El gran tráfico que los habitantes de Pompeya hacían con los alejandrinos de Egipto, les hizo adoptar el culto de esta divinidad, de la que quisieron inmortalizar la memoria en toda clase de frescos y pinturas. El templo de Isis se halla rodeado de un pórtico sostenido por [ocho] columnas dóricas de cada lado, y de seis en la fachada. Un pequeño pero elegante vestíbulo sostenido por otras seis columnas y adornado de un hermoso mosaico, conduce al altar, sobre el cual se hallaron los fragmentos de la estatua de Isis. Siendo este templo el principal del Pompeya, encerraba una infinidad de objetos curiosos e interesantes, y un gran número de pinturas al fresco, que merced al importante descubrimiento moderno, han podido trasladarse intactas como otras muchas de los demás edificios, al museo de Nápoles.
En el cuarto denominado sala de los misterios, por tener todas sus pinturas relación con el culto de Isis, se encontró el esqueleto de uno de sus sacerdotes que estaba en la mesa cuando la ruina general de Pompeya, y se supone que había comido huevos y pollos y había bebido más de una botella de vino, juzgando por los restos que había dejado el gastrónomo sacerdote. Alrededor del templo hay una porción de cuartos que debían servir de habitación a los gerofantes o ministros del culto de Isis. Los esqueletos de muchos de estos se han encontrado también, que o no pudieron escapar a la ruina general, o no quisieron abandonar su diosa.
En el centro de un atrium se levanta un pódium; varias escaleras secretas permitían a los sacerdotes deslizarse debajo de la estatua y dar desde allí los oráculos; se han encontrado bastante número de esqueletos de sacerdotes; uno de ellos estaba comiendo en el momento de la erupción y se conoce no cuidaba mal su cuerpo, a juzgar por el pescado, el pollo, los huevos, el vino la guirnalda de flores que adornaban la mesa; la estatua producía; también se halló el esqueleto de otro sacerdote al pie de la pared, con una hacha en la mano; había practicado ya dos salidas, pero no pudo ir más allá.
El templo de Isis se halla dividido en dos trozos: en el uno, circuido de columnas istriadas, se nota una ara para el sacrificio de las víctimas; y en el otro tres aras, y un gran altar circuido de columnas donde estaba la estatua de la diosa. En la parte inferior se ven los conductos secretos por donde entraba el sacerdote a hacer el oráculo: esta parte del templo se cree renovada el año 63 del primer siglo. El pavimento de este altar es de mosaico.
Si el ara no está ensangrentada ni esparcidos los instrumentos del sacrificio en las gradas; si los dioses no ocupaban sus nichos, ni el candelabro y la lámpara brillan en las suntuosas columnas dóricas, esto no lo ha hecho el tiempo, que los dejó como los había encontrado, cerrados herméticamente, y perfectamente conservados; aún se encontraron los sacerdotes junto a el ara con todos sus adornos pontificales; pero los muebles de la casa magistral, los enseres sagrados de los templos y aun el enlosado del Foro se sacaron de aquel gran relicario que la naturaleza legó a la posteridad.
En la puerta hay una imagen que apoya el índice en la punta de la nariz reclamando silencio, y la gente entra reverente y cabizbaja bajo la fija mirada de los sacerdotes que exhiben la esférica cabeza completamente afeitada y el cuerpo cubierto por una dalmática de vivos colorines. Las robustas columnas con figuras y flores de fuertes tintas rematadas por la simbólica flor de loto, sostienen las grandes láminas de piedra de la techumbre, y en el centro, sobre obscuro graderío que ningún profano puede hollar, cubierta por severo templete, está la Isis de mármol negro que mira fijamente con sus muertos ojos. Cerca de la imagen, y colgando del muro o de las columnas, se ven, como en los demás templos, manojos de ofrendas que recuerdan otros tanto milagros; manos y pies, pechos y ojos, todo de cera o de metal, puestos allí por los enfermos que sanó la diosa. Ni más ni menos que hoy Santa Lucía da vista a los ciegos, o la Virgen de Lourdes hace innecesarios médicos y boticas. Los devotos, uno a uno, llegan al pie del altar, entregando antes a los sacerdotes las ricas ofrendas: bolsas de dinero para sacrificios: tiernas ovejas; blancos toros, que han quedado a la parte de fuera. Preguntan a la diosa con voz emocionada sobre el porvenir; Isis conserva muchas veces su imponente inmovilidad, pero otras ¡oh prodigio! Se mueven sus brazos, brillan sus ojos y se inclina su cabeza, mientras la muchedumbre anonadada por el milagro, se prosterna dando alaridos y besa la túnica a los impasibles sacerdotes. Por desgracia, la catástrofe que enterró a Pompeya no dio tiempo para dejar las cosas en regla, y al excavarse los restos del templo de Isis se han visto las articulaciones de la estatua, y aún hoy puede subirse por la escalerilla secreta que conduce al hueco pedestal de la estatua donde se agazapaban los ayudantes del templo para tirar de la cuerda de los milagros. Nihil novum sub sole. Los sacristanes que en nuestros tiempos hacen sudar sangre a los Cristos, o que los santos den golpecitos en los vidrios de sus altares, estarán sarisfechos de su habilidad, y no saben ¡infelices! Que hace dieciocho siglos, unos tíos de color de zapato viejo les daban quince y raya en el arte de ganarse el pan explotando la eterna imbecilidad humana.
Hay una raza de hombres, hay una raza de dioses. Cada una de ellas saca su aliento vital de la misma Madre, pero sus poderes son diversos, de suerte que unos no son nada y otros son los dueños del cielo , que es su ciudadela para siempre. Sin embargo, todos nosotros participamos de la Gran Inteligencia; tenemos un poco de la fuerza de los inmortales, aunque no sepamos lo que el día nos tiene reservado, lo que el destino nos tiene preparado antes de que cierre la noche. Píndaro, "Oda"
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sábado, 24 de septiembre de 2016
D.E.M. 29: Secretos oscuros
—…un
desgraciado día, llegó un mensajero procedente de Shedet.
Traía noticias del Sumo Sacerdote de Per-Sobek.
Había oído hablar de la ciudad de Shedet: se encuentra más o menos a tres
días y medio de marcha desde Iunu y
aproximadamente a uno y medio de Madián, donde nací. Ha crecido en el corazón
de un extenso oasis, a orillas de un lago de agua dulce que se abastece
constantemente de las aguas del río Hapi
gracias al atrevido diseño de un apiru,
un constructor de canales perteneciente a la tribu de Isacar. El limo negro de
las crecidas llega también a ese lugar para fecundar su fructífera huerta.
—Aquel
lugar —continuaba Nefertari— se
encuentra bajo la protección del dios Sobek, en cuyo templo los sacerdotes
custodian secretos ancestrales procedentes de «la otra» cultura de los dioses
primigenios, aquella que tanto Ramesés como Nebchasetnebet habían ambicionado
conocer y que había quedado en el olvido cuando ambos tuvieron que separarse.
