiento por encima del sentimiento, a pesar de que tu hermosa Esencia es mucho más sensible que la de los demás. Deja que aflore en ti, siente a través de Ella y percibirás un gran dolor y angustia, porque ambos te son necesarios para poder valorar lo sucedido con imparcialidad y rectitud; luego piensa con tu corazón humano y encontrarás lo que es correcto en tu pensamiento. Sólo así salvarás el país del desastre.
Todavía conmocionada por el doloroso comunicado que acababa de recibir, me dirigí hacia mis aposentos privados con la resuelta intención de poner en orden mi revuelto corazón.
Me preguntaba qué hacía yo aquí, cuál era en realidad mi mundo y si también yo, al igual que Akhenatón, tenía una misión que cumplir. Tal vez la mía era únicamente estar a su lado para apoyarle y, de ser cierto, ambos habíamos fallado.
También Horemheb había fallado: había esperado de él la protección que ahora venía a brindarme. Justo ahora, cuando ya nada tenía remedio, cuando su miedo al desastre era mayor que el temor a perder su puesto y su reputación a manos de la Gran Madre. El valeroso soldado, el amigo que había sido apoyo incondicional del Faraón, el atractivo hombre que dominaba a las mujeres con su encanto, el amante que me juraba amor eterno entre los pliegues de mi lecho, se había dejado atraer por la mirada hipnótica de Tiyi y se había amedrentado ante el poder de aquella mujer extraña. Akhenatón nunca entendió las razones del alejamiento de su amigo del alma y el dolor de su silencio quebrantó su ya débil corazón. Nos abandonó cuando más le necesitábamos y ahora yo no sabía si podía confiar en él.
Era cierto lo que la Voz me había dicho: no podía confiar en nadie, no podía esperar ayuda de mi alrededor y ello incluía al amante, aunque era plenamente consciente de que necesitaba al General para asegurar el Trono. Tampoco mis hijas… ¡mis pobres hijas! No podía ahorrarles sus sufrimientos; hubiera deseado mil veces ser yo la que los padeciera, si con ello podía evitarles semejante dolor.
Y de pronto allí, en la quietud de mi estancia, recordé una antigua profecía que había sido recogida por los sacerdotes del Templo de Iunu y transmitida de maestro a discípulo desde hacía muchos años:
«Un tiempo vendrá en que parecerá que las gentes de Khemet observarán en vano el culto de los dioses con santa piedad y que todas las invocaciones habrán sido estériles y desatendidas. La divinidad abandonará la tierra y retornará al cielo, abandonando el País de la Doble Corona, su antigua morada. Entonces esta tierra santificada por tantas capillas y templos se verá cubierta de tumbas y de muertos.
Este país, que ha sido el maestro espiritual de toda la Humanidad, en el que los dioses se amaron con tanta intensidad que lo adoptaron como su hogar aquí en la tierra, será el lugar que excederá a todos los otros en crueldad.
Los muertos superarán a los vivos y los sobrevivientes serán reconocidos como khem-taui sólo por su lenguaje, porque sus acciones serán como las de los hombres de cualquier otra raza.
!Oh Khemet, Khemet!
No quedará de tu religión más que vagos relatos absurdos que la posteridad ya no creerá y palabras grabadas sobre la piedra narrando tu piedad. Todas las voces sagradas serán silenciadas. La oscuridad será preferida a la Luz. Ninguna mirada se elevará al cielo.
El puro será tratado como loco y el impuro será admirado como sabio.
El conocimiento del Alma Inmortal será ridiculizado y negado.»

Del Capítulo 33 de "El ocaso de Atón"

miércoles, 13 de julio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 15: Siguen las revelaciones

