Algo
extraño me dice que la tarde ha detenido su marcha; el dolor por su muerte sigue
vivo y el recuerdo lacera mi alma desmembrada.
Llueve.
Miro
por la ventana y el agua fatigada se pierde entre mis manos; agua que furiosa insiste en mis dedos, despertando aquellos dolores enmascarados en la rosa demente, desgarrados en el abandono y en un silencio de isla, sin pájaros ni ramas.
Tal vez en la colina agoniza un centauro. Allá abajo, un perro que confunde el trueno de la tormenta con el trueno de la guerra, sigue empeñado en otra guerra en la que no distingo el ladrido del perro del de la muerte.
Entre
estos muros, exangües sombras del tiempo han venido a inquietarme, como pájaros
negros que contemplan mis últimas horas.
Escribo todo
lo que nunca quise ver.
Es
el final, el aroma azul de la tristeza, el espesor de un óxido que hace crujir la
historia.
LLAMADME OLYMPIA
LLAMADME OLYMPIA
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