Al
parecer un extranjero, probablemente un apiru que conocía bien Per-Sobek, había penetrado en el recinto sagrado,
profanado el Sancta Sanctorum y robado los secretos mágicos del dios, ocultos
en aquel lugar.
Un sudor frío empapó mi frente y por un
momento creí que iba a desmayarme.
¡Aquella inesperada revelación acababa de dar
sentido a las inexplicables y largas ausencias de Moshé! Cuando abandonaba el
campamento para, aparentemente, conducir el rebaño a pastos mejores, cuando me
dejaba sola durante tantos y tantos días…
Ningún apiru
podía haberse atrevido a profanar un templo; ningún hermano podía conocer el
secreto que se escondía en Per-Sobek.
Ninguno… ¡excepto Moshé!
....
—Al
cabo de muy poco tiempo, noticias parecidas llegaron desde los templos de Nubit y Dahamsha. Profundamente consternado por
aquellos robos y seguro de saber quienes eran los culpables, Ramesés mandó
apresar a los constructores de Per-Sobek,
que fueron ejecutados por traición y profanación, después de ser torturados.
Pero ni uno de ellos reveló dónde habían escondido su sacrílego botín. Ni los
más expertos verdugos consiguieron arrancarles una sola palabra y los Secretos
Sagrados han continuado perdidos.
A
pesar de que sus métodos podrían parecer un tanto crueles, los motivos que le
movían eran elevados: Ramesés estaba decidido a evitar que aquellos
conocimientos malévolos cayeran en manos de quienes pudieran hacer un mal uso
de ellos. Como Adepto de la Magia Suprema
del Sacerdocio y máxima autoridad religiosa del país, conoce todos los secretos
y sabe demasiado bien que, a través de los conjuros y artefactos que hasta
aquel momento había estado protegiendo, pueden invocarse las Fuerzas del Caos. Ya
no podía evitar que se utilizaran los Arcanos Oscuros que habían sido robados,
pero aún podía poner a buen resguardo los que estaban intactos.
Entonces
fue cuando decidió cambiar de lugar los tesoros que todavía no habían sido
expoliados. Pero su estrategia alteró el sistema energético que aquellos dioses
habían creado y que mantenía en conexión todos sus templos. El resultado creo
que ya lo conoces: desde entonces nos aflige una desgracia tras otra.
Ramesés
estaba seguro de que todo lo sustraído había ido a caer en manos de los
sacerdotes apiru y un gran rencor hacia ellos empezó a
instalarse en su corazón. El pueblo de tu padre, mi querida Tzíppora, se había
convertido en el peor de sus enemigos.
Durante
meses se encerraba cada mañana en su santuario privado, intentando seguir la fuerza
que se desprende de esos… artefactos secretos. Su intranquilidad crecía con
cada minuto que pasaba hasta que, un día, supo que la energía oscura había sido
despertada. La magia de Sobek había comenzado a funcionar.
Los
conocimientos de un Mer Hekau incluyen capacidades tan sorprendentes como
la de separar su Ba del cuerpo para
desplazarlo al lugar que desee. Y Ramesés, lo mismo que Nebchasetnebet, había
aprendido aquella técnica durante sus iniciaciones. Decidido a descubrir a los
culpables, siguió el rastro de la energía y ésta le llevo hasta el monte Horev,
donde descubrió que la ciencia robada a los
otros dioses había sido ocultada en el interior de una cueva.
A
través de su propio Ba, Ramesés pudo percibir el de un sacerdote apiru
que, gracias a unos conocimientos que
superaban los suyos propios y haciendo uso de las piedras azules de los dioses,
una de las muchas joyas robadas, había conseguido atraer hasta allí a una
presencia divina de aspecto extraño con la que estaba conversando frente a
frente.
La imagen de Moshé relatándome su aventura en
el monte Horev y la aparición de Yahovah en su Gloria se me reveló de pronto,
en exacta correspondencia con las visiones de Ramesés. Un dolor agudo acababa
de atravesar mi corazón como una flecha emponzoñada.
Ajena al dolor que aquella extraordinaria
revelación me estaba causando, Nefertari continuaba su relato.
—Sus peores temores se habían confirmado y ahora estaba completamente seguro de que las autoridades religiosas del pueblo apiru se habían hecho con un saber y unos poderes que ponían en peligro el futuro del Imperio. ¡Tan potentes que podrían ser usados para invadir y conquistar el país de Khem!
De "Faraón sin Reino", mi libro aún no publicado
—Sus peores temores se habían confirmado y ahora estaba completamente seguro de que las autoridades religiosas del pueblo apiru se habían hecho con un saber y unos poderes que ponían en peligro el futuro del Imperio. ¡Tan potentes que podrían ser usados para invadir y conquistar el país de Khem!
De "Faraón sin Reino", mi libro aún no publicado
martes, 13 de septiembre de 2016
La Tabla Isíaca
Es indudable que esta Tabla estaba consagrada a Isis, porque además de ser la figura principal, ocupa la mayor de las tres bandas en que está dividida la superficie de la Tabla. Toda ella es de cobre rojo y mide un metro por setenta centímetros. Las figuras grabadas en ella tienen como máximo una línea de profundidad, son de color más pronunciado y en su mayoría están remarcadas con un ribete de plata.
En el centro está colocado el diseño más importante, consistente en la Gran Puerta
de los Dioses, un pabellón arquitectónico sobre un trono sobre el que se encuentra una
figura sentada. Sobre el pabellón se muestran flamas divergentes, abajo está un globo
doblemente alado, luego un segundo globo con alas, un tercero se ve bajo la figura sentada.
Alrededor de los lados del pabellón hay una serie de cuadrados en los que hay círculos con
ocho divisiones. Una columna marcada alternativamente con blanco y negro en bandas,
rematada con una cabeza de Isis, está a cada lado de este pabellón.
