Cediendo a mi
petición, Shu me condujo hasta E-Djn en una de aquellas pequeñas y extrañas
naves que se arrastraban. El lugar estaba casi en el otro extremo del planeta,
dentro de la misma franja cálida.
Había sido la casa del abuelo Pi-Tah y fue construida cuando todavía
el planeta era un inmenso lodazal con zonas cubiertas enteramente por el agua.
El abuelo había aprovechado las mismas obras de ingeniería hidráulica que
estaba realizando para levantar una bien acondicionada mansión junto al mar, en
una zona pantanosa cerca del lugar proyectado para la extracción del oro. La
construcción estaba rodeada de afluentes naturales de agua, con abundantes
estanques y jardines, como a él le gustaba. Había instalado allí su propio
laboratorio, amplio y cómodo, que gozaba de una climatización idónea para
trabajar.
El lugar estaba lo bastante alejado de la zona habitada como para
garantizar mi privacidad, exactamente como yo había pedido. Shu había hecho
algunas pequeñas modificaciones para convertirlo en mi lugar de trabajo,
añadiendo algunos edificios anexos para la guardia mesniu y el servicio. También
había dispuesto que el avituallamiento fuera traído tres veces al día desde
Sártax.
Observé que alrededor de la casa había un amplio espacio abierto y
que el terreno era muy fértil, ideal para lo que yo pretendía.
Me sentí mucho mejor en cuanto penetré en el interior. Ya no
sentía sobre mí aquella pesadez molesta, así que supuse que el abuelo tenía instalado
un campo gravitacional artificial. Había magníficas estancias, con su
inevitable estanque interior. Habían sido mantenidas así para ofrecer un
descanso ocasional, o incluso para pasar la noche en caso de necesidad. Pero yo
vi en ellas una magnífica oportunidad de liberarme de mis hermanos al menos
temporalmente.
- Quiero que trasladen aquí todas mis cosas. Me instalaré en esta
cámara, junto al laboratorio. Mis doncellas pueden ocupar las estancias que se
encuentran al otro extremo de la casa. No deseo otro servicio, de manera que
haz desalojar edificio contiguo para alojar a mis asistentes y da órdenes de
que se construya un pasadizo que conecte sus estancias con el laboratorio, sin
necesidad de salir al exterior.
- Haré que te traigan todo lo que pides, en cuanto amanezca.
- ¡Ahora, Shu!. No voy moverme de aquí. También quiero que trasladen
de inmediato todo el equipo y el material que vino conmigo.
El estupor se había dibujado en su rostro, pero no replicó.
Mis asistentes y los componentes del equipo científico que había
viajado conmigo a Tâ no tardaron demasiado en llegar, acompañados por varios
mesniu que trasportaban sus pertenencias y todo mi equipaje personal.
Mientras mis doncellas se apresuraban en disponerlo todo, yo me
sumergí en el cálido estanque. Incluso el agua me pareció más densa, pero ofrecía
una agradable sensación de flotabilidad. A través del amplio ventanal cerrado
vi una luz muy tenue teñir de rojo el horizonte. En apenas instantes, un disco
rojo empezó a aparecer y se elevó rápidamente. La oscuridad había terminado;
los días de Tâ eran cortos y las noches excesivamente largas y negras.
Enseguida llegaron emisarios desde la casa de Shu con manjares de
todo tipo. Traían curiosas frutas que yo nunca había visto, muy ricas en agua.
Me agradó especialmente una de hermoso color amarillo y sabor muy ácido, una
variedad de cítrico que se había adaptado al medio variando de color y de
sabor.
El material técnico que habíamos traído de Tristya no había
llegado todavía, así que, mientras esperaba, me tumbé sobre el agradable lecho
que habían preparado para mí y me quedé profundamente dormida.
- Princesa, debes despertar –la voz de 3Sw (Aso) me había
sobresaltado. Aso era mi asistente de laboratorio y mi amiga; una magnífica
científica que había venido conmigo para ayudarme en mi trabajo.
No era consciente cuanto tiempo había pasado durmiendo. Aquel
extraño de tiempo de Tâ, al que tanto me iba a costar acostumbrarme.
- Tu regenerador celular está preparado, debes entrar en él de
inmediato.
Efectivamente, lo habían instalado junto al lecho. El cansancio a
mi llegada era tan intenso, que ni siquiera les había oído. Al levantarme, vi
mi imagen en el espejo y pude comprobar los signos del agotamiento y del rápido
deterioro. Me metí en el regenerador sin protestar. El proceso era rápido y,
cuando salí, comprobé con satisfacción que me sentía mucho mejor y más ágil.
