Había algo en él que nunca antes se había
manifestado, algo muy parecido a la ternura. Su beso, aquel intercambio de
alientos que me permitía adquirir una parte de su Esencia, fue aquel día el más
dulce que jamás he conocido.
Algo inexplicable se abrió en mi interior.
Como una flor que hubiera esperado durante siglos una gota de rocío, me abrí a
sus caricias desesperadamente, deseando que aquel goce distinto no terminase
jamás.
Fuimos
llevados al límite de una experiencia mágica, con una finalidad preconcebida y
la sensación vivida no fue, ni de lejos, acorde a lo previsto. Podía haber
imaginado mil sensaciones distintas, un éxtasis más allá de lo humano, pero
nada comparable a lo que estaba a punto de sucedernos.
Al
principio fue así: solo un éxtasis, una borrachera, un acercamiento a otro
plano. El sexo era tan solo el vehículo que hacía posible una Unidad perdida.
Pero todo cambió en un solo segundo y toda aquella armonía, aquella suavidad,
se transformó en una espiral de fuerza irresistible. Algo dentro de mí, en un
lugar perdido de mi anatomía que aún ahora no sabría definir, reclamaba con
todas sus fuerzas algo que ni yo misma sabía lo que era. En aquel mismo
instante, le pedí al Dios de Dioses que acabara con aquel deseo agónico. Y ese
Dios me escuchó: el ritmo de nuestros cuerpos cambió al momento y se convirtió
en algo brutal, casi salvaje. Tal vez grité; no puedo recordarlo. Entonces
sucedió esa explosión interna. No era un espasmo, o quizá sí: Puede que se
mezclaran las dos cosas, o una era la consecuencia lógica de la otra.
Algo
muy fino y frío, como un punzón de hielo, se clavó en mi cabeza y la sentí
estallar. Luego, descendió por la columna y se quedó anclado en un lugar
concreto, entre mi corazón y la cintura; allí se concentró en un punto
incandescente que me perforaba y crecía en mi interior hasta explotar hacia
adentro en un millón de luces.
No
era un espasmo; no. El espasmo es más físico y viaja desde el corazón hasta la
piel, es una sensación que explota y luego calla. Yo lo seguía sintiendo más
allá del contacto, más allá de respirar su aliento.
Me
quedé agarrotada; no sentía mi cuerpo.
Solo
sé que, cuando me di la vuelta y me quedé tumbada boca arriba, “Algo” salió de
mí. Fue lo más parecido a dar a luz, aunque esta vez, la Luz , fuera la verdadera. Es
algo muy insólito puesto en la boca de quien nunca antes tuvo un hijo...
Es
curioso como se puede ser actor y espectador al mismo tiempo. Podía verme a mí
misma con una frialdad casi absoluta y juzgar al momento cuanto me estaba
ocurriendo.
Una
parte de mí estaba en la tierra y me decía que yo era sólo un vehículo, un
instrumento. Otra parte de mí estaba con Senenmut, en un lugar distinto.
Curiosamente, eran sólo nuestros Bau los que se Amaban; los cuerpos únicamente
los seguían.
Sé
que eso solo puedo entenderlo yo… y él, si acaso. De haber sido nuestro primer
contacto, hubiera yo pensado que se trataba de un delirio de mi mente, Descontrolada
por la energía del momento mágico.
Por
fin, respiré profundamente y me relajé.
Sin
embargo, al darme la vuelta, pude ver una silueta extraña
que se dibujaba al contraluz de las lámparas de aceite. De pié, junto al lecho, nos observaba con una expresión entre dulce y paciente. Yo me quedé alelada y no sé cuanto tiempo pasó, ni lo que hicimos. Solo sé que, en algún momento, Senenmut debió devolverme a la realidad.
que se dibujaba al contraluz de las lámparas de aceite. De pié, junto al lecho, nos observaba con una expresión entre dulce y paciente. Yo me quedé alelada y no sé cuanto tiempo pasó, ni lo que hicimos. Solo sé que, en algún momento, Senenmut debió devolverme a la realidad.
Pero
cuando él se durmió, le vi otra vez allí, contemplándonos en silencio. Percibí
su energía y, aún sabiendo que se trataba de una Unidad perfecta, la sentí
femenina y sonreí. Él/Ella sonrió a su vez y, al hacerlo, su ser entero creció
mientras su luz aumentaba.
Hablamos
mucho rato en un diálogo mudo: sin palabras, sin idiomas, sin barreras.
Me
dijo que era el/la responsable de la sexualidad humana, y que son el Sexo y el
Amor verdadero entre un “Par de Iguales”, la única llave que puede abrir la
puerta para que un ser de otro mundo penetre en nuestro mundo de materia.