Sentada dentro hay
una figura de mujer, vestida de la cintura hacia abajo con objetos emplumados y teniendo
muchos senos colocados cerca (no se muestran en el dibujo); en una cabeza una cinta y un
pájaro numídico, el pavo montado sobre éste; a su espalda, una canasta de la cual salen dos
hojas de persea y dos cuernos; estos últimos sostienen un disco sobre el que hay un
escarabajo. En su mano derecha tiene un cetro rematado en un loto abierto y su mano
izquierda está levantada en actitud de mando. Su trono es plano, pero grabado en él hay un
perro sentado. Bajo su trono hay otro diseño, un entrepaño, dentro del cual yace un
monstruo Néfer, parte león, parte halcón, con un canope entre sus garras delanteras; detrás
de él se ve un globo alado combinado con una serpiente, sobre su cabeza hay una luna
creciente y un Sol dentro de ella. A cada lado del pabellón están colocadas sendas
columnas, y en cada una de ellas hay una serpiente, como si fueran guardias. Hay tres figuras principales a cada lado de la diosa, cada tríada, O Q R a la derecha y X Y Z a la izquierda, consisten en una figura sentada y dos de pie. Nótese que O y Z están vestidas similarmente; R y X, próximas al pabellón, tienen pedestales similares, varas y ornamentos en la cabeza; Q tiene cabeza de ibis y Y es una figura humana sentada. Este pabellón central representa la difusión de los triformes supremos Mens en las formas universales de los tres mundos, de donde emerge el proceso de evolución de este mundo sensible o universo, llamado por Plutarco La Casa de Horus, y por los Egipcios La Gran Puerta de los Dioses. Las flamas divergentes en la cumbre del pabellón significan el eterno e incorruptible supremo Mens, lleno de Fuego, Luz y Vida; la influencia es comunicada al mundo intelectual, sensible, y elemental, como se ilustra por los tres globos. La figura sentada es la Mente Suprema o Iynx pantomorfa, esfinge multiforme, o Logos, Palabra, Alma del Mundo, y está colocada aquí en la mitad como en el centro de la naturaleza universal. La postura sentada denota poder y dominio; el perro es dibujado en el trono debido a que la esfinge isíaca está asociada con la estrella del perro, Sirio o Sothis; la vestidura emplumada de sus brazos denota la sublime velocidad de los poderes más altos; la abundancia de senos significa los poderes ilimitados de creación y preservación, los círculos denotan las órbitas celestes en constante movimiento. La cinta o cubierta en la cabeza señala la oculta procedencia de la naturaleza y el pavo (el pájaro numídico marcial) de muchos colores y manchas denota la variedad de cosas creadas. La canasta significa abundancia y la persona denota esa sabiduría que administra todos los hechos; los cuernos significan la Luna, y el escarabajo y el disco, el Sol; el cetro significa que todas las cosas están modeladas siguiendo el patrón de los Mens Paternos, y el loto significa la progresión infatigable de la noche y el día, la mano izquierda levantada representa el poder gobernante, cuyos mandatos son todos obedecidos.
En los jeroglíficos del grupo superior, enfrente del Iynx se lee lo siguiente: La entrada al mundo cuatripartita, a través del cual entra el alma pantomorfa del mundo, penetra todas las cosas con el ojo de la divina Providencia; otorga la esfera de la vida, flotando tanto en las cuatro partes del mundo superior como en las cinco entradas del mundo inferior. En el grupo inferior se lee lo siguiente: La Barrera de los Portales de los mundos superior e inferior, del que las cadenas de las zonas son removidas por el Agathodæmon ibiforme.
Las dos figuras de serpientes Y y W, con la esfinge central T, forman la tríada de deidades-serpientes buenas, el símbolo del espíritu pantomorfo del mundo, actuando en las tres esferas, Intelectual, Etérea y Elemental. De las dos tríadas laterales, Q y Y son Padres sentados, R y X Potencias, O y Z las Mentes, las caras de todos ellos están vueltas hacia los grandes Mens. Q es ibimorfa, una divinidad masculina con la cabeza del pájaro ibis, Thoth. La figura dibujada sobre el trono es un símbolo de adversidad, a través del cual el bien en general del universo es consumado. La cruz ansata de la mano derecha muestra el influjo de la virtud de arriba, y la vara en terminación de cabeza de Isis denota el poder derivado de Isis, la diosa de la naturaleza pantomorfa. Del adorno de la cabeza, las llamas denotan el poder del calor; la serpiente, vida; las plumas, velocidad y sutileza; el centro floral, fecundidad. Los dos cocodrilos abajo del trono señalan los poderes malignos de Tifón bajo el dominio del ibis.
Las dieciocho divisiones del escabel denotan dieciocho codos de creciente del Nilo, que confiere la fertilidad, y el Ibis Thot es la deidad del Nilo. O es los Mens de la Tríada, es una mujer con el seno lleno, ella tiene largas alas que llegan hasta el piso, su vara emplumada señala el poder sobre los poderes aéreos, y el vaso sobre el pedestal, la nutrición del agua del Nilo. En los jeroglíficos arriba se lee: “Los genios aéreos buenos de toda la naturaleza comunican su poder por medio de la humedad fecundadora”. P es una andro-esfinge, la deidad de la naturaleza de fuego. En los jeroglíficos se lee: “El divino árbitro, por medio de su poder, marca con su sello la vida celeste”. R es el ejecutor de los mandatos de esta tríada, está casi desnuda y sus piernas separadas como en movimiento. Sobre su pedestal se lee: “Él penetra con la mayor celeridad la esfera celeste, a través del reino húmedo de Momfta, y de los sagrados lagos ibimorfos”. S es un halcón en vuelo que sostiene un círculo y una vara y se relaciona con el poder del calor, suministrado por el fuego arquetípico de los supremos Mens.
Toda esta tríada denota potencia masculina, agentes activos, mientras que, por otra parte, X Y Z son femeninas y pasivas; aunque ninguna de ellas lo es en su totalidad, sino sólo para el propósito presente, pues los egipcios consideraban la deidad bisexual o asexual, que, sin embargo, se volvía pasiva o activa, macho o hembra, según fuera requerido especialmente. Encontramos aquí que el padre que preside la Tríada es hembra, ella es Nefta, entronada y con un ornamento de flores en la cabeza; hay una figura arrodillada bajo el trono y sobre el pedestal un león, el símbolo de Momfta, el Nilo creciente. Sobre su cabeza con triple símbolo de flores hay un escarabajo alado, arquetipo del poder fecundante del sol. Z es una forma similar de Mens a O, con largas alas y un vaso sobre un pedestal ante ella; su pecho está lleno de leche. X difiere de R, la figura correspondiente, también es una hembra con el pecho prominente y un ornamento para la cabeza en forma de globo con serpientes y plumas. Alfa y Beta son figuras acompañantes, así como el pavo numídico y el halcón. El Iynx de Caldea, o Alma del Mundo, o Palabra Paterna, es llamada por los egipcios Hemfta.
viernes, 9 de septiembre de 2016
Las Trompetas de Jericó: ¿Armas Sónicas en la Antigüedad?
Habiendo superado los tiempos pasados en los que se lanzaban excomuniones contra los intelectuales que profesaban conocimientos que harían tambalear los bastiones de la Élite, hemos llegado a un tiempo en el que renovarse o morir supone una premisa básica para llegar a alcanzar la autorealización personal.
Naturalmente, he explotado esa ventaja para zarandear el viejo pedestal sobre el que se han asentado las bases teóricas y prácticas –erradas en muchos casos- de muchos de los conocimientos prehistóricos que hoy nos son conocidos, rompiendo así, el tabú académico en el que se ven envueltas ciertas teorías que replantearían –por lo menos- en gran parte, los obsoletos contenidos que ilustran y adornan con parrafadas vacían los libros de texto de la enseñanza secular.
Durante la primavera del año 1964, el famoso Instituto marsellés de Investigaciones Electroacústicas se trasladó a un edificio nuevo. Tras la mudanza de todo el equipo técnico a su nueva residencia, muchos de los colaboradores del profesor Vladimir Gavreau se aquejaron de fuertes y persistentes dolores de cabeza, trayendo como consecuencia sobre estos síntomas tales como prurito, náuseas y vómitos, entre otros. Tal fue la gravedad del asunto, que algunos de los colaboradores de Vladimir empezaron a temblar y a convulsionar cual enfermos durante un ataque de epilepsia.
