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sábado, 4 de junio de 2016

DESVELANDO EL MISTERIO 2: El eslabón perdido

Cediendo a mi petición, Shu me condujo hasta E-Djn en una de aquellas pequeñas y extrañas naves que se arrastraban. El lugar estaba casi en el otro extremo del planeta, dentro de la misma franja cálida. 
Había sido la casa del abuelo Pi-Tah y fue construida cuando todavía el planeta era un inmenso lodazal con zonas cubiertas enteramente por el agua. El abuelo había aprovechado las mismas obras de ingeniería hidráulica que estaba realizando para levantar una bien acondicionada mansión junto al mar, en una zona pantanosa cerca del lugar proyectado para la extracción del oro. La construcción estaba rodeada de afluentes naturales de agua, con abundantes estanques y jardines, como a él le gustaba. Había instalado allí su propio laboratorio, amplio y cómodo, que gozaba de una climatización idónea para trabajar.  
El lugar estaba lo bastante alejado de la zona habitada como para garantizar mi privacidad, exactamente como yo había pedido. Shu había hecho algunas pequeñas modificaciones para convertirlo en mi lugar de trabajo, añadiendo algunos edificios anexos para la guardia mesniu y el servicio. También había dispuesto que el avituallamiento fuera traído tres veces al día desde Sártax. 
Observé que alrededor de la casa había un amplio espacio abierto y que el terreno era muy fértil, ideal para lo que yo pretendía.
Me sentí mucho mejor en cuanto penetré en el interior. Ya no sentía sobre mí aquella pesadez molesta, así que supuse que el abuelo tenía instalado un campo gravitacional artificial. Había magníficas estancias, con su inevitable estanque interior. Habían sido mantenidas así para ofrecer un descanso ocasional, o incluso para pasar la noche en caso de necesidad. Pero yo vi en ellas una magnífica oportunidad de liberarme de mis hermanos al menos temporalmente.
Quiero que trasladen aquí todas mis cosas. Me instalaré en esta cámara, junto al laboratorio. Mis doncellas pueden ocupar las estancias que se encuentran al otro extremo de la casa. No deseo otro servicio, de manera que haz desalojar edificio contiguo para alojar a mis asistentes y da órdenes de que se construya un pasadizo que conecte sus estancias con el laboratorio, sin necesidad de salir al exterior.
- Haré que te traigan todo lo que pides, en cuanto amanezca.
¡Ahora, Shu!. No voy moverme de aquí. También quiero que trasladen de inmediato todo el equipo y el material que vino conmigo. 
El estupor se había dibujado en su rostro, pero no replicó. 
Mis asistentes y los componentes del equipo científico que había viajado conmigo a Tâ no tardaron demasiado en llegar, acompañados por varios mesniu que trasportaban sus pertenencias y todo mi equipaje personal. 
Mientras mis doncellas se apresuraban en disponerlo todo, yo me sumergí en el cálido estanque. Incluso el agua me pareció más densa, pero ofrecía una agradable sensación de flotabilidad. A través del amplio ventanal cerrado vi una luz muy tenue teñir de rojo el horizonte. En apenas instantes, un disco rojo empezó a aparecer y se elevó rápidamente. La oscuridad había terminado; los días de Tâ eran cortos y las noches excesivamente largas y negras. 
Enseguida llegaron emisarios desde la casa de Shu con manjares de todo tipo. Traían curiosas frutas que yo nunca había visto, muy ricas en agua. Me agradó especialmente una de hermoso color amarillo y sabor muy ácido, una variedad de cítrico que se había adaptado al medio variando de color y de sabor. 
El material técnico que habíamos traído de Tristya no había llegado todavía, así que, mientras esperaba, me tumbé sobre el agradable lecho que habían preparado para mí y me quedé profundamente dormida.
Princesa, debes despertar –la voz de 3Sw (Aso) me había sobresaltado. Aso era mi asistente de laboratorio y mi amiga; una magnífica científica que había venido conmigo para ayudarme en mi trabajo. 
No era consciente cuanto tiempo había pasado durmiendo. Aquel extraño de tiempo de Tâ, al que tanto me iba a costar acostumbrarme.
Tu regenerador celular está preparado, debes entrar en él de inmediato. 
Efectivamente, lo habían instalado junto al lecho. El cansancio a mi llegada era tan intenso, que ni siquiera les había oído. Al levantarme, vi mi imagen en el espejo y pude comprobar los signos del agotamiento y del rápido deterioro. Me metí en el regenerador sin protestar. El proceso era rápido y, cuando salí, comprobé con satisfacción que me sentía mucho mejor y más ágil. 