—«Una guerra existe que debes conocer. Hace algunos eones, los habitantes de Z-Retículis en nuestros enemigos se convirtieron y nuestro planeta invadieron, desestabilizando la atmósfera. Una comisión de salvamento hasta se desplazó para conseguir un material precioso que repararla debía. Todos vosotros de esa expedición parte formabais. Para vuestros propósitos conseguir, la raza oriunda de Tâ modificasteis a través de vuestros propios códigos vitales kwnnitas. Las Leyes Básicas Intergalácticas transgredido habíais y un Decreto de Obligado Cumplimiento la Colonia os obligó a abandonar, para permitir que la nueva raza por si misma evolucionase. Pero, mucho antes de vuestra partida, algunos reptilianos subrepticiamente en el planeta se habían introducido, engaños utilizando. Por la seguridad de en secreto hemos velado desde entonces, de incursiones enemigas protegiendo a la nueva humanidad».
Ahora era el anciano quien había hablado.
—«Estos reptilianos infiltrados y otros mercenarios a su servicio —continuó explicando Aitum-Ra—, permanecieron en , ocultos en disfraces humanos y de esta forma se han mantenido hasta hoy, moviéndose como sombras entre las gentes. Les respetamos, aceptando que el paradigma estelar es vivir en comunidad y porque creemos que los portadores del gen reptiliano tienen los mismos derechos que los portadores del nuestro a la hora de convivir en armonía en un mismo lugar.
«Debes saber que cada estrella o planeta condiciona las conductas y las creencias de sus nativos y la razón de adoptar un modelo determinado es hacerlo evolucionar.
«Los reptilianos tienen grandes problemas para experimentar emociones y, aunque su medicina es muy poderosa, es menos eficaz porque se aplica sin sentimiento. A pesar de la dificultad que tienen para amar, honramos a nuestros enemigos por su valor, por su nobleza y porque reconocemos que su deseo de hacerse con el poder es tan legítimo como el nuestro; pero, en cambio, rechazamos la prevaricación, el engaño y el fundamentalismo que les permiten cualquier actuación en defensa de un punto de vista determinado, sin que importe lo abusivo, violento o espiritualmente limitador que sea y, en especial, si se aplica a la consecución de un fin indigno».
«Durante algunas generaciones humanas, los mercenarios de Sébek consiguieron tomar el control de la Colonia en , gracias a su civilización más avanzada. De esta forma, contravinieron la Norma de No-Ingerencia en el destino de las Nuevas Razas. Ellos fundaron las primeras Dinastías de unos Reyes aparentemente humanos, perpetuando a través de ellos su semilla reptiliana. Para poder manejar el poder, esos primitivos Faraones se convirtieron en Adeptos de los poderosos sistemas mágicos que los reticulianos les habían enseñado y utilizaron el conocimiento esotérico y la cábala secreta para conseguir lo que querían.
«Nosotros admiramos a los humanos por haberles servido tan maravillosamente, pero también sabemos que su opresión está haciendo que vuestro planeta camine hacia la destrucción. Su fin primero había sido arrastrar a la nueva raza y, por tanto, al planeta entero hasta su total desintegración, porque con él destruirían también la posibilidad de estabilizar nuestra atmósfera.
«Pero el mariscal Sébek desea, además, evitar que se firme un armisticio que podría estar basado en los lazos de sangre que unen a las dos familias en los gobiernos respectivos. Si tal cosa llegara a producirse, acabaría con sus perversas esperanzas de hacerse con el dominio de ambos Estados Confederados.
«Su poderoso símbolo es la serpiente, que concede enormes facultades a quien forma parte de su códice oscuro. Este símbolo fue astutamente introducido como representación del poder real en forma de una cobra que remata una corona que, una vez colocada sobre la frente de sus descendientes, les permite controlar a quienes son portadores de una hélice reptiliana en su código genético. De esta forma, desde hace muchísimos años en el tiempo de , los herederos del Cetro de Sébek han estado directamente influidos por el inmenso poder del símbolo de la serpiente.
«Siguiendo nuestras instrucciones, Akhenatón ha aceptado los símbolos faraónicos en cumplimiento de su destino; pero, al obtener el poder que de ellos se desprende, ha conseguido también el de la Cobra Real. Este es un gran inconveniente para él y para todos nosotros, porque el Faraón no podrá mantener la paz mientras sus actuaciones estén influidas por el enemigo».
Aitum-Ra dio por finalizado su discurso y me envolvió con una mirada que abarcaba todo el amor del Universo.
—«Imprescindible es que a tu esposo persuadas para que el control de su Esencia acepte en su totalidad, el contacto con nosotros permitiendo de nuevo para que neutralizar podamos, a través de ella, el poder de los reptilianos».
El anciano se inclinó ante mí y terminó diciendo:
—«Sé bendecida, Hija de la Luz».