Un Instituto que trataba cuestiones relacionadas con la electroacústica sospechó que aquellas molestias que sufrían los colaboradores del profesor pudieran tener su origen en radiaciones incontroladas que podrían estar localizadas en alguna parte de los laboratorios del edificio.
Después que muchos y tediosos esfuerzos por parte de los científicos por encontrar la causa del problema, se acabó averiguando el origen del mismo. No eran frecuencias eléctricas incontroladas las que causaban esos síntomas, sino un ventilador que emitía ondas de baja frecuencia que comunicaron a todo el edificio una vibración de infrasonido.
Tras saber lo que consiguió hacer ese ventilador, el profesor Vladimir dijo que ese fenómeno se podía reproducir experimentalmente de forma intencionada. Así fue como el profesor, ayudado por sus incansables colaboradores, creó el primer cañón acústico de todo el mundo en el Instituto de Investigaciones Electroacústicas de Marsella.
¿Cómo era este cañón, os preguntaréis? Bien, este obedecía a la siguiente descripción: a una enorme reja que tenía forma de tablero de ajedrez se le ataron 61 tubos ultra flexibles a los que se les hizo pasar aire a presión regular, hasta que de estos se pudo apreciar un tono acústico, en 196 Hz.
¿Cuál fue el resultado del experimento? Simplemente, devastador. Las paredes del nuevo edificio se agrietaron, y los estómagos de los presentes durante el ensayo práctico se retorcieron hasta el extremo. En consecuencia, el cañón fue desactivado.
De los errores se aprende. La experiencia proporciona antecedentes para que no volvamos a tropezar en la misma piedra, -aun así lo volvemos a hacer. Y esto lo sabía Vladimir, pues tras el fallido primer intento, este hizo erigir unas nuevas instalaciones dotadas de sofisticada protección que proporcionaran seguridad a los hombres que manejaban el delicado instrumento. Vladimir mejoró con creces la capacidad del primer cañón, ya que el vástago del primero resultó ser una auténtica “trompeta de la muerte”, la cual era capaz de desarrollar en su apogeo máximo hasta 2000 W de potencia, emitiendo, a su vez, ondas sonoras de unos 37 Hz.
Lógicamente, no se pudo exprimir todo su potencial como se hubiera deseado, ya que el cañón hubiera destrozado todos los edificios existentes en varios kilómetros a la redonda.
A finales de los años 70, se consiguió perfeccionar esa “trompeta de la muerte”, ya que se trabajó durante varios años en un nuevo cañón acústico de 23 metros de longitud, que fue capaz de emitir ondas sonoras que alcanzaron la frecuencia mortal de los 3,5 Hz…
En vista de estos antecedentes, viene a mi mente otro escenario en el que pudo ser plausible el uso de otro artilugio similar. Vayamos a este y analicemos el contexto del mismo.
En el pasado bíblico, el pueblo elegido por Dios, travesó el Jordán, poniendo rumbo a la ciudad de Jericó, la cual se veía rodeada de espesas murallas de 7 metros de grosor. En vista del impedimento, se ordenó a los sacerdotes que tocaran las “trompetas”. Veamos que describe el Libro de Josué:
"Los sacerdotes tocaron las trompetas, y cuando el pueblo, oído el sonido de las trompetas, se puso a gritar clamorosamente, las murallas de la ciudad se derrumbaron, y cada uno subió a la ciudad frente de sí"
Es evidente de que algo anómalo sucedió, pues ni la fuerza de los pulmones de los sacerdotes, ni las miles de voces del pueblo apoyando con sus gritos a pleno pulmón el sonido de las trompetas pudieron haber derruido aquellos muros tan gruesos… ¿Acaso usaron esos sacerdotes algún tipo de cañón sónico para logar su objetivo? ¿Es que acaso Dios –entendido como el supremo creador del todo, o, póngase por caso especulativo, los extraterrestres, otorgaron al pueblo judío además del Arca del Alianza algún tipo deoopart que a la postre les resultara beneficioso para salir airosos de las dificultades que les plantearía la larga travesía? Sea como fuere, y en vista de los hechos anteriormente mencionados, tenemos en conocimiento que las ondas sonoras de frecuencia hertziana mortalmente baja, habrían sido válidas para derrumbar los muros de la ciudad de Jericó.
Publicado en 25 de abril de 2013 por Ethan en la revista Arqueología Ciencia y Religión
CARTA ABIERTA
Lo que viene a continuación es una carta abierta que hace unos quince años publiqué en varios medios de comunicación. Lo que escribí entonces sigue siendo actual y vigente.
Por cierto, ¿han olvidado Vds. lo que significa la palabra “pontífice”? Un pontífice es un creador de puentes… nada que ver con un político que dicta normas de conducta, ni con un juez que crea jurisprudencia. Las conciencias de los hombres sólo pueden ser juzgadas por Dios. Y ese Dios, Señores, se encuentra también en cada conciencia.
La
Humanidad
ya no es un bebé que necesita que le cambien los pañales, ni es un niño al que
hay que instruir con metáforas contándole un cuento cada noche. No es tampoco
un adolescente rebelde a quien se amenaza con castigos infernales o se premia
con la promesa de hermosas huríes.
CARTA ABIERTA A LAS IGLESIAS Y A TODOS LOS
GUIAS ESPIRITUALES DEL MUNDO
Por si a alguno de Vds. se le ocurre
calificarme de atea, de endemoniada o de agnóstica, vaya por delante que estoy
absolutamente convencida de que existe un Ser Supremo, Algo o Alguien que
abarca en Sí Mismo el conjunto de todo lo creado y de todo lo increado. El todo
y la nada, el bien y el mal, son solo caras de una misma moneda y unos pocos de
los múltiples aspectos de ese gran conjunto del que cada uno de nosotros forma
parte. En una palabra: creo en “ESO” que todos llamamos Dios.
Si hoy me dirijo a Vds. es porque necesito
expresar algo que está (o debería estar) en la conciencia de muchos de
nosotros, sus “feligreses”, sin que importe demasiado la diversidad de
credos, ideologías o razas. Es, más o menos, una especie de derecho al pataleo
universal.
Necesitamos unirnos todos en un frente común
que elimine la idea obsoleta de que necesitamos intermediarios para dirigirnos
a Dios. Él está en el corazón de cada hombre y no es otro hombre quien puede
hacernos llegar a Él. Cualquiera puede escuchar su Voz con sólo escucharse un
poco a sí mismo y nadie, NADIE, está en posesión de la verdad absoluta. Por muy
Pontífice que sea…
Por cierto, ¿han olvidado Vds. lo que significa la palabra “pontífice”? Un pontífice es un creador de puentes… nada que ver con un político que dicta normas de conducta, ni con un juez que crea jurisprudencia. Las conciencias de los hombres sólo pueden ser juzgadas por Dios. Y ese Dios, Señores, se encuentra también en cada conciencia.