Entonces solicité la presencia de Shu, que no tardó en aparecer. 
- Quiero inspeccionar el planeta y quiero que me traigan a E-Djn un ejemplar de cada especie animal y vegetal. Deseo verificar cada una de las mutaciones genéticas que se han producido en ellos. 
- Serás complacida, Señora.
- También quiero que ordenes convertir el espacio trasero que existe junto al laboratorio en un jardín cerrado y protegido que contenga toda clase de plantas y frutos comestibles. Deberá estar perfectamente climatizado y tener paneles practicables e invisibles no sólo a su alrededor, sino también en la cubierta; quiero que me permitan observar sin ser vista todos y cada uno de los rincones del jardín, pero es muy importante que desde el interior no parezca un espacio limitado, sino abierto e integrado en el resto del paisaje.
- Haré que arquitectos y técnicos se pongan a trabajar de inmediato.
- Quiero supervisar su trabajo personalmente. 
Aunque los movimientos de rotación de Tâ que llamamos días, eran de una duración semejante a los nuestros, no sucedía lo mismo con nuestros sars y el movimiento de traslación de Tâ alrededor de su estrella (año), que era excesivamente rápido. A pesar de que me acostumbré mucho más pronto de lo que en un principio esperaba, el tiempo se me hacía interminable. 
En Tristya había pasado apenas una estación desde que salimos, mientras que, en ese mismo tiempo, Tâ debía haber girado ya más de cien veces alrededor de su sol. El ciclo alrededor de nuestra estrella central está dividido en tres partes, que llamamos estaciones. 
A pesar de hablar con ellos con mucha frecuencia, mi espíritu añoraba a mi esposo, a mi padre y, por encima de todo, a mi niñita. Algunas veces, durante las largas noches, Úsier y yo nos reuníamos en Esencia. En aquellas especiales ocasiones yo abandonaba todo mi trabajo y me fundía con él en el espacio, hasta perder la noción del tiempo. Ese era mi único consuelo. 
Mientras los trabajos de construcción de mi jardín avanzaban, yo me había dedicado a estudiar la flora y la fauna del planeta. Ocasionalmente Set iba conmigo, pero siempre con la compañía de varios mesniu, de Shu e incluso a veces de Nebtius. 
La variedad de simio mutante de la que Padre me había hablado ofrecía, realmente, grandes posibilidades. Con unas pequeñas modificaciones en su código de vida, serían idóneos para el trabajo. Tenía ya una idea clara de lo que quería hacer. 
Los arquitectos habían diseñado para mí un espacio ideal, rodeado por un campo magnético invisible que, a la vez que lo aislaba, lo protegía del exterior manteniéndolo cerrado. Un ingenioso sistema permitía abrir pasadizos secretos ocasionales a través del jardín, por los que podía desplazarme hasta el lugar deseado sin ser percibida por sus ocupantes. 
Cuando por fin estuvo terminado, hice trasladar a él a varios especímenes que había seleccionado cuidadosamente durante mis inspecciones. Separamos a los machos de las hembras y, tras una nueva selección, elegí a catorce de ellas. 
Sumí a cinco de los machos que me parecieron más adecuados para mis propósitos en un sueño profundo y extraje muestras del código de vida de su sangre, de su médula ósea y de su semilla. Luego fueron dejados en libertad junto con el resto de ejemplares rechazados. 
Mantuve a las catorce hembras y las coloqué en el jardín. Ellas, tras un par de días de desconcierto, se aclimataron bien a su nuevo hábitat. Mientras tanto, yo modifiqué los códigos de vida de las muestras tomadas a los machos a partir nuestro propio Código Vital, procedente de semillas donadas a la Casa de la Vida, que habíamos tomado antes de partir de Tristya. 
Luego las hembras fueron inseminadas; siete de ellas con un código de varón y siete con un código de hembra, para que los nuevos ejemplares pudieran luego reproducirse entre sí. Tras un cortísimo tiempo de doce meses terrestres llegó la hora del parto, durante el cual fueron asistidas y controladas. Los bebés fueron inspeccionados y todos parecían sanos y adecuados para el trabajo. 
Crecieron muy rápidamente hasta alcanzar la edad adulta en pocos giros de Tâ. El momento de regresar se aproximaba y yo me sentía feliz. Pero mi alegría duró muy poco: los nuevos ejemplares eran incapaces de reproducirse por sí mismos. Había creado un híbrido estéril. 