Del Capítulo 27 de "El ocaso de Atón"

lunes, 11 de julio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 16: Nacimientos reales

A los pocos días la Reina me mandó llamar. Esta vez pude observar claramente su estado, que no dejaba lugar a dudas de que la Reina daría a luz dentro de muy poco tiempo.
—Te he mandado llamar, Nefertiti, porque quiero que seas la primera en conocer mi decisión.
—Agradezco tu confianza, mi Señora.
Le había respondido creyendo que se refería a su plan con respecto a Satamón. Pero no iba a tardar en darme cuenta de mi error.
—Esperemos que también sea de tu agrado.
—Estoy segura de ello.
—Yo no tanto; pero mi decisión está tomada y se hará tal como he dispuesto.
—Las palabras de una Reina son deberes para sus súbditos.
—Me complace que lo creas así. Al parecer se está extendiendo el rumor de que mantienes citas secretas con Horemheb y no puedo permitir que se ponga en duda la legitimidad de mis nietos.
Mi sangre se había detenido y golpeaba con fuerza mis sienes. Temiendo lo peor, intenté ofrecer mis excusas a la Reina.
—Señora, yo no soy más que una sierva tuya que cumple con exactitud sus deberes dando descendencia a tu hijo.
—Sé que cumples con tus obligaciones lo mejor que puedes, pero eso no es suficiente. También he visto como miras a Horemheb en público y eso ha dado lugar a habladurías que es preciso atajar cuanto antes.
—Procuraré enmendar mi conducta inmediatamente.
—Lo harás, si no quieres que el rumor se convierta en noticia y Horemheb se convierta en reo de adulterio por haber intentado seducir a la esposa del Heredero.
—No comprendo.
—Tu honestidad, integridad y fidelidad hacia mi hijo deben quedar fuera de toda duda, Nefertiti.
—Pero, en todo caso, sería yo la que podría ser acusada de adulterio… —me atreví a replicarle.
—A partir de ahora, también Horemheb podrá serlo. He dispuesto que, para atajar los rumores, se despose inmediatamente con la dama Amenia.
La espina envenenada de los celos se clavó en mi corazón. La habitación empezó a girar velozmente a mi alrededor y creí que iba a perder el conocimiento. Viendo mi extrema palidez, la Reina me invitó a sentarme y llamó a los sun-nu reales, que constantemente velaban por la salud de la soberana desde una habitación contigua. Afortunadamente para mí, todos creyeron que se trataba de una indisposición fortuita, consecuencia de mi estado. Todos, menos la Reina.
Tal como ella había dispuesto, los Acuerdos Matrimoniales de Horemheb y Amenia tuvieron lugar inmediatamente. En agradecimiento a los magníficos servicios prestados al país, NebmaatRa obsequió a la pareja con un ostentoso palacio no muy lejos de la Gran Casa. Yo deseaba pensar que se trataba tan sólo de una transacción oficial y procuraba evitar que mi imaginación se disparase presentándome la imagen de mi amante en brazos de otra mujer, aunque ésta fuera su propia esposa. La sola idea de que pudiera engendrar en ella llenaba mi corazón de dolor.
Pero lo que más me sorprendió en aquellos momentos fue la extraña reacción de mi hermana Mut quien, por otra parte, era totalmente ignorante de la relación que me unía con Horemheb.
—¿Cómo es posible que haya elegido a semejante mujer por esposa? —me había dicho al enterarse de la noticia.
—Sus motivos tendrá, hermana.
—¡Pero si esa Amenia es mucho mayor que él!
—Es una de las Acompañantes de la Reina y probablemente Horemheb haya visto en ella algo que le ha seducido —me costaba un gran trabajo convencer a mi hermana de lo que yo no creía.
