—«Una
guerra existe que debes conocer. Hace algunos eones, los habitantes de
Z-Retículis en nuestros enemigos se convirtieron y nuestro planeta invadieron,
desestabilizando la atmósfera. Una comisión de salvamento hasta Tâ se
desplazó para conseguir un material precioso que repararla debía. Todos
vosotros de esa expedición parte formabais. Para vuestros propósitos conseguir,
la raza oriunda de Tâ modificasteis a través de vuestros propios códigos
vitales kwnnitas. Las Leyes Básicas
Intergalácticas transgredido habíais y un Decreto de Obligado Cumplimiento la Colonia os obligó a
abandonar, para permitir que la nueva raza por si misma evolucionase. Pero,
mucho antes de vuestra partida, algunos reptilianos subrepticiamente en el
planeta se habían introducido, engaños utilizando. Por la seguridad de Tâ en secreto hemos velado desde entonces, de
incursiones enemigas protegiendo a la nueva humanidad».
Ahora era el anciano quien había hablado.
—«Estos
reptilianos infiltrados y otros mercenarios a su servicio —continuó explicando Aitum-Ra—, permanecieron en Tâ, ocultos en disfraces humanos y de esta forma se han mantenido hasta
hoy, moviéndose como sombras entre las gentes. Les respetamos, aceptando que el
paradigma estelar es vivir en comunidad y porque creemos que los portadores del
gen
reptiliano tienen los mismos derechos que los portadores del nuestro a
la hora de convivir en armonía en un mismo lugar.
«Debes
saber que cada estrella o planeta condiciona las conductas y las creencias de
sus nativos y la razón de adoptar un modelo determinado es hacerlo evolucionar.
«Los
reptilianos tienen grandes problemas para experimentar emociones y, aunque su
medicina es muy poderosa, es menos eficaz porque se aplica sin sentimiento. A
pesar de la dificultad que tienen para amar, honramos a nuestros enemigos por
su valor, por su nobleza y porque reconocemos que su deseo de hacerse con el
poder es tan legítimo como el nuestro; pero, en cambio, rechazamos la
prevaricación, el engaño y el fundamentalismo que les permiten cualquier actuación
en defensa de un punto de vista determinado, sin que importe lo abusivo,
violento o espiritualmente limitador que sea y, en especial, si se aplica a la
consecución de un fin indigno».
«Durante
algunas generaciones humanas, los mercenarios de Sébek consiguieron tomar el
control de la Colonia
en Tâ, gracias a su civilización más avanzada. De esta forma, contravinieron
la Norma de
No-Ingerencia en el destino de las Nuevas Razas. Ellos fundaron las primeras
Dinastías de unos Reyes aparentemente humanos, perpetuando a través de ellos su
semilla reptiliana. Para poder manejar el poder, esos primitivos Faraones se
convirtieron en Adeptos de los poderosos sistemas mágicos que los reticulianos
les habían enseñado y utilizaron el conocimiento esotérico y la cábala secreta
para conseguir lo que querían.
«Nosotros
admiramos a los humanos por haberles servido tan maravillosamente, pero también
sabemos que su opresión está haciendo que vuestro planeta camine hacia la
destrucción. Su fin primero había sido arrastrar a la nueva raza y, por tanto,
al planeta entero hasta su total desintegración, porque con él destruirían
también la posibilidad de estabilizar nuestra atmósfera.
«Pero
el mariscal Sébek desea, además, evitar que se firme un armisticio que podría
estar basado en los lazos de sangre que unen a las dos familias en los
gobiernos respectivos. Si tal cosa llegara a producirse, acabaría con sus
perversas esperanzas de hacerse con el dominio de ambos Estados Confederados.
«Su
poderoso símbolo es la serpiente, que concede enormes facultades a quien forma
parte de su códice oscuro. Este símbolo fue astutamente introducido como
representación del poder real en forma de una cobra que remata una corona que,
una vez colocada sobre la frente de sus descendientes, les permite controlar a
quienes son portadores de una hélice reptiliana en su código genético. De esta
forma, desde hace muchísimos años en el tiempo de Tâ, los
herederos del Cetro de Sébek han estado directamente influidos por el inmenso
poder del símbolo de la serpiente.
«Siguiendo
nuestras instrucciones, Akhenatón ha aceptado los símbolos faraónicos en
cumplimiento de su destino; pero, al obtener el poder que de ellos se
desprende, ha conseguido también el de la Cobra Real. Este es un gran
inconveniente para él y para todos nosotros, porque el Faraón no podrá mantener
la paz mientras sus actuaciones estén influidas por el enemigo».
Aitum-Ra dio por finalizado su discurso y me
envolvió con una mirada que abarcaba todo el amor del Universo.
—«Imprescindible
es que a tu esposo persuadas para que el control de su Esencia acepte en su
totalidad, el contacto con nosotros permitiendo de nuevo para que neutralizar
podamos, a través de ella, el poder de los reptilianos».
El anciano se inclinó ante mí y terminó
diciendo:
—«Sé
bendecida, Hija de la Luz ».
Del Capítulo 27 de "El ocaso de Atón"
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