Amenhotep se atribuyó a sí mismo los títulos
de «Aquel que ve al Grande» y «El mayor de los Videntes».
La oportunidad de
plantear a mi esposo la ansiada pregunta se puso de pronto a mi alcance:
—¿Es
cierto que ves a Dios, amado de mi corazón?
—Nadie
puede ver al Grande porque no tiene forma alguna y contiene en si mismo todas
las formas. Es a la vez hombre y mujer, el Todo y la Nada , el Gran Dios
Padre-Madre de todas las cosas vivas.
—¿Cómo
entonces te proclamas como «El
Mayor de los Videntes»?
—Porque
he escuchado su Voz. Él habla a su hijo Amenhotep y me dice cuanto debo saber.
—Yo
también he escuchado las Voces…
Y entonces referí a
mi esposo cuanto me había sucedido en casa de mis padres. Él escuchó mi relato
en silencio, con una extraña expresión en su mirada.
Había brillo de
lágrimas en sus ojos al decir:
—Ahora
sé que no me equivoqué al elegirte. Apenas te vi, reconocí en ti a la Hermana que esperaba.
En aquel momento no
comprendí sus palabras, segura de que se refería a la relación fraternal que se
había establecido entre nosotros.
—El
día de la Coronación ,
cuando estábamos solos al amanecer, pronunciaste unas extrañas palabras.
—Atón
le habló a mi corazón, revelándole que el tiempo que tenemos para restablecer la Verdad y lograr que el
pueblo abandone el culto a los falsos dioses, es limitado.
—Diecisiete
años, dijiste.
—Sí.
—¿Significa
eso que moriremos?
—Nuestro
padre Atón ha dispuesto que dentro de diecisiete años vaya a reunirme con Él,
pero tú seguirás en este mundo para mayor gloria suya.
—No
deseo vivir si tú no estás a mi lado, esposo.
—Deberás
vivir por los dos. ¿Qué sería de nuestras hijas, si no?
—Esperemos
que, antes de que ése momento llegue, el Creador nos conceda la gracia de un
Heredero.
—Confiemos
en Él.
Se hizo el silencio
entre nosotros. Él, perdido en su Luz; yo, en mis propios pensamientos. Un vago
temor, procedente de algún remoto lugar de mi alma, me asaltó de repente.
—Ese
título…, el de «El Mayor de los
Videntes», pertenece al Gran
Sacerdote de Iunu. ¿No temes su
indignación?
—Los
sacerdotes se rebelarán contra mí tarde o temprano.
Me quedé callada,
pero dentro de mi corazón rogaba al Creador para que aquellas palabras
proféticas de Amenhotep no se hicieran realidad.
Recordé entonces
las de la Reina Madre ,
cuando me dijo que era necesario acabar con el poder de los sacerdotes. Ella
tenía razón: si antes no destruíamos el culto principal al padre de los falsos
dioses, los sacerdotes de Amón nos destruirían a todos.
En aquel momento
decidí apoyar a mi esposo en su campaña de proclamar la Verdad del Dios Único y
destruir el culto a los falsos dioses, hasta las últimas consecuencias.
Del Capítulo 18 de "El ocaso de Atón"
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