—Vamos, Nefertiti, estoy segura de que tú también te has dado cuenta de que no es mujer para él. Horemheb es joven, valiente y hermoso y ella…
—En todo ser humano hay valores más importantes que la belleza, Mutnedjmet.
A partir de su enlace con Amenia, Horemheb se mantuvo un tiempo prudencial sin visitar mi lecho, pero no había día en que no se acercara para interesarse por mi salud o para charlar amistosamente con mi esposo. Frente a todos, era un feliz hombre casado; para la Reina, los comentarios habían finalizado y, por lo que a ella respectaba, mi estado de gravidez hacía innecesarios sus servicios en mi alcoba, al menos por el momento.
Tan sólo Amenhotep, él y yo sabíamos la verdad: que no había verdadero amor entre él y su esposa y que Horemheb guardaba su semilla sólo para derramarla en mi interior. O, al menos, eso es lo que yo deseaba creer…
Antes del tiempo previsto, la Casa Kheneret se despertó una madrugada en estado de alerta. El parto de la Reina se había adelantado.
Todos estábamos pendientes de las noticias que constantemente llegaban de la «Glorieta para Partos», traídas por el constante ir y venir de las matronas que se ocupaban del acontecimiento.
Finalmente pareció que todo tenía un feliz desenlace con el nacimiento de un varón, tal como el oráculo había anunciado. Pero la semilla surgida de los huesos de su padre había sido transmitida al niño, que había heredado la debilidad del anciano. Quizás por eso la Reina había decidido ponerle el nombre de Tut-ankh-Atón, «El que vive en Atón», con la esperanza, tal vez, de que el dios de sus ancestros otorgase a su hijo las fuerzas para vivir que parecían faltarle.
Ya se había dado el parto por resuelto y el niño había sido entregado a la Nodriza elegida. La Reina estaba a punto de ser trasladada cuando, de pronto, se presentaron de nuevo los dolores. Se formó un gran revuelo alrededor del nuevo nacimiento que se avecinaba y todos esperábamos conocer las noticias sobre el nuevo infante real y su sexo. Se trataba de un nuevo varón, fuerte y hermoso. Su madre le llamó SemenejkaRa, «Vigoroso es el espíritu de Ra». De esta forma y al mismo tiempo, la Reina se congraciaba con el nuevo culto solar nacido en Iunu, que cada vez ganaba más adeptos. Cualquier cosa menos dar un nombre a sus hijos que ensalzara de alguna manera a Amón, a cuyos sacerdotes había declarado la guerra abierta.
Los meses transcurrieron rápidos en la Gran Casa y llegó el momento de mi propio parto.
Deseaba fervientemente que esta vez el oráculo se hubiera equivocado; pero no fue así. Di a luz a una segunda niña que, al recibir su pedazo de kh, emitió un sonido parecido a un «no», que causó un revuelo entre las matronas. El signo fue interpretado por los sacerdotes como un mal presagio que amenazaba con acortar la vida de la pequeña. Por eso, Amenhotep y yo estuvimos de acuerdo en conjurar el mal augurio otorgando a nuestra segunda hija el nombre de nacimiento de MeketAtón, «La protegida de Atón».
Por suerte para nosotros, los gemelos de la Reina se estaban criando correctamente y Tutankhatón, a pesar de que su constitución era mucho más débil que la de su hermano, parecía haber soslayado sus primeros problemas tras el alumbramiento. Eso mantenía momentáneamente alejado de nosotros el fatídico sheut de Satamón quien, a pesar de haber sido nombrada Gran Esposa Real (título que ninguna de sus otras dos hermanastras con las que el Faraón NebmaatRa se había desposado ostentaba), parecía empeñada en acaparar la atención de su padre con algún oscuro fin. 