Entonces solicité la presencia de Shu, que no tardó en aparecer.
- Quiero inspeccionar el planeta y quiero que me traigan a E-Djn un
ejemplar de cada especie animal y vegetal. Deseo verificar cada una de las
mutaciones genéticas que se han producido en ellos.
- Serás complacida, Señora.
- También quiero que ordenes convertir el espacio trasero que existe
junto al laboratorio en un jardín cerrado y protegido que contenga toda clase
de plantas y frutos comestibles. Deberá estar perfectamente climatizado y tener
paneles practicables e invisibles no sólo a su alrededor, sino también en la
cubierta; quiero que me permitan observar sin ser vista todos y cada uno de los
rincones del jardín, pero es muy importante que desde el interior no parezca un
espacio limitado, sino abierto e integrado en el resto del paisaje.
- Haré que arquitectos y técnicos se pongan a trabajar de inmediato.
- Quiero supervisar su trabajo personalmente.
Aunque los movimientos de rotación de Tâ que llamamos días, eran
de una duración semejante a los nuestros, no sucedía lo mismo con nuestros sars
y el movimiento de traslación de Tâ alrededor de su estrella (año), que era
excesivamente rápido. A pesar de que me acostumbré mucho más pronto de lo que
en un principio esperaba, el tiempo se me hacía interminable.
En Tristya había pasado apenas una estación desde que salimos,
mientras que, en ese mismo tiempo, Tâ debía haber girado ya más de cien veces
alrededor de su sol. El ciclo alrededor de nuestra estrella central está
dividido en tres partes, que llamamos estaciones.
A pesar de hablar con ellos con mucha frecuencia, mi espíritu
añoraba a mi esposo, a mi padre y, por encima de todo, a mi niñita. Algunas
veces, durante las largas noches, Úsier y yo nos reuníamos en Esencia. En
aquellas especiales ocasiones yo abandonaba todo mi trabajo y me fundía con él
en el espacio, hasta perder la noción del tiempo. Ese era mi único consuelo.
Mientras los trabajos de construcción de mi jardín avanzaban, yo
me había dedicado a estudiar la flora y la fauna del planeta. Ocasionalmente
Set iba conmigo, pero siempre con la compañía de varios mesniu, de Shu e
incluso a veces de Nebtius.
La variedad de simio mutante de la que Padre me había hablado
ofrecía, realmente, grandes posibilidades. Con unas pequeñas modificaciones en
su código de vida, serían idóneos para el trabajo. Tenía ya una idea clara de
lo que quería hacer.
Los arquitectos habían diseñado para mí un espacio ideal, rodeado
por un campo magnético invisible que, a la vez que lo aislaba, lo protegía del
exterior manteniéndolo cerrado. Un ingenioso sistema permitía abrir pasadizos secretos
ocasionales a través del jardín, por los que podía desplazarme hasta el lugar
deseado sin ser percibida por sus ocupantes.
Cuando por fin estuvo terminado, hice trasladar a él a varios
especímenes que había seleccionado cuidadosamente durante mis inspecciones.
Separamos a los machos de las hembras y, tras una nueva selección, elegí a
catorce de ellas.
Sumí a cinco de los machos que me parecieron más adecuados para
mis propósitos en un sueño profundo y extraje muestras del código de vida de su
sangre, de su médula ósea y de su semilla. Luego fueron dejados en libertad
junto con el resto de ejemplares rechazados.
Mantuve a las catorce hembras y las coloqué en el jardín. Ellas,
tras un par de días de desconcierto, se aclimataron bien a su nuevo hábitat.
Mientras tanto, yo modifiqué los códigos de vida de las muestras tomadas a los
machos a partir nuestro propio Código Vital, procedente de semillas donadas a la Casa de la Vida , que habíamos tomado
antes de partir de Tristya.
Luego las hembras fueron inseminadas; siete de ellas con un código
de varón y siete con un código de hembra, para que los nuevos ejemplares
pudieran luego reproducirse entre sí. Tras un cortísimo tiempo de doce meses
terrestres llegó la hora del parto, durante el cual fueron asistidas y
controladas. Los bebés fueron inspeccionados y todos parecían sanos y adecuados
para el trabajo.
Crecieron muy rápidamente hasta alcanzar la edad adulta en pocos
giros de Tâ. El momento de regresar se aproximaba y yo me sentía feliz. Pero mi
alegría duró muy poco: los nuevos ejemplares eran incapaces de reproducirse por
sí mismos. Había creado un híbrido estéril.