Las distintas Iglesias ya hace mucho tiempo
que han dejado atrás su razón de existir. Sus religiones fueron creadas como
respuesta a una necesidad tan antigua como el hombre: la de dar respuesta a sus
eternas preguntas trascendentales ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué hago aquí? Y también (para qué dejarlo en el tintero) por otra necesidad aún mayor: la de controlar al rebaño. Sí, rebaño tienen la desfachatez de llamarnos y, al fin y al cabo, es lo que somos la mayoría: ovejas que siguen al pastor o se enfrentan con los perros.
Seguimos buscando esas respuestas que no han sabido o no han querido respondernos; las
necesitamos para dar un sentido a nuestras vidas y para pensar que no todo se
acaba con la muerte.
Pero lo que ya no necesitamos son esos inmensos
tinglados religiosos que nos han montado. Hemos pasado del humilde
chamán/chamana (ése/a sí que era un pontífice que ayudaba a sus congéneres a
superar los momentos difíciles), a contemplar atónitos como enormes
multinacionales religiosas trafican con nuestras almas… por no entrar en más
detalles.
Hemos crecido, Señores.
Ahora somos capaces de darnos cuenta de
cuando nos están engañando. Capaces de juzgar a quienes, durante siglos, han
pretendido juzgarnos y educarnos. Somos adultos y vemos hasta donde nos han
conducido sus excelsas guías. Y sabemos también que la espiritualidad no es
nada de eso.
Espiritualidad es tener en cuenta que no
somos sólo materia perecedera. Espiritualidad es trabajar por y para nuestro
espíritu. Espiritualidad es AMOR.
Y AMOR es algo de lo que Vds., señores Jefes
Espirituales del mundo, carecen. Nos lo han demostrado con su intransigencia,
con su afán competitivo y con la petulancia de creer, cada uno de Vds., que su
religión es la única verdadera y que el resto, o son herejes o están
equivocados.
Y es que no hay más que un Dios, Señores: Uno
solo. Y ese Dios no tiene nada que ver con lo que Vds. ofrecen y mucho menos
con el ejemplo que nos dan.
Se ha hablado mucho de que los distintos
Credos deben refundirse en uno sólo y de que las Iglesias de todo el mundo
deberían reunirse. Eso nunca sucederá: son Vds. demasiado inflexibles y
demasiado orgullosos. Pero a los fieles de a pie, a los que de verdad somos
creyentes, eso no nos importa: no necesitamos Iglesias que nos limiten la Fe , ni templos donde reunirnos
para “hablar con Dios”. Dios nos escucha dondequiera que estemos y los asuntos
del “alma” de cada persona son asunto propio. Es una conversación privada, en
la que los dos únicos interlocutores válidos son el Espíritu y el Dios del que
éste forma parte.
Otra cosa que han olvidado todos Vds. sin
excepción (al menos están de acuerdo en algo, aunque sea por pasiva), es que
Dios NO es exclusivamente masculino. Han obviado con toda intencionalidad que
Crear Vida es una tarea básicamente femenina y que si ese Ser Supremo es tal,
ha de contener en una misma Esencia los dos aspectos. Olvidando a Dios en tanto
que Madre, es como Vds. se han alejado del verdadero AMOR y, lo que es mucho
peor: han conseguido, a fuerza de machacarnos durante siglos, que nosotros
también lo olvidemos.
Estoy muy lejos de ser feminista; creo en los
valores de la mujer en la misma manera que creo en los de los hombres. Ambos,
por distintos, somos complementarios e inseparables. ¿Podríamos vivir, unos sin
otras?
Y Vds., que se pelean por obtener la
hegemonía absoluta, que compiten por ganar cada día más adeptos, ¿olvidan acaso
que la población mundial es mayoritariamente femenina? Detrás de toda esa
misoginia mal entendida, detecto un miedo que prefiero no analizar.
Asómense al mundo y vean lo que han
conseguido con esa desvalorización progresiva de los valores femeninos: los
hombres ya casi no saben llorar y las mujeres nos hemos visto obligadas a
masculinizarnos para hacernos un lugar en una sociedad que se dirige
directamente al desastre.
Lejos de la Madre ya no queda lugar para el amor, el
sentimiento o la compasión; nos estamos convirtiendo en bestias sedientas de
éxito, competimos por ser (o por tener) un poco más que el vecino y nos
sentimos perpetuamente insatisfechos sabiendo que algo nos falta, pero sin
atrevernos a averiguar qué es.
No tenemos tiempo: somos robots al servicio
de nuestro trabajo, porque la competencia y la sociedad de consumo nos exigen
cada día más.
No tenemos tiempo: por eso cada vez
sobrecargamos a nuestros niños con más y más extraescolares y permitimos que
vean demasiadas horas de televisión o que se aíslen del mundo real en aras de
la cibernética. Estamos fomentando la desintegración familiar y creando
monstruos sin imaginación y sin valores familiares, pequeñas réplicas nuestras
con alguna que otra prótesis adicional: ordenadores, consolas, wiis, tablets y teléfonos
móviles. Gracias a algo tan simple como una calculadora, los menores de
cuarenta años ya no saben sumar… si se encontraran en una situación límite, si
no pudieran apoyarse en la tecnología, se verían obligados a aprender muchas
cosas. Pensemos: ¿qué pasará cuando sus hijos, nuestros niños de ahora, se
conviertan en adultos? Y no es que no me parezca bien la tecnología; pero todo
tiene su justa medida.
No tenemos tiempo… ya no tenemos tiempo ni
para Dios y de eso, Señores, Vds. son directamente responsables.
No, Señores, no creo en Vds., igual que no
creo en sus Iglesias: en ninguna.
El día en que vea cómo se desprenden Vds. de
sus riquezas, venden sus posesiones, dejan de traficar con divisas o con cosas
peores y se dedican a ayudar a “sus feligreses” menos favorecidos, entonces y
sólo tal vez, empezaré a creer que son algo más que mercaderes en sus propios
templos.
Cuando desmantelen todo el circo religioso
que tienen montado, unos y otros, para ponerse de acuerdo y reconocer
públicamente que se han equivocado, que Dios está dentro de cada uno de
nosotros y que no les necesitamos a Vds. para tener conciencia de Él…
Cuando hagan uso de la humildad que predican
para reconocer que sus homólogos pueden ser tan buenos o mejor que Vds. mismos…
Cuando demuestren que son capaces de sentir
empatía por sus semejantes…
Cuando se ocupen de emplear sus inmensas
riquezas en dar un hogar a todos los niños del mundo, en sanear el medio
ambiente, en erradicar el hambre…
Cuando trabajen codo a codo con los pobres, a
pleno sol, en vez de intentar dirigir sus destinos desde despachos
climatizados…
Cuando nos eduquen con el ejemplo,
convirtiéndose en hermanos en vez de en competidores…
Entonces, Señores, y sólo entonces… tal vez
crea en Vds.
