Había tomado asiento cansinamente junto a mí
y tomó mi mano entre las suyas, renunciando a todo protocolo. Le miré a los
ojos y descubrí en ellos, a través de su profunda desolación, una luz distinta.
Él continuó:
—Pero, antes de que muera, debo ponerte al
corriente de un arcano que hace tiempo me fue confiado y del que no debes
hablar con nadie —se interrumpió para comprobar mi asentimiento—. Hace miles de
años, nuestros Hermanos vinieron al país de Khemet y fundaron una gran ciudad cerca
del Delta. Nada de ella quedó en pié después de su partida: las aguas del mar
invadieron la tierra con tanta furia, que arrastraron las arenas hasta
derrumbar y cubrir todas y cada una de sus piedras. Todas, menos las que se
alzan en la Meseta. En
el interior de la mayor de esas construcciones…
—¿En el Templo de Ast?
—Exactamente. En su interior, a través de un
pasadizo al que solamente podrá acceder el Ba de alguien absolutamente puro de
corazón, existe una cámara secreta que contiene extraños aparatos, el
conocimiento del pasado, del presente y del porvenir, los Archivos de cuanto
sucedió en aquellos días de los Millones de Años; la historia de nuestra raza
humana y la de los Hombres de los cuales descendemos. La entrada a ese pasillo
solamente puede abrirse cuando Sóthep esté en ascenso, estando en la más
absoluta soledad y dejando el Ka al cuidado del Dyet que yacerá, privado de
animación, en la Cámara
que es el corazón de la pirámide…
—¿Por qué me cuentas ahora todo eso, amigo del
alma?
—Porque ya no hay más tiempo para mí y porque
tal vez, un día, necesites de esa información. Llegará un momento en que el
futuro de nuestra tierra se verá amenazado: en esos Archivos encontrarás la
forma de evitar el fin definitivo. Pero, para penetrar en ellos y conseguir
toda esa información, antes deberás equilibrar las energías luminosas que
recibirás en las otras dos cámaras. El orden y la forma en que eso debe hacerse
solamente lo sabrá quien deba tener acceso a esos Registros y nadie más. Esa construcción
acumula energías que vienen de las estrellas y podría permitirte…
—Sabes bien que como mujer, ni tan siquiera
como Faraón, podría quedarme a solas en ese lugar ni un solo instante. El poder
de los sacerdotes que lo custodian supera al del propio Rey —le interrumpí, no
sin cierta tristeza.
—Nada es imposible para la gloriosa Esencia
que habita en el Dyet de Hatshepsut Jenemet Imen, nuestro amado Faraón Ma'atKaRa
Primero. Por eso precisamente fuiste colocada en esta posición. Si en algún
momento debes acceder a esos secretos, todo se confabulará a tu favor para
lograrlo y ningún poder de este mundo podrá impedirlo. Por eso eres quien eres.
Tú y solamente tú eres la única con el derecho y el deber suficientes para
descubrir lo que se encierra tras esa puerta cerrada al mundo. Tú eres a la vez
la Llave y la Cerradura. Pero
antes debes permitir que tu Esencia aflore…
—¿Te refieres a la diosa?
—Eisset eres tú misma, acéptalo —la mirada que
Hapuseneb me lanzó al ver mi gesto de protesta consiguió que las palabras se
congelaran en mis labios—. Es necesario que cumplas con lo que has venido a
hacer a este mundo, amada mía. Yo he sido llamado para regresar a Casa, más
allá de las estrellas; y tú te quedarás completamente sola. Sin el apoyo de
Senenmut, sin la compañía de tus hijas y sin mi modesta ayuda, estarás en manos
de tus enemigos y a merced de tu sobrino. Recapacita, Hat. Eisset es ahora tu
única esperanza.
—Esto es una locura, amigo mío. Me siento
vieja y cansada, sin energías para superar el dolor que las muertes de mi hija
y de Senenmut me han causado, pero todavía tengo el arrojo suficiente para
enfrentarme a MenkheperRa, si hiciera falta. Y, precisamente por eso, no creo
que mi sobrino incumpla el acuerdo al que ambos llegamos; el joven Faraón no es
más que un advenedizo, hijo de una prostituta al servicio de mi difunto y
bastardo esposo, pero ha sido educado por mí y será fiel a su palabra de Rey.
—Existe una antigua Profecía que se refiere a
ti —continuó sin inmutarse—. Es una información de altísimo secreto, cuyo
conocimiento se ha reservado siempre para el Sumo Sacerdote. Sólo él, si
entiende que la ocasión es tan importante que así lo requiere, tiene el poder necesario
para retirar los sellos que la preservan de miradas indiscretas. Yo lo hice
cuando fui testigo tu primera transformación.
—¿Y encontraste lo que andabas buscando?
—En cierto modo sí. En ella se cuentan cosas
atroces que han de sobrevenir en esta Tierra cuando llegue el final de los
Tiempos. Una Mujer está destinada a evitar algunos de esos desastres y poner
fin a una vieja reyerta. Ella poseerá la Llave de Plata y en sus manos descansará el
futuro de los hombres.
—¿Lo ves, mi amado amigo? Yo no tengo ninguna
llave. Indudablemente, esa Profecía no se refiere a mí.
—Debes comprender el verdadero sentido de esa
frase. Tú eres la Llave ,
la energía de “la” Mujer… ¡Tú eres Ella! Prométeme que, cuando yo descanse en
los Campos de los Bienaventurados, buscarás esa llave en tu interior.
Del Capítulo 43 de "La Hija de los Dioses"
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