Prólogo
Siempre fui suya.
Desde el primer momento en que le ví, desde siempre. Como si hubiéramos sido una sola Esencia desde que el mundo es mundo.
Pero hubo un tiempo en el que también fui de otro.
Como si algún dios malvado quisiera hacerme burla, reunió en un hombre todas las virtudes del cielo y en otro todos los dones de la tierra. Y, retorciendo el hilo del destino, los dos me amaron en igual medida.
El río soñoliento se desliza ante mis ojos con una lentitud cansada de contemplar dolores sin remiendo. El sol se está ocultando tras la que había de ser mi última morada y la luz mortecina de la tarde arrastra soledades y colores de un tiempo en que fui hermosa.
Un viento sepulcral empuja tempestades de arena y miedo, mientras recorro con la vista la Ciudad de la Luz , hoy lóbrega y vacía. Aquellos que se fueron me persiguen llorando, mientras el Hapi muere y hombres que no conozco destruyen las estatuas.
Estoy viva aún, pero por poco tiempo. Cuando la muerte llegue a relevarle, él se marchará con las manos y el corazón vacíos. Cuando decline el sol, cuando el río se vuelva frío y tenebroso.
Mientras, en la penumbra de algún lugar inexplorado, yo le veré marcharse para siempre, el alma traspasada por mi último suspiro y en los labios el frío de mi último beso.
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