No pongan palabras supuestamente divinas en
sus bocas, porque no es Dios quien habla por ellas: es su propia soberbia quien
lo hace. Luego, lo hemos visto todos, les toca rectificar, porque los tiempos
cambian y porque la “gran masa” no es tonta.
Digan al mundo la VERDAD ; estamos preparados
para asumirla. Después podrán jubilarse, que ya toca después de tantos miles de
años…
Y no duden de que existe una Justicia Superior
que tiene en cuenta hasta el más sutil de nuestros pensamientos: no en vano
todos formamos parte de ese Gran Él-Ella, el Dios Padre-Madre. Una Justicia,
Señores, que va a medirles con el mismo rasero con el que Vds. miden a su
prójimo.
Y esto es igualmente válido para todos
aquellos grupos emergentes, supuestamente espirituales pero decididamente
miopes, que emplean todos sus esfuerzos en criticar a las Iglesias existentes
para decirnos que estamos evolucionando hacia un mundo mejor y más elevado por
una parte, mientras por la otra nos hablan de profecías y finales del mundo
apocalípticos. Díganme, ¿no es esto una versión más actual de huríes y de
infiernos? ¿No están Vds. haciendo lo mismo que sus competidores de toda la
vida? La finalidad es la misma de siempre: recaudar fondos de la forma que sea.
Con estas pobres palabras mías acabo de
darles un excelente pretexto para que se pongan todos de acuerdo para quitarme
la razón. Si lo consigo, ya serán dos las cosas que tendrán en común.
Y por algo se empieza.
Lola Xaxo
Quizás, si es algo que hoy día podría añadir a esa carta sería abundar en las supuestas guerras religiosas y en las que no lo parecen, pero lo son.
jueves, 8 de septiembre de 2016
D.E.M. 28: Embalsamamiento truculento
Tengo la desagradable sensación de estar repartiendo margaritas inútilmente. Aunque, por supuesto, hay unos cuantos incondicionales que siguen "Descubriendo el Misterio", el interés por estos secretos ha descendido de forma espectacular, pasando de más de 250 visitas en un día a apenas 50 en semanas.
Es por este motivo que, a pesar de que quedan muchísimos misterios por desvelar, más o menos disfrazados de forma novelada en éste y en mis cinco libros siguientes, voy a dar por finalizado mi intento fallido con éste que va a ser mi último extracto. Gracias a todos los que habéis demostrado algún interés.
Luego,
una mañana, inesperadamente, un clamor de duelo se adueñó de las estancias de la Casa Kheneret. Nuestra madre
había rasgado su kalasiri y se cubría la cabeza con ceniza mientras
lloraba desconsoladamente.
¡Su
Serenidad el Príncipe Heredero Nebchasetnebet había sido asesinado por su propio
Maestro, el Mer Hekau Bak! El homicida, temiendo el peso del Ma’at sobre su cabeza y horrorizado por su
sacrílego acto, había huido tras cometer aquel crimen atroz.
El
amigo y compañero de estudios del fallecido, el Príncipe Ramesés Meriamón, al que
la muerte de su hermano había convertido automáticamente en el nuevo
Heredero del Trono de las Dos Tierras, se encontraba tan afectado que estaba
siendo atendido por los sun-nu reales.
Al
dolor insoportable que la pérdida de mi hermano favorito y futuro esposo me
producía, siguieron varios días de luto durante los cuales no me fue permitido acercarme
a Ramesés. Pero era evidente que, tras la muerte de Nebchasetnebet, yo estaba
destinada a convertirme en futura esposa del nuevo Heredero y que, por lo tanto,
aquel aislamiento no podía prolongarse indefinidamente.
No fue
hasta al cabo de más de un mes cuando se anunció públicamente nuestro
compromiso y el silencio se rompió. Ramesés pudo entonces contarme la verdad de
lo que había sucedido: el dyet que estaba siendo embalsamado en la Casa de la Muerte no pertenecía a nuestro
hermano, sino al hekau muerto.
Aquella noticia insospechada me alivió, pero por poco tiempo: Nebchasetnebet,
repudiado por nuestro padre y condenado al destierro, había perdido su
condición de Sucesor. Si quería seguir manteniéndose con vida, nadie en el país
entero o fuera de él debería conocer cuál era su verdadera identidad.
Las palabras de Nefertari abrieron una luz en
mi corazón.
¡Por fin comprendía el mutismo de Moshé, su
fingida pérdida de memoria, su interés místico en las doctrinas de mi padre!
Aquello lo aclaraba todo… o casi todo.
De "Faraón sin Reino", mi libro aún no publicado
Historia del Matriarcado
El matriarcado perteneció al mundo de la mitología hasta que los románticos, según veremos, incluyeron el mito en la necesaria conformación de la estructura histórica. Desde entonces, se abre paso la concepción de una cultura matriarcal documentalmente situada en la historia.
Entre los años 9000 y 1000 a. de JC existe una zona subtropical del planeta donde dominan los cultos matriarcales. Una gran diosa centra la teología y dispone de un héroe masculino. Los hallazgos arqueológicos que corroboran esta hipótesis son reciente (década de 1970). Se trata de Catal Hüyük, en Anatolia, (Turquía). En el siglo VII a. de JC contaba con unos diez mil habitantes. En ella se encuentra un templo con una sola deidad, que es mujer y pare a ciertas figuras animales (toros, ciervos, etc.) que han sido descifradas como profanas y masculinas.
El varón se da, pues, como hijo de una diosa, señalando la precedencia divina de la mujer. En Sumer se adoraba a Inanna, que reinaba en el cielo, aseguraba la feracidad de las tierras sumerias y dominaba todas las fuerzas consideradas divinas. Uno de los himnos a ella dirigidos dice: «Señora de los cielos (...) que has reunido todas las fuerzas divinas, tu ojo es poderoso, ve el cielo, la tierra y las comarcas extrañas, Inanna, leona que reluce en el cielo (...)».
Dumuzi es su héroe, con quien se casa. El muere y ella lo va a buscar al reino inferior, donde también muere. En la primavera, la diosa renace y da nueva vida a su esposo. Se vuelve a celebrar la boda, la vegetación crece, todo verdea y florece.
Cabe observar la superioridad de la mujer, capaz de volver de la muerte por sí misma, en tanto el varón depende de ella. Lo mismo en cuanto a sus facultades de dirección celestial del mundo, después consideradas atributos viriles. Inanna, como luego Ishtar y Astarté, es vista como una mujer barbada, con caracteres bisexuales, o sea hermafrodita.
Ishtar, venerada en Babilonia, también es mujer y deidad celestial. Es la estrella matutina que triunfa sobre las tinieblas nocturnas, estrella nocturna que rige el amor y la fecundidad, y Tiamat, gran serpiente marina que señorea sobre las aguas y el reino inferior.
Tiene un héroe, Tammuz, cuya fiesta evoca las nupcias divinas y da lugar a orgías populares. Se advierte que la filialidad se refiere a la madre y es de carácter natural, en tanto la sexualidad es promiscua y pública. Ishtar tiene en su templo unas prostitutas sagradas.
