El anuncio del nuevo nacimiento desató por fin la
lengua de Moshé, más trabada por el ensimismamiento en el que estaba inmerso
que por el dolor propio de las quemaduras.
—Me encontraba con el rebaño en la falda del
monte Horev —me explicó por fin—, cuando de pronto escuché un sonido como
de brisa entre los árboles. Miré a todos lados; el día era calmo y no había en
las inmediaciones más vegetación que hierba seca y algunos matorrales bajos que
las ovejas se apresuraban en esquilmar. De pronto, una enorme sombra ocultó el
sol sobre mi cabeza y una ráfaga de viento agitó mis vestiduras. Levanté la
mirada y vi una gran nube gris a poca altura, que estaba como parada sobre unos
zarzales que parecían arder entre vivas llamaradas, pero que no se
consumían.
«La
nube fue bajando poco a poco hasta tocar el suelo, en un lugar a pocos pasos de
donde yo estaba. Nunca había visto un fenómeno semejante: no era aún época de
nubes, ni siquiera en el monte. Deseaba verla de cerca, pero sentía un gran
temor a que un rayo procedente de la extraña nube prendiera fuego a los matojos
y asustara al rebaño. Intenté acercarme cuando conseguí superar la sorpresa,
pero una voz atronadora me advirtió: —¡Detente, Moshé! Y quítate el calzado de los pies, porque el
suelo que pisas es sagrado.
—¿La voz conocía tu nombre?
–le interrumpí.
—Sí. Y también el tuyo y el de tu padre, el de
Aharón y los de nuestros hijos. Luego supe que quien me había hablado en primer
lugar era un Emisario del Señor. Me descalcé tal como la voz había ordenado,
pero lleno de pavor no me atreví a dar ni un paso más hacia delante. Al poco, la nube se abrió ante mis ojos y de su
interior apareció un Ser envuelto en una luz potentísima.
—¿Y cómo era ese ser?
—De
no haber sido por su enorme estatura y por su piel, que era como de metal
bruñido y reluciente, parecía tan humano como tú o como yo. Pero el resplandor
que le envolvía y que parecía venir de dentro de la nube, me ocultaba su
rostro. En cuanto pude controlar mi espanto, me atreví a
preguntar: —¿Quién eres Tú, Señor?
—«Ehyé
aser Ehyé —me respondió con una voz que
semejaba el batir de las espadas en la lucha—. Soy
el dios de Avraham, el dios de Yishak y el dios de Ya’akob». Tuve
miedo de mirarle y me cubrí el rostro con las manos.
—¡El
Elyon sea alabado! ¿Estás
seguro de lo que dices?
—Completamente; y Él me ha dado pruebas de
ello. Pero antes escucha las palabras que me confió:
—He
escuchado tu voz, Moshé. He sabido que estabas preparado para recibirme y te he
elegido para algo grande.
Entonces
yo le pregunté:
—¿Y
quien soy yo, Señor, para que me hayas elegido?
Pero
Dios no me respondió, sino que continuó diciendo:
—He
oído las lamentaciones de mi pueblo que está en el país de Khem.
He conocido sus angustias por causa de sus opresores y he escuchado su clamor.
Por eso he querido bajar a ayudarles. He dispuesto liberarles de la esclavitud
que sufren de manos de los khem-taui
y llevarles a una tierra buena y ancha, una tierra donde hay fuentes que manan
leche y miel; a los lugares del Kena'an,
del Hitti, del Emori, del Perizzi, del Heveo y del Yevusi. Regresa al País de Khem, porque han muerto todos los hombres que
buscaban tu alma. Yo te enviaré al Faraón para que os deje salir en libertad,
para que saques de las tierras de Khem a
mi pueblo, a los hijos de Yisrael.
Entonces
volví a insistir:
—¿Quién
soy yo para que vaya al Faraón y saque de Khem a los hijos de
Yisrael?
—Tú
eres el que eres, pero para mi pueblo siempre serás Moshé, mi profeta; yo
estaré contigo y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas
sacado de Khem a mi pueblo, tú y él serviréis a Dios sobre
este monte.
—Si
voy a los hijos de Yisrael y les digo: «El Dios de vuestros padres me ha enviado
a vosotros», me preguntarán: «¿Cuál es su nombre?». Entonces ¿qué les
responderé?
—Ehyé
aser Ehyé —repitió— «Yo soy aquello que seré» y no tenéis sonidos en vuestra
lengua que sean buenos para pronunciar mi nombre.
