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domingo, 23 de octubre de 2016

El hombre rojo de las Tullerías


En el palacio de las Tullerías habitaba un fantasma cuya aparición siempre presagiaba desgracias. Su historia está indisolublemente ligada a los tiempos turbulentos de Catalina de Médicis, si bien hay varias versiones del relato. Según una de ellas, el hombre sería un carnicero, de nombre Jean, que vivía no lejos de palacio. La reina construía su residencia de las Tullerías, y para ello había ordenado demoler algunas viviendas. Sus ocupantes se resignaron a abandonarlas; todos menos uno: el carnicero. Jean habría de pagar muy cara su rebeldía. 
Otros cuentan historias diferentes y afirman que la desgracia se abatió sobre él por haber entrado en conocimiento de algún inconfesable secreto de la Corona, mientras que un tercer relato convierte al personaje en uno de los hombres de confianza de la Médicis, a quien habría traicionado. Sea como fuere, todas las versiones continúan del mismo modo: la reina lo hizo asesinar. 
El encargado de cometer el crimen fue cierto caballero llamado de Neuville. Éste cumplió bien con su misión y atravesó certeramente con su espada el cuerpo de Jean. El moribundo ofreció cuanta resistencia pudo hasta su último aliento, pero, herido de muerte, finalmente cayó de rodillas mientras aún desafiaba a su asesino diciendo: 
—¡Malditos seáis, vos y vuestros amos! ¡Volveré! 
Luego se desplomó sin vida, empapado en su propia sangre. 
Poco impresionado por la amenaza y tras cerciorarse de que Jean ha muerto, Neuville se envuelve en su capa gris y abandona el lugar para ir a dar cuenta a la reina del éxito de la empresa. 
De repente, mientras atraviesa una callejuela sombría y solitaria, siente una especie de presencia hostil tras de sí. Con la impresión de estar siendo seguido, de llevar unos ojos clavados fijamente en su nuca, se vuelve y ve lo último que hubiera esperado ver: el muerto está allí en pie, a tres pasos de él, inmóvil, cubierto de sangre, contemplándolo desafiante. Aquella mirada lo hiela de espanto, mas, sin dejarse dominar por el pánico, Neuville reacciona con rapidez; desenvaina su rapière y lanza una estocada que incomprensiblemente sólo encuentra el vacío. Dos veces más ataca con su acero a la infernal aparición sin lograr atravesar más que el aire. 
Desconcertado, el caballero emprende el regreso a las Tullerías, pero no halla el cuerpo en la cabaña donde acaba de cometer el crimen. El cadáver ha desaparecido sin dejar rastro. 
Neuville corre a contarle a la reina lo sucedido. Catalina escucha imperturbable a aquel hombre que trae el rostro demudado. Aunque muy supersticiosa, hace falta mucho más para asustar a esa mujer. Menos impresionada que él, se burla del relato y le aconseja que se sosiegue y no piense cosas extrañas. 
Días más tarde la propia Catalina comienza a preocuparse: Cosme Ruggieri, su astrólogo, le confiesa que ha tenido una inquietante visión durante el sueño: se le había aparecido un fantasma envuelto en una bruma roja y, además de anunciarle que una maldición caería sobre la Médicis y sobre los futuros habitantes del palacio de las Tullerías, predijo la muerte de la reina. Según el espectro, ésta tendría lugar junto a Saint-Germain. “La construcción de las Tullerías será su perdición. Va a morir”, susurró aquella voz de ultratumba.
Tal vez la cosa hubiera terminado ahí de no ser porque, según esta leyenda, también la propia reina vio al fantasma cubierto de sangre al atravesar una pequeña estancia mal iluminada. Cuando sus damas corrieron a auxiliarla la oyeron murmurar: “¡El Hombre Rojo!”, y entonces se desmayó. 
Todo ello impulsa a Catalina a abandonar las Tullerías y a decidir no frecuentar jamás un lugar que lleve el nombre de Saint-Germain. Pero, como el destino no puede ser burlado y las maldiciones de los espectros menos aún, muchos años después, cuando fallece en Blois, el joven sacerdote enviado para darle la extremaunción se llamaba Laurent de Saint-Germain. Y junto a él murió. 
Durante los reinados de Carlos IX y Enrique III los trabajos en el palacio no se reanudaron, y por tanto el Hombre Rojo no apareció. No volvemos a tener noticias de él hasta el 13 de mayo de 1610, durante la ceremonia de coronación de María de Médicis. Al día siguiente Ravaillac asesinaba a Enrique IV. 
El fantasma parece haberse manifestado muchas veces durante el reinado de Luis XIV, tanto en Versalles como en el campo de batalla, y especialmente durante la Fronda. También fue visto la víspera de la muerte de Mazarino, y son muchos los que afirman que se apareció el mismo día en que falleció el rey. 
De vez en cuando continuó mostrándose hasta el siglo XIX para anunciar tragedias inminentes. Una noche de 1792, María Antonieta, mientras ocupaba unos aposentos en las Tullerías, se despertó sobresaltada y vio al hombrecillo a la cabecera de su cama. Volvió a encontrarse posteriormente con él, la mañana en que los amotinados asaltaron el palacio. Y al día siguiente de la partida de la familia real hacia Varennes, se cuenta que fue visto acostado en la cama del rey. 
En 1793 el Hombre Rojo se le apareció a un soldado que custodiaba los restos mortales de Marat, y continuó dejándose ver durante la República y el Imperio. Tocado con un sombrero rojo habría seguido a Napoleón a Egipto, pronosticándole la victoria. Sus apariciones en esa época fueron numerosas. Cuando Napoleón se casó con María Luisa, volvió a aparecer, pero el emperador, muy descortés, se negó a recibirlo. Y, por supuesto, también hizo acto de presencia la víspera de la batalla de Waterloo, faltaría más. 
La leyenda continuó hasta que el 26 de marzo de 1871 el palacio fue incendiado. En el momento en que explotaba el pabellón central, la gente que se arremolinaba para contemplar las llamas vio ante las ventanas de la sala de los mariscales a un espectro cubierto de sangre y rodeado de una bruma púrpura. Tendió los brazos hacia la multitud y desapareció. Después de eso nunca se le ha vuelto a ver. 

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