Tenía que empezar de nuevo y replantearme todo el proceso, me dije con desaliento. De nuevo vi alejarse de mí los resplandecientes muros de Tristya. 
No podía ceder ante la tristeza, así que me puse a trabajar noche y día para encontrar una solución. Set y Nebtius estaban decepcionados por aquel primer fracaso y me aconsejaron que hiciera una inseminación directa en las hembras con nuestras propias semillas, en vez de modificar los códigos de las muestras tomadas a sus machos. Este sistema garantizaba el éxito del experimento, pero yo sabía que contravenía la Ley Intergaláctica en algunos puntos y que no iba a agradar al Consejo. Pero el tiempo apremiaba, todos necesitábamos el oro y yo necesitaba volver… 
Hablé con Úsier y también él me aconsejó que lo hiciera. 
No lo dudé más.
 Esta vez no quise arriesgarme, pues mis prisas del principio por regresar a casa no habían hecho más que retrasar todo el proceso. 
Por eso, elegí únicamente al mejor de los machos y a la mejor de las hembras. Les dormí y tomé sus semillas respectivas. Después utilicé la mejor de las semillas macho para fecundar uno de mis propios óvulos y lo dejé desarrollarse en condiciones de laboratorio: Sólo quedaba esperar para ver el resultado. 
Nació un varoncito, al que sometí a exhaustivas pruebas para tomar muestras e inspeccionar su desarrollo. Estaba sano y era fértil. 
Había adquirido la mayoría de nuestros propios rasgos: su piel era fina y sin exceso de pelaje excepto en la cabeza, que estaba recubierta de abundante pelo negro y áspero; tenía, eso sí,  una especie de vello corporal que al llegar a la pubertad le cubriría gran parte del cuerpo. Sus manos habían conservado los cinco dedos originales de la especie original que, si bien carecían de la movilidad y la flexibilidad de los nuestros, el pequeño pulgar prensil suplía el defecto. 
Su sangre era roja a causa de la gran cantidad de hierro que contenía; un material por cierto muy abundante en Tâ. Eso daba al bebé una extraña pigmentación sonrosada que le hacía muy vulnerable a los rayos solares, pero comprobé que, cuando le exponía a ellos, se producía en su organismo una reacción de defensa: su piel se congestionaba y enrojecía al poco tiempo, pero después daba paso a un cambio de color, más oscuro, que a su vez le protegía de una nueva radiación. En cuanto a su capacidad mental, podía darme por satisfecha: era adaptable, asimilaba los conocimientos con cierta facilidad y era capaz de razonar, de expresarse y de responder correctamente a los estímulos externos. Estaba contenta del resultado. 
Tal como había supuesto, el Consejo no aprobó el experimento: la Federación rechazaría la creación de una nueva raza inteligente no evolucionada por sí misma y por lo tanto teníamos que restringir su código de vida. 
De acuerdo con aquello, dormí al nuevo espécimen y limité su espiral genética a sólo dos hélices. Eso contentaría a todos: los nuevos seres nacidos a partir de él serían limitados, para no infringir la Ley. Su capacidad mental y cerebral se vería restringida en más del noventa por ciento de su potencial real. Eso no importaba demasiado, ya que sólo precisábamos obreros. 
Pero un solo individuo no era suficiente: había que crear una nueva raza, así que aproveché la ocasión para tomar también su semilla, con el fin de prevenir posibles fracasos futuros. 
Quería asegurar una descendencia sana y fértil, así que esta vez fui un poco más allá: elegí el mejor óvulo de la hembra que había seleccionado y tomé la mejor de nuestras semillas: la de mi propio esposo. Antes de fecundarlo, limité los espirales de vida de la semilla de Úsier y luego implanté el óvulo fecundado en la propia madre: había que contemplar las posibles complicaciones de un embarazo y de un parto naturales. 
El parto se presentó antes de tiempo, en apenas nueve meses de Tâ. Nuestra talla es muy superior y la madre, a pesar de ser la mejor de su especie, no consiguió llevar a término el embarazo a causa del considerable tamaño del feto. La consecuencia de ello fue que el bebé nacido (una hembrita) no pudo ver hasta pasados unos días, no podía alimentarse por sí misma, no se expresaba, ni se sostenía sobre sus extremidades. Su cabeza era muy grande en comparación al cuerpo. Esto produjo un parto difícil y doloroso, que lo habría sido aún más de no ser porque los huesos del cráneo del bebé no estaban aún completamente soldados y porque la madre fue tratada para no sentir dolor. 
