Un
rumor de piedrecillas entrechocadas que deshace su collar en la profundidad, en
pasados adioses, en la ondulación de algas de un viejo amor, un jadeo de
burbujas en el círculo de la campana marina, el salobre sabor del horizonte
hasta el graznido de la gaviota que desaparece. Es esta líquida diosa del remolino y de la calma transparente, el chapoteo de una canción ahogada hasta
la blanca dulzura de la arena en la herrumbre de los puertos, en la luz
brillante y en el oleaje de la memoria.
Ella
despierta ante su vista el tumulto, la ansiedad de la sangre y el estremecimiento de la piel que suplica y tiembla con el estertor de lo que
huye en la corriente hacia la entraña saqueada, la furia del despojo y la
inocencia de unos huesos de nadie en la playa entre los pétalos de la espuma y
el beso lunar.
Boca
entreabierta, la gran cabellera se despliega en el agua quemada, en la pureza insondable, tal pánico, tal posesión, tal desborde de plenitud en
el alma, para exaltar toda oración de gracia por la hoguera del instante.
Devoradora y compasiva entre las sueltas raíces de la brújula, entre el desorden de los sentidos hacia el foco central donde resuena el mundo.
Diosa amada del mar, divinidad del deseo del horizonte y los espíritus de la inconstancia, allí donde la negra tendida al sol de la orilla, sabe que ni el sol ni la espuma dejarán de mezclar las músicas en la eternidad, fosforece en la ola embrujada y en los labios del hombre también hijo del mar y de toda lejanía.
Devoradora y compasiva entre las sueltas raíces de la brújula, entre el desorden de los sentidos hacia el foco central donde resuena el mundo.
Diosa amada del mar, divinidad del deseo del horizonte y los espíritus de la inconstancia, allí donde la negra tendida al sol de la orilla, sabe que ni el sol ni la espuma dejarán de mezclar las músicas en la eternidad, fosforece en la ola embrujada y en los labios del hombre también hijo del mar y de toda lejanía.
Reina poderosa del mar; Tú que tienes las llaves de
las cataratas del universo y que encierras las aguas subterráneas en las
profundidades de la tierra; Reina del diluvio y de las lluvias de primavera y
de las aguas torrenciales; Tú, que abres los manantiales de los ríos y de las
fuentes; Tú, que mandas a la
humedad, que es como la sangre de la tierra, convertirse en savia de las
plantas ¡Te adoramos y te invocamos! A nosotros, tus miserables y móviles
criaturas, háblanos en las grandes conmociones del mar y temblaremos ante ti;
háblanos también en el murmullo de las aguas límpidas, y desearemos tu amor; ¡Oh inmensidad, en la cual van a perderse
todos los ríos del ser, que incesantemente renacen en ti! ¡Oh océano de
perfecciones infinitas! ¡Altura desde la cual nos miras en la profundidad,
profundidad que exhalas en la altura, Condúcenos
a la verdadera vida, por el camino de la inteligencia y el amor, Condúcenos
a la inmortalidad del sacrificio, a fin de que nos encontremos dignos de
ofrecerte algún día el agua, la sangre y las lágrimas, por la remisión de los
errores.
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