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sábado, 24 de septiembre de 2016

El templo de Isis en Pompeya

 El gran tráfico que los habitantes de Pompeya hacían con los alejandrinos de Egipto, les hizo adoptar el culto de esta divinidad, de la que quisieron inmortalizar la memoria en toda clase de frescos y pinturas. El templo de Isis se halla rodeado de un pórtico sostenido por [ocho] columnas dóricas de cada lado, y de seis en la fachada. Un pequeño pero elegante vestíbulo sostenido por otras seis columnas y adornado de un hermoso mosaico, conduce al altar, sobre el cual se hallaron los fragmentos de la estatua de Isis. Siendo este templo el principal del Pompeya, encerraba una infinidad de objetos curiosos e interesantes, y un gran número de pinturas al fresco, que merced al importante descubrimiento moderno, han podido trasladarse intactas como otras muchas de los demás edificios, al museo de Nápoles.
En el cuarto denominado sala de los misterios, por tener todas sus pinturas relación con el culto de Isis, se encontró el esqueleto de uno de sus sacerdotes que estaba en la mesa cuando la ruina general de Pompeya, y se supone que había comido huevos y pollos y había bebido más de una botella de vino, juzgando por los restos que había dejado el gastrónomo sacerdote. Alrededor del templo hay una porción de cuartos que debían servir de habitación a los gerofantes o ministros del culto de Isis. Los esqueletos de muchos de estos se han encontrado también, que o no pudieron escapar a la ruina general, o no quisieron abandonar su diosa.
En el centro de un atrium se levanta un pódium; varias escaleras secretas permitían a los sacerdotes deslizarse debajo de la estatua y dar desde allí los oráculos; se han encontrado bastante número de esqueletos de sacerdotes; uno de ellos estaba comiendo en el momento de la erupción y se conoce no cuidaba mal su cuerpo, a juzgar por el pescado, el pollo, los huevos, el vino la guirnalda de flores que adornaban la mesa; la estatua producía; también se halló el esqueleto de otro sacerdote al pie de la pared, con una hacha en la mano; había practicado ya dos salidas, pero no pudo ir más allá.
El templo de Isis se halla dividido en dos trozos: en el uno, circuido de columnas istriadas, se nota una ara para el sacrificio de las víctimas; y en el otro tres aras, y un gran altar circuido de columnas donde estaba la estatua de la diosa. En la parte inferior se ven los conductos secretos por donde  entraba el sacerdote a hacer el oráculo: esta parte del templo se cree renovada el año 63 del primer siglo. El pavimento de este altar es de mosaico.
Si el ara no está ensangrentada ni esparcidos los instrumentos del sacrificio en las gradas; si los dioses no ocupaban sus nichos, ni el candelabro y la lámpara brillan en las suntuosas columnas dóricas, esto no lo ha hecho el tiempo, que los dejó como los había encontrado, cerrados herméticamente, y perfectamente conservados; aún se encontraron los sacerdotes junto a el ara con todos sus adornos pontificales; pero los muebles de la casa magistral, los enseres sagrados de los templos y aun el enlosado del Foro se sacaron de aquel gran relicario que la naturaleza legó a la posteridad.
En la puerta hay una imagen que apoya el índice en la punta de la nariz reclamando silencio, y la gente entra reverente y cabizbaja bajo la fija mirada de los sacerdotes que exhiben la esférica cabeza completamente afeitada y el cuerpo cubierto por una dalmática de vivos colorines. Las robustas columnas con figuras y flores de fuertes tintas rematadas por la simbólica flor de loto, sostienen las grandes láminas de piedra de la techumbre, y en el centro, sobre obscuro graderío que ningún profano puede hollar, cubierta por severo templete, está la Isis de mármol negro que mira fijamente con sus muertos ojos. Cerca de la imagen, y colgando del muro o de las columnas, se ven, como en los demás templos, manojos de ofrendas que recuerdan otros tanto milagros; manos y pies, pechos y ojos, todo de cera o de metal, puestos allí por los enfermos que sanó la diosa. Ni más ni menos que hoy Santa Lucía da vista a los ciegos, o la Virgen de Lourdes hace innecesarios médicos y boticas. Los devotos, uno a uno, llegan al pie del altar, entregando antes a los sacerdotes las ricas ofrendas: bolsas de dinero para sacrificios: tiernas ovejas; blancos toros, que han quedado a la parte de fuera. Preguntan a la diosa con voz emocionada sobre el porvenir; Isis conserva muchas veces su imponente inmovilidad, pero otras ¡oh prodigio! Se mueven sus brazos, brillan sus ojos y se inclina su cabeza, mientras la muchedumbre anonadada por el milagro, se prosterna dando alaridos y besa la túnica a los impasibles sacerdotes. Por desgracia, la catástrofe que enterró a Pompeya no dio tiempo para dejar las cosas en regla, y al excavarse los restos del templo de Isis se han visto las articulaciones de la estatua, y aún hoy puede subirse por la escalerilla secreta que conduce al hueco pedestal de la estatua donde se agazapaban los ayudantes del templo para tirar de la cuerda de los milagros. Nihil novum sub sole. Los sacristanes que en nuestros tiempos hacen sudar sangre a los Cristos, o que los santos den golpecitos en los vidrios de sus altares, estarán sarisfechos de su habilidad, y no saben ¡infelices! Que hace dieciocho siglos, unos tíos de color de zapato viejo les daban quince y raya en el arte de ganarse el pan explotando la eterna imbecilidad humana.



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