Siento cercano el
momento en que deba permanecer durante todo el lapso de una vida humana en este
cuerpo que el dios Jnum ha modelado para mí en el vientre de Ahmes-ta-Sherit a partir de la divina semilla
de Amón. Él ha dado forma a mi Ka
en su torno de alfarero para que tenga por siempre vida, salud, alimentos,
ideas justas, amor y alegría. La diosa Heket me ha infundido la vida y la misma
Sheshat trazará los cartuchos que contendrán mi nombre.
Per-O, la Gran Casa real de Tâ-Ébet,
bulle de actividad. El propio dios Dyehuti ha anunciado a los Uabu-Sun-Nu la inminencia de mi
nacimiento y mi madre ha sido llevada con grandes honores a la cámara del
parto.
Mi madre es la Primera Esposa de Aa-Jeper-Ka-Ra DyehutyMose, futuro sucesor del Faraón reinante en el
país de Khem: Amen-hotep Primero.
En la fecha de mi nacimiento estaba ya cercano el final de reinado de Amen-hotep,
que moriría sin descendencia y el matrimonio entre mis padres aseguraba la
sucesión al trono.
Ahmes-ta-Sherit no es una
Primera Esposa Real por simple elección, sino que fue desposada por mi padre
por ser la descendiente directa de la rama más legítima de los gobernantes khem-taui. La sangre que corre ya por
mis venas es la más noble y pura de todo el país de Khemet, la de la mismísima Ahmes-Nefertari, mi divina abuela.
Contemplo el
momento de mi nacimiento como si no fuera partícipe del mismo. En la cámara del
parto veo al mismo Amón, acompañado por nueve divinidades que intervienen para
hacer más liviano mi nacimiento.
Apenas el que será
mi cuerpo es separado del de mi madre, los sacerdotes se apresuran a presentarlo
ante el Faraón. De pronto,
mientras todos profieren ovaciones y expresiones de júbilo por mi nacimiento,
siento una inexplicable atracción hacia ese cuerpo pequeño que he estado
observando mientras crecía y se formaba durante más de siete meses humanos. No
puedo decir que no sienta curiosidad por entrar en él; he estado muchas veces
muy cerca de llegar a hacerlo, pero no era aún el momento adecuado. La
atracción es cada vez más intensa, se vuelve tan fuerte que ya no puedo
resistirme y caigo en su interior.
Miro a mi
alrededor a través de sus oscuras ventanas y me siento extrañamente perdida e
indefensa. Una angustia mortal me invade. Luego, silencio y olvido.
¿Por qué olvidar,
si luego es tan difícil la remembranza?
Del capítulo 3 de "La Hija de los Dioses"
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