Nefertari hizo una seña a sus damas
y esperó a que nos dejaran solas para empezar a hablar:
—Quiero que tomes aliento antes de escuchar
lo que tengo que contarte, porque sé que es cierto que no sabes quién es el
hombre con el que te has desposado. Lo que voy a decir te asombrará en algunas
ocasiones y te horrorizará en otras, pero te pido que no me interrumpas, que
escuches la historia hasta el final antes de expresar tu opinión y, desde
luego, necesito tu compromiso absoluto de no revelar a nadie, bajo ningún
concepto, lo que ahora voy a contarte.
Yo asentí con la cabeza, tremendamente
abrumada. Ahora estaba completamente segura de que mis temores eran fundados: Nefertari
había sido la amante de mi esposo.
Ajena a mis tristes elucubraciones, ella
comenzó su relato.
—Aquel
a quien tú conoces como Moshé se llama, en realidad, Nebchasetnebet. Fue el
primer hijo varón del Faraón Menmaatra Sethy justificado y de su Gran Esposa, la Reina Tanedyemy.
Él era el Príncipe Heredero hasta que sucedió aquello…
No podía creer lo que estaba escuchando. ¡Mi
esposo un príncipe de sangre real, nada menos que el Heredero de MenmaatRa
Sethy, aquel joven que había sido dado por muerto hacía tantos años!
Pero, ¿no se habían celebrado exequias reales
por el justificado Príncipe
Nebchasetnebet? ¿No había sido momificado su dyet? ¿No habían depositado su jat,
con todos los honores, en el Valle de los Ancestros? ¿No creíamos todos que su Akh había volado hacia las estrellas?
Absolutamente desconcertada por aquella
revelación inesperada, a punto estuve de interrumpirla con alguna de las mil
preguntas que acudían a mi mente atropelladamente, pero ella me detuvo con un
gesto de su mano y una delicada sonrisa.
—Escúchame en silencio, te lo ruego.
Una mueca de dolor había enturbiado por un
momento su rutilante belleza, como si le costase articular las palabras al
recordar aquellos momentos que debieron ser tan amargos para ella, pero
continuó:
—Lo que
sucedió entonces conmocionó a toda la corte. Hasta tal punto era grave la
situación, que el Faraón se vio obligado a ocultar la verdad: Ante el mundo
entero el Príncipe Heredero había muerto. En bien del Ma’at, el príncipe Nebchasetnebet fue repudiado
por su padre y expulsado en secreto del país de Khem. Todos nosotros nos convencimos de que, aquel que estaba destinado a
ser el próximo Faraón del País de la Doble
Corona , había viajado hacia Occidente para rendir cuentas de
sus actos en el juicio de Wsir. Pero
deja que te cuente la historia en su orden natural. Nebchasetnebet era…¡es! mi
hermano menor.
A pesar de que seguía sin poder dar crédito a
mis oídos, aquella confesión acababa de hacerme suspirar de alivio y ella debió
notarlo porque sonrió con picardía, pero continuó su relato sin hacer
comentario alguno.
—Ambos
somos hijos de la que fuera la
Gran Esposa de nuestro padre MenmaatRa Sethy justificado, mientras que Ramesés es hijo, como sabes,
de la Reina Madre
Tuya, que por aquellos días era una simple esposa secundaria que, gracias a que
por sus venas corría sangre de reyes, ostentaba el título de Ornato Real.
Nuestro padre se había casado con ella antes de conocer a su gran amor: la Princesa Tanedyemy ,
que habría de convertirse en nuestra madre.
Tanedyemy
era «Hija del Dios» y descendiente directa de la Reina Ahmose- Nefertari.
Dos circunstancias que, al desposarse con el Faraón, la convertían
inmediatamente en Gran Esposa Real y la situaban por encima de Tuya, quien por
aquel tiempo ya había dado a luz a mi esposo Ramesés, nuestro medio-hermano.
Como
resultado de aquella unión, mi madre quedó inmediatamente encinta y a su debido
tiempo nací yo, la mayor de sus hijos. Detrás de mí nació Nebchasetnebet, el
Heredero.
Por
eso, aún siendo algo mayor que nosotros, Ramesés no pasaba de ser más que el
primero de los hijos varones del Faraón, sin ningún otro derecho al Trono
mientras existieran varones nacidos de la Gran Esposa Real.
Crecimos
al amparo de nuestra madre en la Casa Kheneret , junto con otros infantes nacidos en
la Casa. Muy pronto Ramesés, mi hermano Nebchasetnebet y yo nos hicimos
inseparables y durante el verano, cuando el tórrido calor de Uáset
aconsejaba trasladar la Corte
a la capital del Norte, solíamos jugar, separados de los demás niños del harén,
bajo la sombra de ese sicomoro que
ves ahí fuera.
Nefertari había señalado un frondoso árbol
que daba sombra al jardín privado de la Primera Esposa.
—Demasiado
pronto para mí, llegó el día que Ramesés y Nebchasetnebet fueron enviados al Kap
para ser educados en todas las artes que un príncipe debe conocer. Ellos iban a
perder su mechón de juventud y yo a mis compañeros de juegos infantiles. Pero
todos los días, al atardecer, ambos corrían a la Casa Kheneret para estar conmigo
aunque fuera un solo instante, cada verano juntos los tres bajo nuestro sicomoro.
Esos
hombres que hoy ves pelear tan rudamente y que se enfrentan el uno al otro como
garañones, eran entonces inseparables. Parece imposible… ¿verdad? Pues lo
cierto es que en aquella época se amaban tiernamente y que ambos me adoraban,
igual que yo a ellos.
De mi libro "Faraón sin Reino", sin editar.
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