“¡Qué quieta está la noche, Sen-en-Mut!
Sóthep brilla en el cielo con todo su esplendor, el Iteru ha comenzado su crecida y el Valle reverdece.
¡Y cuán bella es tu obra...! Recuerda aquellos templos de lugares lejanos, olvidados ya por la mente del hombre.
No importa que la Corte no te acepte, no importan aquellos que te envidian: mi templo brillará más allá de las Eras, cuando tú y yo viajemos en la Nave de los Millones de Años. No esperes que los hombres entiendan las obras de los Hijos de los Dioses.
Yo no escucho a esas lenguas viperinas que procuran tu mal, porque los dos sabemos que deben acatar la orden de su Reina. Sé que me amas, que amas a mis hijas y que a las tres nos proteges con tu vida.
No te aflijas: encontrarás la forma de conectar tu tumba con la mía y nuestros Kau viajarán juntos toda una Eternidad.
Incluso la montaña parece que intenta separarnos... Mientras pienso, mis ojos la recorren roca a roca. A la luz de la luna, esas piedras rojizas me parecen de plata.
Sobre el suelo, a unos pasos, refulge el lino de las túnicas que dejamos caer de cualquier modo. Tu casco de arquitecto, tumbado sobre ellas, refleja la luz y las formas del templo, y las altera: Veo el templo en ruinas, no queda ya ni un árbol en el Valle y tú y yo seguimos separados, pero juntos aún, tras los miles de años.
Nadie nos busca aquí...
Dentro de poco, el lugar cambiará cuando las trompas resuenen en el Valle y empiecen los servicios religiosos. Presidiré los actos revestida de Gran Sacerdotisa y consagraré el templo a mi Ka y al de mi padre. Como Tutor Real, llevarás a tu lado a mi hija mayor y las envidias serán aún más grandes.
Pero ahora el lugar aún es nuestro: tuyo y mío.
Tumbada junto a ti, el tiempo se detiene. Los guijarros del suelo me parecen una cama más suave que mi lecho real y tu brazo, al rodear mis hombros, la muralla que me aísla del mundo.
¡Cómo me asombra siempre que esos brazos tan fuertes, que esas manos tan rudas, tengan tanta ternura! Es un momento mágico que se pierde en las brumas del tiempo, que ha hecho santo el amor bajo el claro de luna.
Hoy elevo a los Dioses una sola plegaria: Que tal vez algún día, dentro de muchos años, podamos recordarlo.”
De "La Hija de los Dioses"
Hay una raza de hombres, hay una raza de dioses. Cada una de ellas saca su aliento vital de la misma Madre, pero sus poderes son diversos, de suerte que unos no son nada y otros son los dueños del cielo , que es su ciudadela para siempre. Sin embargo, todos nosotros participamos de la Gran Inteligencia; tenemos un poco de la fuerza de los inmortales, aunque no sepamos lo que el día nos tiene reservado, lo que el destino nos tiene preparado antes de que cierre la noche. Píndaro, "Oda"
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