—…un
desgraciado día, llegó un mensajero procedente de Shedet.
Traía noticias del Sumo Sacerdote de Per-Sobek.
Había oído hablar de la ciudad de Shedet: se encuentra más o menos a tres
días y medio de marcha desde Iunu y
aproximadamente a uno y medio de Madián, donde nací. Ha crecido en el corazón
de un extenso oasis, a orillas de un lago de agua dulce que se abastece
constantemente de las aguas del río Hapi
gracias al atrevido diseño de un apiru,
un constructor de canales perteneciente a la tribu de Isacar. El limo negro de
las crecidas llega también a ese lugar para fecundar su fructífera huerta.
—Aquel
lugar —continuaba Nefertari— se
encuentra bajo la protección del dios Sobek, en cuyo templo los sacerdotes
custodian secretos ancestrales procedentes de «la otra» cultura de los dioses
primigenios, aquella que tanto Ramesés como Nebchasetnebet habían ambicionado
conocer y que había quedado en el olvido cuando ambos tuvieron que separarse.
Al
parecer un extranjero, probablemente un apiru que conocía bien Per-Sobek, había penetrado en el recinto sagrado,
profanado el Sancta Sanctorum y robado los secretos mágicos del dios, ocultos
en aquel lugar.
Un sudor frío empapó mi frente y por un
momento creí que iba a desmayarme.
¡Aquella inesperada revelación acababa de dar
sentido a las inexplicables y largas ausencias de Moshé! Cuando abandonaba el
campamento para, aparentemente, conducir el rebaño a pastos mejores, cuando me
dejaba sola durante tantos y tantos días…
Ningún apiru
podía haberse atrevido a profanar un templo; ningún hermano podía conocer el
secreto que se escondía en Per-Sobek.
Ninguno… ¡excepto Moshé!
....
—Al
cabo de muy poco tiempo, noticias parecidas llegaron desde los templos de Nubit y Dahamsha. Profundamente consternado por
aquellos robos y seguro de saber quienes eran los culpables, Ramesés mandó
apresar a los constructores de Per-Sobek,
que fueron ejecutados por traición y profanación, después de ser torturados.
Pero ni uno de ellos reveló dónde habían escondido su sacrílego botín. Ni los
más expertos verdugos consiguieron arrancarles una sola palabra y los Secretos
Sagrados han continuado perdidos.
A
pesar de que sus métodos podrían parecer un tanto crueles, los motivos que le
movían eran elevados: Ramesés estaba decidido a evitar que aquellos
conocimientos malévolos cayeran en manos de quienes pudieran hacer un mal uso
de ellos. Como Adepto de la Magia Suprema
del Sacerdocio y máxima autoridad religiosa del país, conoce todos los secretos
y sabe demasiado bien que, a través de los conjuros y artefactos que hasta
aquel momento había estado protegiendo, pueden invocarse las Fuerzas del Caos. Ya
no podía evitar que se utilizaran los Arcanos Oscuros que habían sido robados,
pero aún podía poner a buen resguardo los que estaban intactos.
Entonces
fue cuando decidió cambiar de lugar los tesoros que todavía no habían sido
expoliados. Pero su estrategia alteró el sistema energético que aquellos dioses
habían creado y que mantenía en conexión todos sus templos. El resultado creo
que ya lo conoces: desde entonces nos aflige una desgracia tras otra.
Ramesés
estaba seguro de que todo lo sustraído había ido a caer en manos de los
sacerdotes apiru y un gran rencor hacia ellos empezó a
instalarse en su corazón. El pueblo de tu padre, mi querida Tzíppora, se había
convertido en el peor de sus enemigos.
Durante
meses se encerraba cada mañana en su santuario privado, intentando seguir la fuerza
que se desprende de esos… artefactos secretos. Su intranquilidad crecía con
cada minuto que pasaba hasta que, un día, supo que la energía oscura había sido
despertada. La magia de Sobek había comenzado a funcionar.
Los
conocimientos de un Mer Hekau incluyen capacidades tan sorprendentes como
la de separar su Ba del cuerpo para
desplazarlo al lugar que desee. Y Ramesés, lo mismo que Nebchasetnebet, había
aprendido aquella técnica durante sus iniciaciones. Decidido a descubrir a los
culpables, siguió el rastro de la energía y ésta le llevo hasta el monte Horev,
donde descubrió que la ciencia robada a los
otros dioses había sido ocultada en el interior de una cueva.
A
través de su propio Ba, Ramesés pudo percibir el de un sacerdote apiru
que, gracias a unos conocimientos que
superaban los suyos propios y haciendo uso de las piedras azules de los dioses,
una de las muchas joyas robadas, había conseguido atraer hasta allí a una
presencia divina de aspecto extraño con la que estaba conversando frente a
frente.
La imagen de Moshé relatándome su aventura en
el monte Horev y la aparición de Yahovah en su Gloria se me reveló de pronto,
en exacta correspondencia con las visiones de Ramesés. Un dolor agudo acababa
de atravesar mi corazón como una flecha emponzoñada.
Ajena al dolor que aquella extraordinaria
revelación me estaba causando, Nefertari continuaba su relato.
—Sus peores temores se habían confirmado y ahora estaba completamente seguro de que las autoridades religiosas del pueblo apiru se habían hecho con un saber y unos poderes que ponían en peligro el futuro del Imperio. ¡Tan potentes que podrían ser usados para invadir y conquistar el país de Khem!
De "Faraón sin Reino", mi libro aún no publicado
—Sus peores temores se habían confirmado y ahora estaba completamente seguro de que las autoridades religiosas del pueblo apiru se habían hecho con un saber y unos poderes que ponían en peligro el futuro del Imperio. ¡Tan potentes que podrían ser usados para invadir y conquistar el país de Khem!
De "Faraón sin Reino", mi libro aún no publicado
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