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lunes, 22 de junio de 2015

HERIDAS CÓSMICAS 4 - El espejo

Estamos viviendo un proceso hacia un nuevo nivel de conciencia. Un nivel donde hay una base de seguridad interior y confianza en sí mismo a través de la cual serán posibles muchas nuevas creaciones. Seremos capaces de vivir y crear desde esta nueva conciencia interior. Pero para realmente reconocer este nuevo nivel de conciencia, es de suma importancia viajar hasta el núcleo y el origen de los bloqueos y desequilibrios que experimentamos en nuestro día a día.
Nuestro niño cósmico aún está vivo, pero no sabe hacia donde está siendo dirigido y carece de todo sentido de orientación. Es momento de cuidarle.
Es hora de mirar no solo los dolores y traumas que han surgido en nuestras vidas actuales y en vidas anteriores, sino también de dar un paso más profundo. Es necesario retroceder hasta la escena ancestral, que la conciencia la reconozca y el corazón la recuerde y, cuando eso suceda, prestar atención al dolor interior, un dolor primordial que tiene una localización física; está ubicado en el plexo solar, que es el asiento de las emociones y de los sentimientos asociados. El abdomen frecuentemente es el lugar o el centro energético desde el cual se establecen relaciones con otras personas. El problema es que en el centro de plexo solar hay un dolor que trasciende esta vida terrestre, que trasciende todos los tiempos de vida, y que sigue hacia atrás hasta nuestro nacimiento como almas individuales. El dolor del nacimiento cósmico está en el nivel más profundo.
Tratamos de aliviar este dolor cósmico individual en el nivel de las relaciones interpersonales. Específicamente es en las relaciones personales profundas donde hay intimidad, donde frecuentemente intentamos sanar la propia herida profunda con la energía del otro.
Usualmente reconocemos muy bien el dolor en los demás. Esencialmente, siempre es el mismo dolor que está basado en la pérdida de la seguridad y de la conexión primordial. Con más frecuencia de la que cabría esperar, la otra persona funciona como un espejo, es decir, reconocemos más fácilmente el propio dolor en la expresión del otro.
Debido a esto, intentamos resolver este dolor ajeno y a la vez, a un nivel subconsciente, esperamos que nuestro propio dolor disminuya gracias al amor o al reconocimiento la otra persona. Pero este juego, que se da con mucha frecuencia en las relaciones sexuales, hace que sea más difícil que antes sanar la herida. Esto es porque desarrollamos demasiado fácilmente una dependencia mutua desde este juego de rol emocional, en el cual los dos miembros de la pareja crecen atados. Tan pronto como empieza a formarse la dependencia, comienzan a involucrarse aspectos de poder que nos llevan más lejos del Hogar.
Siempre que nos inclinamos hacia el poder, estamos entregando nuestra propia fuerza.
El poder y la dependencia no pueden existir uno sin el otro.

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