—Intimidad
de un Par que no pueden ser Uno más que en breves instantes, hasta que
desencarnen —dijo.
Yo
le sonreí sin entenderle.
Luego,
aquel Ser nos sumió en un sueño profundo que duró pocas horas.
Soñé
que estaba en un lugar distinto, vestida con ropas extrañas y a mi lado estaba
un muchacho desconocido al que, sin embargo, conocía muy bien. Ambos corríamos
como locos por un prado tachonado de flores pequeñísimas de mil colores
distintos, huyendo de una voz que me llamaba a lo lejos. Él sujetaba mi mano,
mientras tiraba de mí por una suave pendiente que acababa junto a la orilla de
un tranquilo lago. Exhaustos, habíamos caído entre risas sobre una hierba
mullida, distinta de cuantas he visto jamás. Por un momento, nuestros alientos
se habían confundido y una oleada de placer, semejante a las que había sentido
aquella noche, me sacudía.
En
el sueño, me sorprendió comprobar que nuestras bocas se unían y disfrutábamos
del placer de explorarlas, igual como cuando unimos las narices respirando cada
uno el aliento del otro. Vi como mis labios respondían de igual forma al
extraño beso y entonces me di cuenta: supe que aquel muchacho no era otro más
que Senenmut y que, en la mirada de sus ojos negros, todo pupilas, se reflejaba
la misma llama que ardía en los ojos oscuros de mi amante. Mi mano pequeña
recorría su rostro, como intentando memorizar cada una de sus facciones.
Entonces reparé en las diferencias: mi mano era distinta: tenía un dedo menos y
mi piel era tan blanca que parecía azul; mi talla era menguada con respecto a
la suya y, sobre la tersa superficie del agua se reflejaban los ocasos de dos
soles de distinto tamaño que dibujaban órbitas desiguales por un cielo de
extraño color.
Desperté
insólitamente descansada: la tensión en la nuca y en la espalda, que en los últimos
días no me abandonaba, había desaparecido. Me quedé contemplando el sueño
plácido de Senenmut, mientras reflexionaba sobre mi extraño espejismo. Al poco
él despertó como de un encantamiento, me miró intensamente y dijo con voz
susurrante:
—Pensarás
que estoy loco, mi Reina… —aquel tratamiento en sus labios me hizo estremecer—
pero he visto cosas… no de este mundo.
—También
yo las he visto.
—Vi
una luz azul que te rodeaba y era tan pura y tan brillante, que parecía blanca —dijo,
sin reparar en mis palabras—. La luz salía de tu interior y tú te hiciste
pequeña y graciosa. Hubiera querido mimarte como a una niña y adorarte como a
una diosa.
Su mano me acariciaba suavemente y sus ojos
estaban prendidos en los míos, como jamás pensé que fuera capaz de hacerlo.
Había una devoción desconocida en su actitud.
—Vi abrirse un espacio detrás de ti, como una
puerta procedente de la Nada.
A través de ella entró alguien, tal vez un dios, que vino a
colocarse junto a nosotros. No sabría definir si era hombre o mujer, pero me
pareció muy bello. Me sonrió y escuché sus palabras sin voz que me decían que
la potencia oculta del acto sexual es la semilla de toda la creatividad. Me
ordenó que cuidara de ti y que te defendiera con mi propia vida.
Había visto lo mismo que yo y a un mismo
tiempo, pero ¿Cómo era posible que ese ser nos hablara a ambos a la vez, con
palabras distintas? Ciertamente debía ser, si no un dios o una diosa, un
mensajero.
—Me dijo —continuó– que, como parte de tu
educación, te fueron revelados los secretos del Heka y del Sexo Sagrado. Me ha
explicado que estos Secretos están reservados únicamente a Faraones y
sacerdotes como iniciados en los Misterios y herederos de una cultura
superior, porque únicamente los descendientes de los dioses podéis manejar
el poder de forma inteligente.
Senenmut se había interrumpido, como si
temiera que estaba revelando algo que debía seguir oculto.
—¿Qué más ha dicho?
—Ha dicho que un día todo el poder del País de
las Dos Tierras reposará en tus manos. Ese día tú podrás hacer aquello para lo
que has sido enviada y yo… deberé estar a tu lado para protegerte.
—¿Protegerme, de qué?
Por toda respuesta, el torció la cabeza.
Hoy creo que me ocultó una parte importante
de aquella revelación, pero en aquel momento pensé que habíamos sido víctimas
de los efectos de la mandrágora y de nuestro propio ardor.
Del Capítulo 20 de "La Hija de los Dioses"
Del Capítulo 20 de "La Hija de los Dioses"