Entonces
Dios me mostró cuatro letras que estaban como suspendidas en la nube. Eran
signos extraños que jamás había visto, pero Ehyé permitió que pudiera leerlos.
Pero, tal como Él me había advertido, no pude pronunciarlos.
—Elige
la forma en que te sea más fácil —me dijo.
—Y…H…V…H…,
no existe forma de pronunciar tu nombre sin sus vocales, Adonay.
Tú eres «mi Señor» y por eso usaré las tres vocales de esa palabra: «Adonay»; y así, cada vez que tu pueblo pronuncie
tu nombre, estará diciendo Mi Señor Y…H…V…H…, como sea que se pronuncie. Así pues,
si Tú me lo permites te llamaré ¡Yahovah!
—Puesto
que así puedes pronunciarlo, para ti y para los tuyos Yahovah seré desde ahora.
Ve pues a hablarles a los hijos de Yisrael y les dirás: «Yahovah, que es el
Dios de Avraham, de Yishak y de Ya’akob, me envía a vosotros».
Porque para eso Yo te hice subir de la tierra de Khem, te redimí de la casa de servidumbre y te envié delante de Reuel, de Aharón
y de Tzíppora. Por eso reunirás a los ancianos de mi pueblo y con ellos irás a Ramesés
a pedirle que deje salir libre al pueblo. Y Yo sé que el Faraón no os dejará ir
si no es por la fuerza. Pero Yo extenderé mi mano y heriré a Khem con todas las maravillas que obraré en el
país, y entonces os dejará ir.
—¿Y
qué demostración les voy a hacer para que sepan que voy de parte de Dios?
—Echa
ahora al suelo tu vara de pastor.
Yo
obedecí y mi bastón se convirtió en una serpiente. Entonces Dios dijo:
—Toma
la serpiente por la cola.
Obedecí
y la serpiente se volvió otra vez bastón.
—Ésta
será una de las señales con las cuales yo te voy a apoyar para que te crean.
—Tú
sabes, Adonay, que tendré dificultades para hablar con Ramesés.
¿Por qué no mandas a otro en mi lugar?
—Yo
te elegí y te puse en el camino. Huiste de las tierras Khem y
allí deberás volver, porque conoces sus costumbres y conoces a los tuyos. ¿Por
qué dices que tienes dificultades para hablar? Si crees que las tienes, así
será desde ahora. Cuando hayas vuelto al país de Khem, ocúpate de hacer delante del Faraón todas las maravillas que he
puesto en tus manos y no discutas mis designios, porque yo endureceré el
corazón de Ramesés de modo que no deje ir al pueblo. Entonces le dirás: «YHVH
ha dicho así: Yisrael es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a
mi hijo para que me sirva. Si te niegas a dejarlo ir, yo mataré a tu hijo, a tu
primogénito».
—Que
sea mi hermano Aharón quien diga esto por mí.
—Sea
como tú mismo has elegido. Yo pondré en boca de Aharón las palabras de mis
señales y mis prodigios en la tierra de Khem.
Después
de esto Adonay desapareció dentro de su nube, que se llama «La Gloria ». La grieta por la
que había salido Yahovah volvió a cerrarse y La Gloria ascendió a los
cielos, despareciendo de mi vista en menos de un segundo. Cuando por fin miré a
mi alrededor, la hierba seca se había vuelto verde y fresca, los capullos de
flor se abrían aquí y allá y los zarzales que poco antes me había parecido que ardían, en pocos minutos dieron flores que
enseguida se convirtieron en frutos apetecibles, hermosos, grandes y rojos.
Pensando que eran un regalo que Dios me ofrecía por acceder a servirle, me
acerqué para probarlos. Tomé uno, pero en cuanto lo introduje en mi boca se
volvió como un carbón encendido y me provocó las quemaduras que tú has cuidado.
Moshé se interrumpió, fatigado.
Yo le miraba en silencio, sin atreverme a opinar.
—¿En qué piensas?
—En que recibiste esa quemadura
como castigo por negarte a prestar tu lengua para pronunciar las palabras de Adonay.
—También yo lo he pensado. Yahovah
cumplió su palabra y, por negarme a hablar con Ramesés, tengo ahora dificultades
al hablar —murmuró con tristeza.
Del Capítulo 11 de "Faraón sin Reino" (libro en busca de editor)
Del Capítulo 11 de "Faraón sin Reino" (libro en busca de editor)
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