Luego, en el orden patriarcal, el acto sexual se convertirá en privado e individual, en tanto la filialidad se há de referir al padre como ficción jurídica.
El matriarcado, aparte de suponer el parentesco a partir de la madre, implica el gobierno de la mujer y lo matrilocal, es decir que la sociedad pertenece al lugar donde habita la madre. La herencia y el nombre vienen por vía materna. Las mujeres son invulnerables y tienen el privilegio de juzgar, pues se las considera dotadas de una sabiduría infusa, telúrica, no expresa en normas escritas (como tenderá a serlo en el patriarcado), sabiduría que abarca la legalidad oculta de la materia natural.
El mundo es algo periódicamente renovable, cíclico, repetitivo, regenerable. En el orden paterno, esta naturalidad de los eventos será sustituida por el tiempo de la historia, compuesto de momentos singulares y sucesivos, donde todo ocurre sólo una vez y la sucesión marcha hacia la muerte. En cualquier caso, instituciones tan perdurables como el matrimonio y la metrópolis datan de entonces, conforme indica su raíz, la palabra mater.
En estas religiones, la fecundidad de la mujer va ligada a la feracidad de la tierra y a la abundancia de las cosechas. La vida sexual es sagrada y se identifica con el enigma milagroso de la creación. Por ello tiene manifestaciones como la maternidad virginal, la orgía litúrgica y la boda mística.
Cercana a la adoración del mundo vegetal, concibe al orbe como construido en torno a un árbol sagrado. Vientre materno, la tierra tiene un centro, el Ombligo del Mundo. Como se ve, la imagen de la madre virgen es una figura inmemorial, que el cristianismo ha heredado.
Pierre Saintyves sostiene la tesis de que estas culturas viven en el horror a la esterilidad y la despoblación. Ello condiciona la exaltación de la fecundidad, a la que se proveen medios mágicos y aún inmorales.
Todavía el Antiguo Testamento recoge episodios donde el adulterio y el incesto son preferibles a la infecundidad. Lo primordial en el acto fecundo es la mujer, que se fecunda por medio del varón, mero instrumento de la maternidad y no agente de la fecundación. En consecuencia, hay embarazos que se logran sin la mediación del hombre, por la agencia de piedras fecundantes, aguas, meteoros, rayos de sol, dioses que adoptan formas animales o humanas. En varias mitologías, la madre es fecundada por una aparición onírica, lo que da al sueño materno un carácter profético.
El hijo será un genio, un héroe, un libertador. Así, en la mitología finesa y tártara, y en la historia de Buda, Quetzalcoatl y Cristo. De huevo: se ha prescindido del padre y el parentesco es matrilineal. La primacía de la mujer tiene un trasfondo andrógino, según queda dicho. La diosa suprema es una hembra, pero cuenta con algún recurso viril para lograr la partenogénesis, o sea la autofecundación.
Isis, por ejemplo, es masculina y femenina a la vez. Es negra, como algunas de las Vírgenes católicas, y tiene un hijo solo, Horus, que reproduce a las parejas ya evocadas (Astarté y Baal, por ejemplo). Su negrura señala la oscuridad de la tierra y de la noche, en tanto su famoso velo evoca la posibilidad de recobrar la virginidad. Aún ciertas diosas griegas del ciclo olímpico, o sea del dominante celestial-masculino, conservan la capacidad partenogenética y la posibilidad de una virginidad cíclica y renovable.
Así Hera y Artemis, y la misma Atenea, que cumple algunas tareas viriles (pensar, hacer la guerra). Atenea tiene padre pero no madre, y protege a Heracles, que es un héroe solar, o sea de signo masculino. Es, como Artemis, una machorra virgen y fóbica del matrimonio. Entre María y Jesús se repite el esquema, sólo que «traducido» al código patriarcal semítico: María es fecundada indirectamente por un Dios paterno. Pero éste se define con las palabras de Isis: «Soy todo lo que es, fue y será, y ningún mortal ha alentado en mi velo».
Si se prefiere: en el misterio mariano, Isis se desdobla en una madre virginal y partenogenética y un padre celestial, que engendra por medio del Espíritu Santo. Oblicuamente, se produce un incesto, pues si Dios es el Padre y el Hijo, María es esposa y madre del mismo hombre.
La transición de la religión matriarcal a la patriarcal se puede ubicar en Creta, donde los sacerdotes se hacían castrar para parecerse a la Diosa, y oficiaban vestidos de mujer. Marduk, el dios asirio, ya es plenamente patriarcal, pues privilegia el vínculo padre-hijo, irrelevante en el matriarcado, donde el padre es desconocido o indeterminado.
Los judíos adoptan a Jahvé, héroe de una diosa cananea, Aschera, de carácter agrario y telúrico. Salomón, hacia el milenio antes de Cristo, manda erigir un templo a Jahvé en Jerusalén, como dios común a las doce tribus de Israel, que completan un ciclo solar, ya decididamente viril.
Alguna teóloga feminista actual, como Gerda Weiler, considera que los judíos son un pueblo de origen matriarcal, como se advierte en que la condición de judío es transmitida por la madre, y la presencia, en la Biblia, de figuras matriarcales: Sara, Rebeca, Raquel, Lea.
La mujer reaparece como fundacional en la remota raigambre semítica, que llega a Cristo y Mahoma. En cualquier caso, el pasaje implica no sólo una transición de la agricultura y la caza a la ganadería y la guerra, sino un cambio cultural complejo: de la cultura telúrica se va a la civilización solar y olímpica, de la venganza de sangre y los sacrificios humanos a los juicios ante un tribunal, las expiaciones y las liturgias incruentas.
Una civilización del individuo, jerárquica y desigual, sustituye a una cultura fraternal y promiscua. Se deroga la Némesis maternal, figura de la tierra que auxilia a todos los seres vivos, tanto en la vida como en la muerte, sobre una base de justicia distributiva, el amor de la madre por sus hijos. Aún Pitágoras y Dionisos serán místicos de lo materno.
Para lo que nos importa, el matriarcado es ágrafo y de tradiciones orales, y todavía Cristo predica por el habla: la única vez que escribe, lo hace en la arena, y las aguas borran sus palabras para siempre. Los románticos reviven los prestigios del matriarcado como fundacional de nuestra cultura.
Entre 1810 y 1812, Friedrich Creuzer da a conocer Simbólica y mitología de los pueblos antiguos. Como todo romántico, se preocupa por el origen del lenguaje, que halla en el símbolo, imágenes donde lo físico y lo moral aparecen confundidos. De una sola religión primitiva, la hindú, se desprenden todas las demás, así como, del símbolo, por mediación del lenguaje, se desprenden la metáfora, la alegoría y el mito.
Por sus huellas andarán luego Ferdinand von Eckstein, Johann Jakob Bachofen (El derecho materno, 1861) y Lewis Morgan (La sociedad primordial, 1877), muchas de cuyas noticias serán aprovechadas por Friedrich Engels en Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
Completa el cuadro un hallazgo de la biología romántica: en 1826, Baer descubre el óvulo, es decir el papel activo de la mujer en el acto de la generación, hasta entonces reservado a la potencia genesíaca varonil.