Del Capítulo 17 de "El ocaso de Atón"

DESVELANDO EL MISTERIO 14: Revelaciones


Tú apareces bellamente 
en el horizonte, Atón viviente.
Tú sostienes cada día, Señor,
El trono perteneciente 
a las Tierras Buenas.
Escucha, ¡mantenme a salvo!

Una mañana, mientras me encontraba recitando estas bellísimas palabras que mi esposo había compuesto como canto de amor dirigido a nuestro Padre Divino, Creador de todo lo visible y lo invisible, sufrí un raro desmayo. Mi ka abandonó mi cuerpo y pude disfrutar de una increíble visión.
O, tal vez, fuera solamente un sueño.
Me parecía estar debajo de una especie de cúpula, desde la que doce seres resplandecientes, enteramente vestidos de blanco, asomaban sus cabezas observándome desde una balaustrada. Junto a mí había un hombre de media edad, que llevaba sobre su frente una corona extraña y, a su lado, otro ser de apariencia algo distinta se dirigió a mí con un acento muy peculiar. Al instante reconocí su voz, sus palabras y el tono con el que el venerable anciano las pronunciaba. Él era, sin duda alguna, uno de aquellos seres invisibles que me hablaban cuando todavía vivía en la casa de mi padre Ay.
«Conocer cosas que ignoras, ahora tú debes, Hija de la Luz. El Consejo de Ancianos presidido por tu padre, el noble Aitum-Ra y yo mismo, te damos la bienvenida».
—Aitum-Ra… —murmuré como en una especie de ensoñación.
«Ese dios al que veneráis, Hija del Sol, sólo un Hombre es, al que vosotros llamáis Atón. Aitum-Ra es su nombre y, más allá de los cielos, tu verdadero padre y el del llamado Akhenatón es. Cuando, tras la muerte, vuestras Esencias para siempre abandonen vuestros cuerpos terrestres, aquí regresaréis para recuperar vuestras auténticas identidades al lado de vuestro padre. El cuerpo que ahora abandonado tú has, sólo un vehículo prestado es que tu misión te permite cumplir, en el tiempo y el espacio de Tâ».
No sabía donde estaba e instintivamente miré hacia abajo. Vi mi cuerpo vacío, tumbado sobre la hierba suave del jardín en el que me encontraba unos momentos antes y me alarmé. Miré mis manos y me parecieron distintas, aunque no podría precisar exactamente en qué.
«Aquel-Que-Todo-Lo-Puede el único Dios es».
Me sentía inesperadamente cómoda entre aquellos seres pero, a la vez, las extrañas palabras del anciano me perturbaban. ¿Sería cierto lo que estaba escuchando? Y, si lo era, ¿podría ser posible que Akhenatón hubiese confundido el mensaje divino, concediendo categoría de dios a aquel a quien el anciano llamaba nuestro padre?
A partir de aquel momento, fue Aitum-Ra quien se dirigió a mí. También su voz me resultó conocida.
A pesar de que se expresaba con una gran autoridad, sus palabras reflejaban un amor inmenso y su forma de hablar era dulce y musical. Su sola presencia me llenaba de paz y de un sentimiento muy cercano a la ternura.
—«Mi Esencia se regocija con tu presencia, mi pequeña rosa. Estás sorprendida, pero nada debes temer. Tú eres mi hija enviada a vuestra Tierra, que nosotros llamamos Tâ, para cumplir una misión de gran importancia. Para llevar a cabo el plan previsto, contigo descendieron otros miembros de la Familia muy amados por mí: aquel que es ahora tu esposo, el general Horemheb y el escultor Dhjutmose. Muchos otros que conocisteis en otras vidas están a vuestro alrededor; cada uno de ellos ha sido enviado igualmente con una tarea específica que debe apoyar a la vuestra. Desde vuestra alta posición, tenéis acceso a importantes conocimientos que están ocultos en los Registros de la Humanidad.
«Al rechazar a los antiguos dioses, Akhenatón ha cumplido con parte de su cometido. Debes confiar en que sus razones han sido del orden más elevado, ya que es conocedor de algunos secretos que sólo a él le hemos revelado.
«Cuando Akhenatón recibió sus iniciaciones en los Templos durante su infancia y su adolescencia, observó hasta qué punto la armonía de Tâ se estaba deteriorando por causa de las creencias equivocadas de los hombres, engañados por las enseñanzas de los sacerdotes de los falsos dioses.
«Desde su nacimiento pudo comprobar de cerca el poder ilimitado del clero y el abuso de autoridad de los faraones, los cuales se apoyan en su descendencia divina para mantener estable su autoridad. Advirtió también los desmanes físicos y sensuales que su padre cometía, los cuales propiciaron que el joven príncipe se refugiase en el lecho de su madre y bloquearon su sexualidad; ése fue su mayor error.
«Cuando le llegó el momento de convertirse en Faraón y someterse a la iniciación última, no comprendió totalmente el mensaje que recibía y este es, en parte, el motivo por el cual te encuentras hoy aquí. No es fácil sintonizar con vosotros y, en los últimos tiempos, nos resulta cada vez más dificultoso poder conectar con Akhenatón, pues su Esencia huye de su mente desequilibrada, o se niega a escucharnos».
Como si hubiera escuchado mis pensamientos, aquel ser contestó a una de las preguntas que habían surgido de pronto en mi corazón.
«No, mi pequeño pajarillo, no ha enloquecido; pero lo hará, si no consigues que los sun-nu y los hekau reales mantengan estable su Esencia. Tu esposo no puede evitar que su personalidad humana sienta odio por aquellos que no escuchan sus enseñanzas. Su constitución débil y enfermiza, que debía ser clave para su evolución, ha hecho crecer en él un miedo por sus semejantes que su condición de Faraón no consigue vencer. Debes permanecer a su lado y apenarte por él, porque sufre una gran confusión y experimenta un gran dolor por esta causa. Sabemos bien cuanto le amas y eso es producto de las otras vidas que habéis vivido juntos y, efectivamente, esta es también la causa de tus inusuales afectos por Horemheb y Dhjutmose».
Nuevamente mi padre celestial había leído en mi mente y había aclarado el motivo de los distintos e intensos afectos que sentía hacia aquellos tres hombres.

