La nave que debía transportarnos a T3 estaba ya preparada,
pero antes quedaba una última cosa por hacer. Apenas si tuve tiempo de
cambiar mis ropas húmedas por unas mallas más adecuadas para el viaje y recoger un par de pertenencias personales, antes de embarcar.
Uno de mis Escorpiones subió a mi pequeña nave y ambas se
elevaron simultáneamente sobre el suelo de Tâ, por última vez. Desde el aire
contemplé, muy al sur, la interminable caravana de humanos que seguía
avanzando; vi la isla de Ábu y también la que había sido mi hogar y el de Jerú
durante sus dos maravillosos primeros años. Pero ya nada quedaba en ellas, ni
tampoco en Uáset, que indicara que allí hubiera habido jamás una construcción
que no fuera humana. Era obra de Tuti, sin duda; y me preguntaba de qué forma
eliminaría ahora nuestra ciudad y todas las construcciones que sembraban las
Tierras Altas, hasta la desembocadura del Hapi.
Volamos hacia el norte, donde mi nave fue ocultada junto con
las demás; recogimos a su tripulante y luego vi desplomarse el suelo sobre el
antiguo espacio-puerto, sepultándolo. Después continuamos hasta la costa: allí
Djahuti desprendió una carga que se hundió lentamente en el agua, luego elevó
la nave rápidamente y esperamos. A los pocos instantes un intenso temblor
sacudió el suelo, los edificios se desplomaron y el mar se elevó en enormes
olas que inundaron el Delta, adentrándose por el territorio hasta muy al sur,
cubriendo completamente el país de Athkápitah y mucho más allá.
Cuando las
aguas se retiraron, Iunu había desaparecido bajo toneladas de arena y el
espectáculo era dantesco: por todas partes habían cascotes, miles de árboles
arrancados y el suelo estaba sembrado de restos de muebles y enseres de todas
clases. El agua salada lo había destruido todo y lo que había sido un rico
vergel estaba condenado a convertirse en poco tiempo en un desierto. Tan solo
el Hapi continuaba imperturbable su camino, ajeno a lo que sucedía a su
alrededor.
Sentí como algo mío se me escapaba de entre las manos cuando
Djahuti accionó los mandos, rumbo a la Estación Orbital.
Un profundo sentimiento de fracaso embargaba mi Esencia.
Y cuando nuestra nave capitana se unió al convoy que nos
aguardaba en T3 para iniciar nuestro regreso a Casa, no podía apartar mis ojos
de la enorme pantalla que mostraba el exterior. Pasivamente observé cómo el
propio Djahuti dirigía la gigantesca Estación Orbital hacia el lado oculto de
uno de los satélites de Tâ, para estrellarla en su superficie. Se produjo una
tremenda explosión, tras la cual una luz intensa nos deslumbró. No tuve tiempo
de preocuparme por Tuti: una pequeña voladora le traía directamente hacia
nosotros.
Con todos a bordo y las instrucciones de los Doce debidamente
cumplidas, el convoy se puso al fin en marcha. Desde mi ventana al exterior, vi
aquel maravilloso planeta azul por el que tanto
había sufrido, en el que tanto había gozado... el lugar en el que descansaba mi esposo, empequeñecerse hasta desaparecer.
Dos lágrimas se deslizaron de mis ojos y dos manos tomaron
las mías: las de mis dos hijos.
-
Volveré…
***
Miles de años después, en la Edad actual:
De lo que pasó después en Tâ y de cómo tuvimos que volver
apresuradamente, tal vez me decida a hablar algún día, cuando los Tiempos sin
Tiempo que preceden al Fin se hayan agotado y la Batalla Final de la Guerra de Eones sea ya
inminente.
Hoy me dicen que tu Esencia se ha sumido de nuevo en su Sueño y
que Set se extingue también, herido mortalmente por tu indiferencia y la mía. La Profecía de los Antiguos
se hace realidad.
El dolor de mi Esencia es tan intenso que apenas si puedo mantener
este cuerpo extraño en pie. El tuyo, tan amado, sigue encerrado en la roca
donde lo dejé hace miles de años. No sé qué voy a hacer con él: es lo único que
me queda de ti y me resisto a abandonarlo en este planeta maldito, condenado a
contemplar su propia destrucción por la codicia de sus habitantes.
Los días de mi permanencia aquí se están acabando; la Misión que nos trajo, si no
se ha cumplido en su totalidad, ya no tiene ningún sentido. La misma Humanidad
se autodestruye y ya no me quedan fuerzas para seguir intentando salvar a
nuestros hijos de su propia decadencia.
Esta prisión de carne y sangre en la que estoy atrapada, agoniza
sin ti y sin dejarme escapar al sufrimiento.
Esperando el milagro que no se produce, me he convertido en puerta
que deja pasar el viento. Las cuentas de mi collar se han acabado como las
flores del árbol del tiempo, que se consume a sí mismo.
Si una mitad de mi propia Esencia ha muerto, ¿qué sentido tiene
para la otra mitad seguir viviendo? Si
tú y yo, Nebtius y Set, somos en realidad partes de una Esencia Una escindida en
cuatro… yo soy la superviviente. Y, conmigo, tal vez Nebtius en mi propio
interior. Nosotras supimos enfrentar las dos Esencias femeninas y poner en
equilibrio oscuridad y sombra, perdonando.
¿Por qué me habéis abandonado aquí?
Te necesito. Os necesito a los dos… Para seguir existiendo, para
seguir luchando. Shkmt, la Poderosa, morirá con vosotros.
***
Hasta aquí algunas de las revelaciones incluidas en mi libro "Yo Isis, la de los Mil Nombres". Incluirlas todas sería tanto como reproducir aquí la obra completa, lo cual es imposible.
A partir de ahora, los nuevos posts pertenecerán a partes de los libros siguientes, tanto de los que se han publicado como de los que, por desgracia, siguen inéditos.
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