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sábado, 17 de octubre de 2015

Misterios de Montserrat: Fra Garí

El seny catalán parece hoy bien poco relacionado con la transmutación de los metales, considerada como una quimera fascinadora si, pero quimera al fin y al cabo. Sin embargo, existieron incluso reyes alquimistas y un sinnúmero de leyendas nos hablan de un universo de transformación de la materia en oro, del cuerpo en oro espiritual.
Cerca de la calle Comtal de Barcelona, en la calle de las Magdalenas, hay un edificio singular, el Palau Valldaura, que fue palacio del Conde Guifré el Pelòs y al mismo tiempo la cárcel de Fra Garí. La de Fra Joan Garí es una de las leyendas catalanas más conocidas, cuya inspiración hermética es innegable y que pasa por ser un ingenuo divertimiento para niños.
Fra Garí era un ermitaño de la montaña mágica de Montserrat famoso por su santidad y poder de sanar. Un día el diablo decide tentarlo y en su infinita maldad, hace que el conde Guifré le envíe a su hija enferma, la bella Riquilda, para que Fra Garí la sane. Al llegar la muchacha a la montaña sagrada, Fra Garí la viola; luego, horrorizado por su pecado, la mata.
Arrepentido, Fra Garí decide implorar el perdón del papa. La montaña sagrada ha sido profanada por su pecado y los prodigios y malos augurios se suceden durante su peregrinación: una piedra se comba por su peso, las plantas mueren a su paso y finalmente al llegar a la Ciudad Eterna el Papa no puede oír las campanas que doblan al recibirlo.
El Papa tras ser informado por Fra Garí de su horrible pecado le comunica que ignora si el Cielo le perdonará: para tener un augurio, el Santo Padre trazó un círculo en torno al ermitaño: si las entrañas de la tierra se lo tragaban, él nada podría hacer, si no ocurría esto estaría en condiciones de imponerle una penitencia. La Tierra no se lo tragó. La penitencia consistió en que Fra Garí debería andar a cuatro patas como un animal, sin comer otra cosa que hierbas y raíces, lavarse ni cortarse el pelo, hasta que un día el Niño Jesús lo liberara de su culpa. Así regresó a la Montaña Sagrada y durante años llevó esta vida animalesca.
Años más tarde, en el curso de una cacería en Montserrat, el conde Guifre divisó la forma salvaje de Fra Garí, ignorando quién era; pensando que era una bestia extraña lo capturó y se lo llevo a su palacio barcelonés; por entonces Fra Garí ya estaba convertido en un amasijo extraño de suciedad, pelos que le llegaban a los pies, etc. En el curso de un bautizo Guifré hizo que trajeran a la fiesta a Fra Garí para ver si alguien podía decir de qué animal se trataba. Al llegar a la sala, Fra Garí bailó y se contorsionó hasta que el niño recién bautizado exclamó, contra todo pronóstico: “Fra Garí, levántate, que Dios te ha perdonado” Y Fra Garí se alzó. Ante la fiesta Fra Garí explica su historia y el buen conde le expresa su deseo de encontrar el cadáver de su hija. Parte la comitiva hasta Montserrat y encuentran que la doncella ha resucitado.
La figura de Fra Garí es el buscador, el peregrino, que vivió en un estado edénico hasta que la atracción por la materia lo precipitó en la “caída”. Esta atracción está representada por Riquilda, hija del Conde Guifré: este último representa el Todopoder, en términos herméticos, el “Spiritus mundi”, del que Riquilda es una parte, símbolo del alma individual. Pero la unión entre un buscador no suficientemente purificado con el núcleo central de la personalidad -el alma- no puede sino ser fatal. El alma es ahogada -asesinada- por los impulsos materiales, en este caso de Fra Garí. Este peso de lo material se muestra en el episodio de la piedra combada por el peso del ermitaño, que, por otra parte, a su paso, produce la muerte de las plantas.
Pero aún queda esperanza para él: el fuego-calor de las entrañas de la tierra no se lo traga: hay algo en él, todavía que le permitirá manifestar el “fuego luz” que lleva dentro, pero para ello deberá “mortificar la materia”. Es por eso que el Papa le condena a vivir en posición que indica caída, muerte, como un animal en posición horizontal. La “materia prima” se va purgando y evidencia toda su suciedad en forma de larga pelambrera que cubre al pobre ermitaño. Es, finalmente, un niño -un hombre nuevo- el que lo redime y le permite adoptar nuevamente la posición vertical erguida. Las contorsiones que realiza Fra Garí antes de que el niño le autorice a alzarse son la dramatización de las violentas reacciones de la materia hasta la última etapa de perfeccionamiento de la misma.
Es en esta última fase cuando Fra Garí se reúne otra vez en la montaña mágica con su amada, que está viva y fresca como una rosa: el alma individual ha salido del estado de latencia en el que se encontraba.
La más alta y noble de las ciencias tradicionales, la alquimia, fue incuestionablemente practicada sobre suelo barcelonés.

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