Cuando los primeros rayos del rojizo sol de Tâ despuntaban en
el horizonte fui al encuentro de mi familia. Todos se habían ya reunido,
puntualmente, en el Salón de los Encuentros. Concisa y tajante, expliqué la
situación a todos en el menor número de palabras posible. No había objeciones
que hacer, ni más actuaciones que cumplir el Decreto de los Doce.
A pesar de que, como Tuti había supuesto, había una gran
tirantez entre mi hijo y mi hermano, mis palabras directas, la gravedad de la
situación y la dura sentencia del Tribunal dejaron sin habla a todos y la
reunión se disolvió sin más incidentes. Parecía como si aquel trance inesperado
hubiera apaciguado los ánimos exaltados y todos a una nos dedicamos a la tarea
de abandonar el planeta en las condiciones impuestas.
Set se encargó de convocar a los Hermanos de las distintas
regiones para informarles de que debían desplazarse a T3 provisionalmente, a la
espera de nuevas instrucciones.
Jerú se desplazó hacia el sur, para supervisar el último
envío de mineral a Tristya y el posterior hundimiento de las minas.
Ainpu ayudaba a los Colonos a destruir sus pertenencias y a
reunirse ordenadamente para ser trasladados a la Estación Orbital
donde Ma’at les esperaba encabezando un equipo que se encargaba de asignarles
alojamientos improvisados en los que aguardar dignamente el momento su partida
con un destino todavía desconocido para ellos.
La tarea de Djahuti era mucho más compleja: aglutinó todas
las naves de transporte personal, transportadoras y los pequeños nars de
combate que no necesitábamos en los hangares subterráneos de los dos
espacio-puertos, con la idea de provocar su posterior hundimiento. Selló las
estancias paralelas de la pirámide U-305 y las cerró con piedras de gran tamaño
de tal manera que fuera imposible deducir la existencia de otras estancias para
quien no conociera su existencia. Allí permanece aún el regenerador en el que
Úsier fue asesinado, aunque no el arca, que había pasado a manos humanas y no
representaba un gran peligro. A indicación mía, Tuti había dejado allí
escondidos los secretos de nuestra civilización y del nacimiento de la raza humana,
así como pistas que habrían de servirnos para realizar nuestra labor cuando
llegase el momento. Gracias a la labor de registrarlos en archivos cristalinos
para la posteridad, mereció de los humanos el título de “escriba de los
dioses”. También desfiguró el rostro no humano de la leona yaciente de tal
forma que no pudiera ser reconocido; mucho más tarde los humanos tallarían
sobre él otra efigie muy diferente.
Mientras tanto, yo organicé una improvisada fiesta en Uáset:
convoqué una peregrinación hacia el sur, tan lejos de nuestras ciudades como me
fue posible, a la que debían acudir, obligatoriamente, todos nuestros súbditos
y “siervos”. De todos los puntos de Athkápitah los humanos empezaron a moverse,
obedientes, remontando el curso del Hapi.
Entonces me dirigí a la montaña. Por última vez, introduje mi
pequeña nave por la abertura superior, al resguardo de miradas indiscretas,
tras las abruptas agujas de piedra que tanto se asemejan a los azules montes de
Tristya. Había dos entradas más que conducían ambas al mismo recinto central
donde se encuentra el salino lago interior en el que había depositado la
cápsula. Una de ellas daba acceso por la cara nordeste, un oscuro hueco casi
vertical que se hundía en las profundidades hasta llegar a una especie de playa
junto al agua y que no me pareció peligroso por la dificultad que entrañaba su
exploración. La otra entrada estaba en el lado sur de la montaña: una larga
cueva, apenas con desniveles, que venía a finalizar justo donde había colocado
el cuerpo de mi esposo.
A la luz de los focos de la nave, me pareció más hermoso que
nunca.
- Mérit…
Las palabras murieron en mi garganta, atrapadas por el nudo
de la emoción contenida. Sabía que, dondequiera que su Esencia estuviera,
dormida o despierta, mi mensaje mudo llegaría hasta ella. ¡Oh, cuánto le amaba!
Tras unos instantes de silencio reverente, trasladé su
regenerador al interior de la cueva, aún más profundamente. Después, provoqué
un desprendimiento en la boca interior de la cueva, para que no pudiera ser
encontrado.