Tenía que empezar de nuevo y replantearme todo el proceso, me dije
con desaliento. De nuevo vi alejarse de mí los resplandecientes muros de
Tristya.
No podía ceder ante la tristeza, así que me puse a trabajar noche
y día para encontrar una solución. Set y Nebtius estaban decepcionados por
aquel primer fracaso y me aconsejaron que hiciera una inseminación directa en
las hembras con nuestras propias semillas, en vez de modificar los códigos de
las muestras tomadas a sus machos. Este sistema garantizaba el éxito del
experimento, pero yo sabía que contravenía la Ley Intergaláctica
en algunos puntos y que no iba a agradar al Consejo. Pero el tiempo apremiaba,
todos necesitábamos el oro y yo necesitaba volver…
Hablé con Úsier y también él me aconsejó que lo hiciera.
No lo dudé más.
Esta vez no quise arriesgarme, pues mis prisas del principio por
regresar a casa no habían hecho más que retrasar todo el proceso.
Por eso, elegí únicamente al mejor de los machos y a la mejor de
las hembras. Les dormí y tomé sus semillas respectivas. Después utilicé la
mejor de las semillas macho para fecundar uno de mis propios óvulos y lo dejé
desarrollarse en condiciones de laboratorio: Sólo quedaba esperar para ver el
resultado.
Nació un varoncito, al que sometí a exhaustivas pruebas para tomar
muestras e inspeccionar su desarrollo. Estaba sano y era fértil.
Había adquirido la mayoría de nuestros propios rasgos: su piel era
fina y sin exceso de pelaje excepto en la cabeza, que estaba recubierta de
abundante pelo negro y áspero; tenía, eso sí, una especie de vello corporal que al llegar a
la pubertad le cubriría gran parte del cuerpo. Sus manos habían conservado los
cinco dedos originales de la especie original que, si bien carecían de la
movilidad y la flexibilidad de los nuestros, el pequeño pulgar prensil suplía
el defecto.
Su sangre era roja a causa de la gran cantidad de hierro que
contenía; un material por cierto muy abundante en Tâ. Eso daba al bebé una
extraña pigmentación sonrosada que le hacía muy vulnerable a los rayos solares,
pero comprobé que, cuando le exponía a ellos, se producía en su organismo una
reacción de defensa: su piel se congestionaba y enrojecía al poco tiempo, pero
después daba paso a un cambio de color, más oscuro, que a su vez le protegía de
una nueva radiación. En cuanto a su capacidad mental, podía darme por
satisfecha: era adaptable, asimilaba los conocimientos con cierta facilidad y
era capaz de razonar, de expresarse y de responder correctamente a los
estímulos externos. Estaba contenta del resultado.
Tal como había supuesto, el Consejo no aprobó el experimento: la Federación rechazaría
la creación de una nueva raza inteligente no evolucionada por sí misma y por lo
tanto teníamos que restringir su código de vida.
De acuerdo con aquello, dormí al nuevo espécimen y limité su
espiral genética a sólo dos hélices. Eso contentaría a todos: los nuevos seres
nacidos a partir de él serían limitados, para no infringir la Ley. Su capacidad mental y
cerebral se vería restringida en más del noventa por ciento de su potencial
real. Eso no importaba demasiado, ya que sólo precisábamos obreros.
Pero un solo individuo no era suficiente: había que crear una
nueva raza, así que aproveché la ocasión para tomar también su semilla, con el
fin de prevenir posibles fracasos futuros.
Quería asegurar una descendencia sana y fértil, así que esta vez
fui un poco más allá: elegí el mejor óvulo de la hembra que había seleccionado
y tomé la mejor de nuestras semillas: la de mi propio esposo. Antes de
fecundarlo, limité los espirales de vida de la semilla de Úsier y luego
implanté el óvulo fecundado en la propia madre: había que contemplar las
posibles complicaciones de un embarazo y de un parto naturales.
El parto se presentó antes de tiempo, en apenas nueve meses de Tâ.
Nuestra talla es muy superior y la madre, a pesar de ser la mejor de su
especie, no consiguió llevar a término el embarazo a causa del considerable
tamaño del feto. La consecuencia de ello fue que el bebé nacido (una hembrita)
no pudo ver hasta pasados unos días, no podía alimentarse por sí misma, no se
expresaba, ni se sostenía sobre sus extremidades. Su cabeza era muy grande en
comparación al cuerpo. Esto produjo un parto difícil y doloroso, que lo habría
sido aún más de no ser porque los huesos del cráneo del bebé no estaban aún
completamente soldados y porque la madre fue tratada para no sentir dolor.
