Tengo la desagradable sensación de estar repartiendo margaritas inútilmente. Aunque, por supuesto, hay unos cuantos incondicionales que siguen "Descubriendo el Misterio", el interés por estos secretos ha descendido de forma espectacular, pasando de más de 250 visitas en un día a apenas 50 en semanas.
Es por este motivo que, a pesar de que quedan muchísimos misterios por desvelar, más o menos disfrazados de forma novelada en éste y en mis cinco libros siguientes, voy a dar por finalizado mi intento fallido con éste que va a ser mi último extracto. Gracias a todos los que habéis demostrado algún interés.
Luego,
una mañana, inesperadamente, un clamor de duelo se adueñó de las estancias de la Casa Kheneret. Nuestra madre
había rasgado su kalasiri y se cubría la cabeza con ceniza mientras
lloraba desconsoladamente.
¡Su
Serenidad el Príncipe Heredero Nebchasetnebet había sido asesinado por su propio
Maestro, el Mer Hekau Bak! El homicida, temiendo el peso del Ma’at sobre su cabeza y horrorizado por su
sacrílego acto, había huido tras cometer aquel crimen atroz.
El
amigo y compañero de estudios del fallecido, el Príncipe Ramesés Meriamón, al que
la muerte de su hermano había convertido automáticamente en el nuevo
Heredero del Trono de las Dos Tierras, se encontraba tan afectado que estaba
siendo atendido por los sun-nu reales.
Al
dolor insoportable que la pérdida de mi hermano favorito y futuro esposo me
producía, siguieron varios días de luto durante los cuales no me fue permitido acercarme
a Ramesés. Pero era evidente que, tras la muerte de Nebchasetnebet, yo estaba
destinada a convertirme en futura esposa del nuevo Heredero y que, por lo tanto,
aquel aislamiento no podía prolongarse indefinidamente.
No fue
hasta al cabo de más de un mes cuando se anunció públicamente nuestro
compromiso y el silencio se rompió. Ramesés pudo entonces contarme la verdad de
lo que había sucedido: el dyet que estaba siendo embalsamado en la Casa de la Muerte no pertenecía a nuestro
hermano, sino al hekau muerto.
Aquella noticia insospechada me alivió, pero por poco tiempo: Nebchasetnebet,
repudiado por nuestro padre y condenado al destierro, había perdido su
condición de Sucesor. Si quería seguir manteniéndose con vida, nadie en el país
entero o fuera de él debería conocer cuál era su verdadera identidad.
Las palabras de Nefertari abrieron una luz en
mi corazón.
¡Por fin comprendía el mutismo de Moshé, su
fingida pérdida de memoria, su interés místico en las doctrinas de mi padre!
Aquello lo aclaraba todo… o casi todo.
De "Faraón sin Reino", mi libro aún no publicado
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