Sabedora de que no quedaba ya más tiempo, me despedí de él.
Tumbada sobre su cuerpo tibio, uní mis labios a los suyos en
un último beso, apasionado y profundo. Después, tomé los mandos de mi nave, sin
volver la vista atrás.
-
Perdóname, esposo…
Una vez en el exterior, con los ojos anegados por el llanto y
cegados por la claridad del sol, busqué la forma de cerrar la entrada.
Cualquiera de las enormes rocas podía servir para ello, pero
no disponía de la tecnología suficiente para moverlas a causa de la elevada
gravedad del planeta. Entonces recordé aquello que tanto me había llamado la
atención durante la construcción de la pirámide diseñada por el abuelo Pi-Tah:
la forma en que los obreros moldeaban las piedras y cómo Djahuti era capaz de
mover grandes pesos utilizando la
Fuerza. Él mismo me había enseñado cómo utilizarla en la
batalla… y las rocas de la montaña eran también un conglomerado de pequeñas
piedras y sedimentos rocosos que los movimientos geológicos de las primeras
etapas del planeta habían empujado hacia la superficie. Algo que, de alguna
forma, guardaba un extraño parecido con la constitución de los bloques
perfectos del templo U-305.
Abandoné la nave en una pequeña meseta y busqué una roca que reuniera los requisitos precisos. La encontré no lejos de allí: Tenía una forma alargada, con una protuberancia en uno de sus extremos: ideal para lo que pretendía. Concentré mi fuerza en ella, pero la pesada piedra no se movió.
No
tenía nada que perder, mucho que ganar y el tiempo apremiaba, así que volví la
vista atrás para recordar aquel momento en mi nave, cuando Tuti había dirigido
mi experiencia.
Recordando
sus palabras exactas, alineé mi Esencia con la armonía de las Esferas y relajé
mi cuerpo hasta sentirlas con claridad en mi interior. Dejé
que la poderosa Fuerza recorriera de nuevo mi espina dorsal, con suavidad, como
un canal que me atravesara. Mi Esencia, entonces, salió de mi cuerpo por ese
conducto; me vi crecer y expandirme, desparramándome por todo el Universo, fusionándome
íntimamente con él. Cuando escuché el inconfundible sonido de las Esferas lo
armonicé, como ya antes había hecho, con la música de mi propio ser. Inspiré
profundamente para absorber la
Vida , hasta que toda mi Esencia se llenó de ella. Solo
entonces canalicé la Fuerza
redirigiéndola hacia la roca para impulsarla hasta el hueco de la entrada: Como movida
por un soplo mágico, la piedra se desplazó suavemente y encajó a la perfección
en él, como si siempre hubiera estado en aquel mismo lugar.
Pero había algo más que deseaba hacer allí. Quería poner una
marca, algo lo suficientemente grande y evidente como para ser reconocido por
mí cuando volviera recubierta por cuerpos humanos y con la Memoria enturbiada por una personalidad tras otra. Por eso había
elegido precisamente aquella roca y no otra: por su forma especial. En un
primer momento, había pensado en las técnicas que utilizaban los obreros de
Djahuti para dar forma a la piedra, pero ahora mi intuición me decía que con la Fuerza me bastaba. Apliqué
mis manos suavemente sobre ella, casi en una caricia, y dejé que la maravillosa
energía brotara de mis dedos: sin apenas esfuerzo, los contornos se volvieron
suaves y maleables y en pocos instantes la imagen que tenía en mi Mente tomó
forma en la roca: la Poderosa ,
cuerpo de leona y cabeza de Mujer, tumbada en el punto más alto de la montaña,
montaría guardia hasta mi regreso sobre el cuerpo sin vida de mi amado.
Finalmente, di vida a la escultura para que le protegiera y coloqué mi Sello
inviolable sobre el macizo rocoso y todas sus entradas.
El sol cayó suavemente tras una loma vecina y el monte de Úsier-Ra
se tiñó de un rosa intenso.
Elevé mi nave lentamente y lancé una última mirada desde el aire:
lo había hecho muy bien; estaba tristemente satisfecha.
Del capítulo 88 de "Yo Isis, la de los Mil Nombres"
Del capítulo 88 de "Yo Isis, la de los Mil Nombres"
No hay comentarios:
Publicar un comentario