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La Esencia de la Diosa vive en el corazón de cada mujer y en el de algunos hombres sensibles que saben serlo sin perder por ello su masculinidad. Espero de todo corazón que te guste el contenido de esta página y te animo a participar en ella activamente publicando tus comentarios o utilizando el botón "g+1" para recomendar las entradas que te gusten.

sábado, 1 de marzo de 2014

LAS LÁGRIMAS DE ISIS

Perdí la noción del tiempo disfrutando de mi improvisado aislamiento, sentada en la popa de la embarcación. Un paisaje de palmeras y huertos, incomparablemente verde, se destacaba sobre un fondo desértico de pequeñas colinas doradas y rojizas que parecían desplazarse lentamente hacia atrás, como si pudieran viajar por el tiempo y el espacio. 
Con la vista perdida en las caprichosas estelas que formaba el agua a medida que avanzábamos, disfrutaba de una intimidad totalmente inesperada. A mi espalda soplaba una suave brisa que, unida a la corriente despaciosa del Hapi, hacía innecesario el trabajo de los remeros. El silencio hubiera sido absoluto de no ser por las risas de Meritatón y el eco de sus incesantes correteos sobre la cubierta de madera, que llegaban hasta mis oídos amortiguados por una inexistente lejanía.
El sol comenzaba a descender sobre la orilla derecha, esplendoroso y rojizo en su barca dorada.
Todos te miran pasar por encima, pues eres el Atón del día sobre la tierra. Mas cuando has partido, cuando duermen todos los ojos que tú has creado, cuando nadie puede contemplar tus obras, estás muy dentro de mi corazón y no hay nadie que te conozca… —murmuré absorta por el bellísimo espectáculo.
—¡Madre!
Mi hija mayor, que había aprovechado un descuido de Tiyi para llegar corriendo hasta mí, me sacó de mi ensimismamiento.
Tras ella llegó la Tutora Real, acalorada y confundida, ensayando un millón de excusas.
—¡Oh, Señora! Disculpa a tu hija y a esta sierva inútil que…
No acababa de acostumbrarme a aquel trato servil del que me hacía objeto mi buena madrastra. Pero me había convertido en Reina y así era el rígido protocolo de la Corte, que yo estaba dispuesta a modificar.
—No importa, Tiyi querida… Dejemos que la Princesa se siente en mi regazo y juntas contemplaremos la belleza de Atón en las aguas del río.
—¿A donde va toda esta agua, madre? —preguntó Meritatón con su media lengua.
—Al mar, niña mía.
—¿Y qué hace el agua allí?
—Funde sus miles de gotas con las gotas que allí encuentra. De igual manera, nuestros Kau se unirán en la gloria del Creador cuando llegue el momento de ir a su encuentro.
Tal vez mi hija era aún demasiado pequeña para entender aquellas palabras, pero Amenhotep la había acostumbrado a escucharlas casi desde que nació. Ella se había quedado muy seria tras mi última respuesta y utilizó un apelativo cariñoso por el que había aprendido a llamarme, para preguntar:
—¿Cómo es el mar, Hati?
—Inmenso, como el poder de nuestro Señor.
—¿Más grande que el Hapi?
—No importunes a tu madre con tantas preguntas, Meritatón.
—Déjala, mi buena Tiyi. Una hija jamás podría importunar a su madre, sino todo lo contrario. Es normal que pregunte —la reñí dulcemente.
Luego me volví hacia mi pequeña, cuya carita ansiosa esperaba mi respuesta.
—Imagina una inmensa llanura sin fin y llénala de agua: así es el mar.
—¿Podré yo ser algún día un pez, madre?
—¿Y para qué quiere mi princesita ser un pez? —reí, divertida por la extraña pregunta.
—Para viajar como ellos en el agua del Hapi y llegar al mar.
—No, mi niña, tú nunca serás un pez; pero un día podrás ver el mar, te lo prometo. Además… el agua del mar es muy salada y si los peces del río llegaran hasta allí, morirían.
La promesa de ver el mar había dibujado en su carita una encantadora sonrisa, que desapareció como por encanto ante la imagen de los peces muertos.
—¿Y para qué sirve toda esa agua, si los peces no pueden jugar en ella?
—Otros peces distintos viven allí, peces que gustan de la sal del agua. El Creador que puso las aves en el cielo y las bestias sobre la tierra, repartió a los habitantes de las aguas según sus características.
—¿El Creador que puso el sol en el cielo?
Me sentí orgullosa de los avances de mi hija.
—Un sol que ya se oculta, Princesa —intervino Tiyi—. Señora, permite que lleve a la niña a tomar su comida de la noche.
Dicho esto, hizo ademán de tomarla en sus brazos. Pero Meritatón no estaba dispuesta a olvidar el repentino interés que la idea de una llanura repleta de agua había suscitado en su tierno corazón.
—Tiyi… ¿tú sabes por qué el agua del mar es salada?
—Es por causa de la bella Aset. Cuentan que, al morir su esposo, su dolor fue tan intenso que lloró sin parar durante cuarenta días con sus noches. Entonces, una gran parte de las Tierras Bajas se inundó con sus lágrimas.
—¿La… diosa? ¿Aset?
De entre todos los falsos dioses de la antigua religión, aquella en la que fui educada y en cuyas creencias crecí, Aset la Bella, la Grande en Magia, había sido mi preferida y la que siempre despertó en mí un interés especial. Sin embargo, y a pesar de que algo en mi interior se resistía a admitir que ella formara parte de una gran mentira, respondí:
—Un único Dios existe, hija mía. Recuerda las enseñanzas de tu padre.
—¿Entonces no es verdad lo que cuenta Tiyi?
—No, mi querida. Nadie miente —la voz que ahora respondía a la pregunta de la niña llegó desde mi espalda.
Antes de que tuviera tiempo de volver el rostro hacia mi esposo, unas manos cariñosas se apoyaron sobre mis hombros. Cómo intuyendo la lucha que se desarrollaba en mi interior, Amenhotep respondió a su hija con las mismas palabras.
Aset existió realmente; eso es lo que yo creo. Y también existieron esos otros seres a quienes los infieles llaman dioses, pero ninguno de ellos lo es. Todos ellos son Hijos del Dios Verdadero que hace mucho, muchísimo tiempo, existieron realmente y vivieron en estas tierras, como tú y como yo.
—Entonces, padre, ¿Aset era una mujer?

—Era… es alguien muy especial, hija mía. Aset es una gran Mujer —y con esto dio por zanjada su explicación—. Y ahora, vete en paz y acompaña a Tiyi para tomar tu comida. Yo vendré luego a verte, como todas las noches, para pedirle al Creador que vele tus sueños, mi pequeña princesa.

De mi libro "Cuando declina el sol"

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