Fuera del útero materno, el proceso de desarrollo es más lento,
así que la pequeña bebé tardó bastantes meses terrestres en empezar a andar y
en poder expresarse correctamente. Para nosotros, este proceso apenas si es
tiempo; pero a mí, en aquellas circunstancias, se me hacía eterno. Así que,
para acelerar el proceso y garantizar la variedad de genes en la nueva especie,
inseminé un nuevo óvulo kwnnita elegido entre los que traje de Tristya con una
buena semilla simia, para conseguir una nueva hembra que, de nuevo, hice
desarrollar en una gestadora y mantuve apartada de los otros dos ejemplares,
hasta que alcanzó un desarrollo razonable.
Éstos habían sido integrados en el jardín, tras borrar de sus
mentes el tiempo que estuvieron bajo vigilancia en el laboratorio. El varón,
mientras tanto, había llegado ya a su edad fértil y la primera hembra estaba a
punto de alcanzarla.
Las hembras de la nueva raza tenían la piel más fina y carecían de
vello. Eran más parecidas a nosotros, aunque su materia vital era muchísimo más
densa, su piel sonrosada y su pelo negro.
Entre Aso y yo enseñamos a nuestros “hijos” a hablar nuestra
lengua, pero observamos que habían algunos sonidos que no eran capaces de
reproducir y que otros, como los aspirados o los palatales, les llevaba más
tiempo aprenderlos. En cambio, eran más fáciles para ellos sonidos más labiales
como P o M. Por causa de este defecto, también nuestro idioma sufrió mutaciones
en Tâ.
Les enseñamos primero nuestros nombres.
Eisset era demasiado difícil para quienes estaban empezando a
aprender a hablar, de manera que les propuse que me llamasen Hati, pero tampoco
fueron capaces de pronunciarlo.
- Tal vez Tati… como dice mi amorcito.
–pensé. Lo intentamos, pero el primer sonido que eran capaces de emitir
era M.
Así fue como me convertí en Mammi. Un nuevo nombre de una nueva
raza, que más tarde me llamaría de mil formas distintas.
El momento de comprobar los frutos de mi trabajo se aproximaba,
cuando introduje en el entorno de la pareja a la segunda hembra. Al poco tiempo
se produjo un enfrentamiento entre las dos, peleando por la supremacía y por el
macho. Tuvimos que separarlas y, al hacerlo, comprobé que la primera había sido
ya fertilizada, así que la aislamos para observar el curso de aquel embarazo,
procurando no interferir demasiado. Se volvió taciturna y reservada, a ratos
agresiva. En más de una ocasión se lesionó a sí misma, hasta tal punto que
llegamos a temer por su vida y la consideramos no apta para unirse de nuevo al
grupo.
La pareja que seguía en el jardín hacía avances considerables:
habían aprendido a comunicarse conmigo, eran capaces de alimentarse por si
mismos y realizaban satisfactoriamente los pequeños trabajos de prueba que les
encomendaba. Habían tenido un hijo varón, así que di a la hembra el hijo de la
que había sido aislada; temía que el bebé fuera agredido también. Tenía mis
reservas al hacerlo, pero comprobé con satisfacción que el niño fue muy bien
aceptado: hasta parecía que la nueva madre adoptiva se alegraba de poder
amamantar a los dos. Al poco tiempo, la hembra dio a luz nuevamente: un varón y
una hembrita, por este orden.
La descendencia, con dos hembras y cuatro varones procedentes de
semillas distintas, estaba suficientemente asegurada.
Entonces hice una nueva prueba: les trasladé a todos fuera del
entorno idílico del jardín, en un espacio igualmente acotado por un campo
magnético, para que se aclimataran a los rigores del planeta y aprendieran a
protegerse. Hice que, poco a poco, fueran introducidas en su espacio distintas
especies de animales salvajes y, cuando comprobé que todos ellos se adaptaban
al medio, seguían reproduciéndose por sí solos y sabían defenderse, consideré
que mi trabajo en Tâ había terminado.
La nueva raza estaba preparada para ser integrada al planeta en
libertad y para ser usada en la extracción del oro. El laboratorio y el jardín
fueron sellados, precintados y un guardia mesniu los custodiaría permanentemente, a partir de aquel momento.
¡Por fin podía regresar a Casa!
De "Yo Isis, la de los Mil Nombres", Capítulo 34
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