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lunes, 22 de agosto de 2016

D.E.M. 26: Visión inquietante

Desafiando el poder del Mer Hekau Bak, del Sumo Sacerdote Amenemhotep y de su propio padre, trazaron un peligrosísimo plan para introducirse en secreto bajo El Horizonte de Jnum-Jufuy, seguir el angosto camino que les había llevado hasta el corazón de Per-Aset y desde allí atravesar la misteriosa puerta de piedra que había de llevarles hasta la Mesa Sagrada. Para ello, decidieron ampliar sus experiencias en la Gran Sala de los Murales desde donde, al mismo tiempo, podían estudiar a placer las costumbres de los sacerdotes guardianes.
Una tarde se encontraban los dos meditando frente una de aquellas pinturas que les atraía particularmente: el onceavo signo, una efigie de la diosa Sekhmet como representación del valor. La poderosa leona, que es el cuarto símbolo en el Camino de Aset, derrota a sus enemigos solamente con su fuerza interna. En estado de trance, Ramesés contempló una terrible escena: a través de los ojos de su mente, se vio a sí mismo representado dentro del mural, justo bajo la figura de la diosa. Estaba sentado en el Trono de Khem y sostenía entre sus manos el Heka y el Nejej de los Faraones. A su lado descansaba el cetro Sekhem, uno de los símbolos del poder mágico de la diosa, que es el que permite al Faraón mantener adecuadamente el Ma’at en todo el Valle del Hapi.
Una cobra real se le acercaba, amenazadoramente, al tiempo que la figura de la diosa Sekhmet parecía cobrar vida detrás de él, como si él y la imagen fueran una misma cosa. En su visión, que inmediatamente comprendió que estaba compartiendo con Nebchasetnebet, él podía experimentar sus propias emociones y comprobó cómo su corazón latía sobrecogido por el miedo: ¡Sentía un gran dolor en su corazón por un amor perdido y su Ka le había abandonado!
La serpiente era el Ba de un sacerdote apiru y ambos se enzarzaron en una dura pelea. En el transcurso de la misma, la serpiente consiguió arrebatarle a Ramesés su cetro SeKhem.
—Así como tú te has apropiado de la vida de mis hermanos, Ramesés —dijo la cobra—, así yo te despojo de todo tu poder mágico.
El apiru recuperó entonces su forma humana y lanzó al suelo el cetro SeKhem, que se convirtió a su vez en una enorme serpiente. Agarrándola por la cola, la serpiente recuperó su forma de bastón. Hizo esto por tres veces, para demostrarle a Ramesés que no sólo se había apropiado de sus poderes mágicos, sino que iba a utilizarlos en su propio beneficio.
La imagen se esfumó acto seguido y lo que mis hermanos pensaron en aquel primer momento fue que habían tenido una fantástica visión conjunta, probablemente inducida en sus mentes juveniles por la poderosa magia de los hekau.
Suponiendo que lo único que éstos pretendían al mostrarles una falsa imagen de Ramesés ocupando un Trono que por derecho pertenecía a Nebchasetnebet era enfrentarles entre sí para que desistieran de su desesperado intento de conocer los secretos de Per-Aset, hicieron caso omiso de aquella advertencia y olvidaron el asunto. 
De mi libro "Faraón sin Reino", sin editor.

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