Fuera del útero materno, el proceso de desarrollo es más lento, así que la pequeña bebé tardó bastantes meses terrestres en empezar a andar y en poder expresarse correctamente. Para nosotros, este proceso apenas si es tiempo; pero a mí, en aquellas circunstancias, se me hacía eterno. Así que, para acelerar el proceso y garantizar la variedad de genes en la nueva especie, inseminé un nuevo óvulo kwnnita elegido entre los que traje de Tristya con una buena semilla simia, para conseguir una nueva hembra que, de nuevo, hice desarrollar en una gestadora y mantuve apartada de los otros dos ejemplares, hasta que alcanzó un desarrollo razonable. 
Éstos habían sido integrados en el jardín, tras borrar de sus mentes el tiempo que estuvieron bajo vigilancia en el laboratorio. El varón, mientras tanto, había llegado ya a su edad fértil y la primera hembra estaba a punto de alcanzarla. 
Las hembras de la nueva raza tenían la piel más fina y carecían de vello. Eran más parecidas a nosotros, aunque su materia vital era muchísimo más densa, su piel sonrosada y su pelo negro. 
Entre Aso y yo enseñamos a nuestros “hijos” a hablar nuestra lengua, pero observamos que habían algunos sonidos que no eran capaces de reproducir y que otros, como los aspirados o los palatales, les llevaba más tiempo aprenderlos. En cambio, eran más fáciles para ellos sonidos más labiales como P o M. Por causa de este defecto, también nuestro idioma sufrió mutaciones en Tâ. 
Les enseñamos primero nuestros nombres. 
Eisset era demasiado difícil para quienes estaban empezando a aprender a hablar, de manera que les propuse que me llamasen Hati, pero tampoco fueron capaces de pronunciarlo. 
- Tal vez Tati… como dice mi amorcito.  –pensé. Lo intentamos, pero el primer sonido que eran capaces de emitir era M. 
Así fue como me convertí en Mammi. Un nuevo nombre de una nueva raza, que más tarde me llamaría de mil formas distintas. 
El momento de comprobar los frutos de mi trabajo se aproximaba, cuando introduje en el entorno de la pareja a la segunda hembra. Al poco tiempo se produjo un enfrentamiento entre las dos, peleando por la supremacía y por el macho. Tuvimos que separarlas y, al hacerlo, comprobé que la primera había sido ya fertilizada, así que la aislamos para observar el curso de aquel embarazo, procurando no interferir demasiado. Se volvió taciturna y reservada, a ratos agresiva. En más de una ocasión se lesionó a sí misma, hasta tal punto que llegamos a temer por su vida y la consideramos no apta para unirse de nuevo al grupo. 
La pareja que seguía en el jardín hacía avances considerables: habían aprendido a comunicarse conmigo, eran capaces de alimentarse por si mismos y realizaban satisfactoriamente los pequeños trabajos de prueba que les encomendaba. Habían tenido un hijo varón, así que di a la hembra el hijo de la que había sido aislada; temía que el bebé fuera agredido también. Tenía mis reservas al hacerlo, pero comprobé con satisfacción que el niño fue muy bien aceptado: hasta parecía que la nueva madre adoptiva se alegraba de poder amamantar a los dos. Al poco tiempo, la hembra dio a luz nuevamente: un varón y una hembrita, por este orden. 
La descendencia, con dos hembras y cuatro varones procedentes de semillas distintas, estaba suficientemente asegurada. 
Entonces hice una nueva prueba: les trasladé a todos fuera del entorno idílico del jardín, en un espacio igualmente acotado por un campo magnético, para que se aclimataran a los rigores del planeta y aprendieran a protegerse. Hice que, poco a poco, fueran introducidas en su espacio distintas especies de animales salvajes y, cuando comprobé que todos ellos se adaptaban al medio, seguían reproduciéndose por sí solos y sabían defenderse, consideré que mi trabajo en Tâ había terminado. 
La nueva raza estaba preparada para ser integrada al planeta en libertad y para ser usada en la extracción del oro. El laboratorio y el jardín fueron sellados, precintados y un guardia mesniu los custodiaría permanentemente, a partir de aquel momento. 
¡Por fin podía regresar a Casa!
De "Yo Isis, la de los Mil Nombres", Capítulo 34

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