Del Capítulo 27 de "El ocaso de Atón"

viernes, 8 de julio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 13: Aset de nuevo

¿A donde va toda esta agua, madre? —preguntó Meritatón con su media lengua.
Al mar, niña mía.
—¿Y qué hace el agua allí?
Funde sus miles de gotas con las gotas que allí encuentra. De igual manera, nuestros Kau se unirán en la gloria del Creador cuando llegue el momento de ir a su encuentro.
Tal vez mi hija era aún demasiado pequeña para entender aquellas palabras, pero Amenhotep la había acostumbrado a escucharlas casi desde que nació. Ella se había quedado muy seria tras mi última respuesta y utilizó un apelativo cariñoso por el que había aprendido a llamarme, para preguntar:
¿Cómo es el mar, Hati?
Inmenso, como el poder de nuestro Señor.
¿Más grande que el Hapi?
No importunes a tu madre con tantas preguntas, Meritatón.
Déjala, mi buena Tiyi. Una hija jamás podría importunar a su madre, sino todo lo contrario. Es normal que pregunte —la reñí dulcemente.
Luego me volví hacia mi pequeña, cuya carita ansiosa esperaba mi respuesta.
Imagina una inmensa llanura sin fin y llénala de agua: así es el mar.
¿Podré yo ser algún día un pez, madre?
—¿Y para qué quiere mi princesita ser un pez? —reí, divertida por la extraña pregunta.
Para viajar como ellos en el agua del Hapi y llegar al mar.
No, mi niña, tú nunca serás un pez; pero un día podrás ver el mar, te lo prometo. Además… el agua del mar es muy salada y si los peces del río llegaran hasta allí, morirían.
La promesa de ver el mar había dibujado en su carita una encantadora sonrisa, que desapareció como por encanto ante la imagen de los peces muertos.
¿Y para qué sirve toda esa agua, si los peces no pueden jugar en ella?
Otros peces distintos viven allí, peces que gustan de la sal del agua. El Creador que puso las aves en el cielo y las bestias sobre la tierra, repartió a los habitantes de las aguas según sus características.
¿El Creador que puso el sol en el cielo?
Me sentí orgullosa de los avances de mi hija.
Un sol que ya se oculta, Princesa —intervino Tiyi—. Señora, permite que lleve a la niña a tomar su comida de la noche.
Dicho esto, hizo ademán de tomarla en sus brazos. Pero Meritatón no estaba dispuesta a olvidar el repentino interés que la idea de una llanura repleta de agua había suscitado en su tierno corazón.
Tiyi… ¿tú sabes por qué el agua del mar es salada?
Es por causa de la bella Aset. Cuentan que, al morir su esposo, su dolor fue tan intenso que lloró sin parar durante cuarenta días con sus noches. Entonces, una gran parte de las Tierras Bajas se inundó con sus lágrimas.
¿La… diosa? ¿Aset?
De entre todos los falsos dioses de la antigua religión, aquella en la que fui educada y en cuyas creencias crecí, Aset la Bella, la Grande en Magia, había sido mi preferida y la que siempre despertó en mí un interés especial. Sin embargo, y a pesar de que algo en mi interior se resistía a admitir que ella formara parte de una gran mentira, respondí:
Un único Dios existe, hija mía. Recuerda las enseñanzas de tu padre.
¿Entonces no es verdad lo que cuenta Tiyi?
No, mi querida. Nadie miente —la voz que ahora respondía a la pregunta de la niña llegó desde mi espalda.
Antes de que tuviera tiempo de volver el rostro hacia mi esposo, unas manos cariñosas se apoyaron sobre mis hombros. Cómo intuyendo la lucha que se desarrollaba en mi interior, Amenhotep respondió a su hija con las mismas palabras.
Aset existió realmente; eso es lo que yo creo. Y también existieron esos otros seres a quienes los infieles llaman dioses, pero ninguno de ellos lo es. Todos ellos son Hijos del Dios Verdadero que hace mucho, muchísimo tiempo, existieron realmente y vivieron en estas tierras, como tú y como yo.
Entonces, padre, ¿Aset era una mujer?
Era… es alguien muy especial, hija mía. Aset es una gran Mujer —y con esto dio por zanjada su explicación—. Y ahora, vete en paz y acompaña a Tiyi para tomar tu comida. Yo vendré luego a verte, como todas las noches, para pedirle al Creador que vele tus sueños, mi pequeña princesa.
Tiyi tomó a Meritatón de la mano y ambas desaparecieron en dirección a la parte delantera de la nave. 
Del Capítulo 19 de "El ocaso de Atón"