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domingo, 20 de agosto de 2017

Sang Réal

Volviendo a mi relato, os diré que después de la inesperada y violenta discusión de la Logia en aquella trágica tarde de jueves, Francis no volvió a ser el que era. Durante los dos días siguientes ni siquiera se levantó de la cama y, cuando lo hizo, fue para encerrarse en su sótano secreto, cuyos inmensos pasadizos le engulleron para vomitarle al cabo de cuarenta y ocho horas.
La mañana del martes reapareció en un estado lamentable. Las ropas sucias y arrugadas, el cabello revuelto y en el rostro una expresión equívoca. Pasó largo rato aseándose encerrado en su gabinete y, cuando por fin me mandó llamar, se había mudado con sus mejores ropas y su barba y cabellos aparecían cuidadosamente peinados, pero su apariencia dejaba entrever algo inquietante y oscuro.
Sobre la mesa de su escritorio había un gran número papeles desparramados en los que pude reconocer su elegante escritura. Dándose cuenta de aquel descuido, los fue recogiendo uno a uno, disponiéndolos en orden casi castrense en una pila que después guardó con cuidado en un cajón.
Instintivamente miré hacia la chimenea. Estábamos a mediados de mayo, hacía buen tiempo y más de un mes que no se había encendido pero, tras el corta-fuegos de latón, un montón de cenizas ocupaban un espacio hasta aquel momento inmaculadamente limpio.
—Marie —me dijo—, quiero expresarte mi agradecimiento por todo lo que me has dado durante estos veintiún años de vida en común. Has sido el alma de esta Casa, una esposa solícita y una madre admirable.
Aquellas palabras y el tono en que las pronunció activaron una alarma en mi corazón. Él debió captar mi intranquilidad porque inmediatamente añadió:
—No deseo que te asustes, sino que me escuches con  atención. Además de todas tus virtudes, has dado prueba de una mente abierta y clara que muy pocas mujeres poseen y es por este motivo que he pensado en ti y en nadie más para encomendarte una misión en extremo importante. Si algo llegara a pasarme…
—¿Me hablas de riesgo y pretendes que no me asuste? ¿Qué está pasando, Francis?
—Tranquilízate. Estoy seguro de que no ignoras lo que sucedió durante la última reunión.
—Me di cuenta de que tus amigos se fueron enojados. En cuanto a ti, tu disgusto y frustración eran evidentes. Y estos últimos cuatro días…
—Eso no importa ahora. Hay partes de esta historia que ni siquiera a ti puedo revelarte.
Hizo una pausa para tomar aire y me invitó a sentarme frente a él.
—Lo que deseo que sepas es que esos a quienes tú llamas mis amigos son, en realidad, miembros de una Orden fundada hace más de diez siglos por mi antepasado Dagoberto II para proteger unos documentos altamente secretos. La Prioría de la Orden y la posesión de semejante tesoro de conocimiento han ido pasando de padres a hijos por la línea de primogenitura masculina de la familia Hautpoul. Comprenderás ahora, mi querida esposa, mis deseos de engendrar un heredero varón.
Asentí con la cabeza.
Comenzaba a comprender aquella y muchas otras cosas.
—No puedo confiar en mis compañeros de Logia. Durante siglos, los Hermanos han custodiado un secreto del que ignoraban la naturaleza. A lo largo del tiempo, su necedad les hizo creer que se trataba de un tesoro material. Hoy, la codicia de mis colegas les ha llevado más lejos: exigen que el tesoro pase a formar parte de las arcas de la Orden.
—¿Por eso discutíais?
—Sí, justamente por eso. Ante mi negativa reaccionaron violentamente, me acusaron de apropiarme de todo y me amenazaron con tomar por su mano lo que creían que yo no quería repartir amablemente.
Durante unos segundos hizo un silencio como si quisiera medir las palabras que pronunció a continuación.

—Es mi deseo que, sin un heredero varón que defienda este Legado, seas tú, mi querida esposa, quien se ocupe de él. Debes jurarme ante Dios que lo protegerás con tu propia vida y que lo mantendrás en el mayor de los secretos hasta que encuentres una persona a toda prueba honrada y digna de continuar esta tarea.
De mi libro "Sang Réal"

NO TENIM POR!


La calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona.
Federico García Lorca