Sin duda, es Bachofen quien más ahonda en la tipología cultural de lo femenino y lo masculino, con una disposición binaria típica de la dialéctica romántica. Fija el origen de la sociedad en una escena mítica: la unión de una mujer inmortal y un varón mortal. En el matriarcado aparece la figura de la humanidad, que es femenina: todos los hombres son hermanos en tanto hijos de la Madre común, divina y telúrica a un tiempo.
Este mito original y la conclusión, igualmente mítica, de la historia,encierran un ciclo evolutivo, continuo, progresivo, que es obra del patriarcalismo.
La historia y el mito se dan, pues, como dialécticamente diversos y mutuamente necesarios. Las oposiciones son evidentes para Bachofen: lo masculino es la derecha, el día, el sol, el agua que fecunda, la vida, el espíritu, el cielo, la paternidad, el individuo, la cultura, la racionalidad; lo femenino: la izquierda, lo siniestro, la noche, la luna, la tierra como espacio fecundado, la muerte y los muertos, la tierra, la maternidad, el género, el sentimiento, la religión.
El juego de estos opuestos, su guerra y su acuerdo, dan las cuatro fases de la sociedad histórica: el hetairismo (matrimonios colectivos y promiscuos), el amazonismo (las mujeres guerreras), la ginecocracia y el patriarcado. La fase patriarcal genera sus cultos pertinentes y así se puede observar el complejo y sutil patriarcalismo de la Iglesia católica, que se define como Madre pero que está compuesta por un clero exclusivamente varonil, aunque de varones vestidos de mujer.
La Iglesia atribuye a la mujer la Caída y decreta la persecución de las brujas, cuyo texto canónico es el Martillo de las brujas de Heinrich Institoris y Jakob Sprenger, dominante desde la Baja Edad Media.
El Código de Derecho Canónico (1917) considera a la mujer, desde el punto de vista eclesiástico, como un niño o un deficiente mental. La mujer es una aberración o desviación del único sexo fundamental y existente, que es el masculino.
Como varón deficitario, depende del varón auténtico, pues sólo actúa como mero depósito de la simiente viril. Así lo han dicho, por si cupieren dudas, Aristóteles, San Pablo y Tomás de Aquino. Pero, al tiempo, en el culto mariano, sustituye al culto materno precristiano que provee la redención por el triple ciclo de la mujer prodigiosa: virginidad, embarazo divino, maternidad.La misma figura de Dios, en algunos pasajes de la Escritura, es comparada a una madre que da consuelo, asistencia y protección al hijo afligido.
En otro orden, María responde a cierto modelo de «la mujer perfecta casada», carente de sexo, eterna virgen y esclava de (su) señor. Madre de sus hijos, evoca los tiempos supuestamente primitivos en que la mujer era la esposa de todos y el padre, conjetural. María, en efecto, luce los atributos simbólicos de las diosas matriarcales: la serpiente y la luna. Es fecunda, eterna y sintetiza la sabiduría divina y mujeril.
De hecho, el culto a la Virgen es especialmente próspero en zonas del sur de Europa, África, Asia y América Latina, con una fuerte impregnación de cultos matriarcales primitivos.
Esta posición dominante ha sido contestada en distintas épocas, en una suerte de reflujo matriarcalista dentro de la Iglesia. Ello se advierte desde las primeras herejías (siglos I al III). Los gnósticos, por ejemplo, combatían el monoteísmo hebraico y veían en Yahvé la encamación del mal, del que vino a salvamos Cristo, instituyendo una religión de la Diosa Suprema, cuyos sacerdotes podían ser indistintamente, varones o mujeres.
Inspirados por las profetisas Priscilla y Maximilla, en Asia Menor aparecen los montañistas, que reverencian a Cristo como mujer.
El matriarcado a partir del siglo IV
En los siglos IV y V prospera el «Círculo de las Mujeres» de Roma, formado por unas damas nobles en tomo a San Jerónimo y las viudas Marcela y Paula, que se dedican al estudio de la Biblia y dominan el hebreo y el griego. Se dice que colaboran en la traducción conocida como Vulgata, y fundan monasterios de mujeres en Roma, y en Belén y otros lugares bíblicos.
En el siglo XI, la teóloga Hildegard von Bingen sostiene en su libro Savias que el cristianismo se funda en el amor materno y no en la ciega obediencia a Dios Padre.
La mujer es la mediadora entre el hombre y Dios, haciendo posible una relación de amor entre ambos.
Del siglo XVI data el movimiento de las beguinas, encabezado por Mechilde von Magdeburg, una visionaria que concibe la relación con Cristo como un vínculo de amor sexual («nuestra doble comunidad es el eterno placer sin muerte »). Defiende una religiosidad íntima: el que ha encontrado a Dios puede prescindir de los sacramentos.
Como el marido a la esposa, el amor de Dios es desgarrante. El Logos, Palabra de Dios o Espíritu Santo, es identificado con una suerte de comadre: «Así habló el Espíritu Santo al Padre: Sí, Padre amado, quiero llevar a la esposa a tu lecho».
La Iglesia, como es de esperar, persigue a las beguinas, acusándolas de herejía, burlas a Dios y lesbianismo. Procesos y quemas públicas acaban con el movimiento en el siglo XV. No lejos de ellas, el Meister Eckhardt proclama la prescindencia de la Iglesia y la confusión con Dios: «He llegado a ser uno con Dios».
Las mujeres son excluidas del estudio de la teología. En el siglo XVII, por ejemplo, Anna María Schurmann deberá seguir las clases desde una especie de jaula de cristal que la aisla de sus compañeros de aula. Pertenece al movimiento labadista, que propone una suerte de refundación de la Iglesia, un retorno al cristianismo primitivo, con igualdad entre los sexos, comunidad de bienes y supresión de los cultos dominicales, pues el mundo es un eterno Sábado.
Por la misma época, María Ward funda el movimiento de las «señoritas inglesas», organizando agrupaciones de mujeres que estudian lenguas, artes varias, canto y trabajo manual. La Inquisición romana la juzga por herética.
En el siglo XIX, Elizabeth Cady Stanton escribe una Biblia de las mujeres, iniciando una relectura feminista de las Escrituras que intenta desplazar al tradicional patriarcalismo semítico que se les atribuye.
En efecto, en la Biblia hay dos versiones de la Creación. En Génesis 1,27 Dios crea al hombre y la mujer a su imagen y semejanza y les entrega la Tierra en servidumbre. Pero el mismo Génesis (2,23) muestra a Dios haciendo al varón con barro y extrayéndole una costilla que convierte en mujer.
En la primera versión hay «igualdad» de sexos, en tanto que la segunda hace derivar la mujer del varón, convirtiéndola en su apéndice. La teología feminista actual parte de la pregunta: ¿Cómo pueden las mujeres aceptar a un Dios único que es varón? Para contestarla, cuestionan la originalidad de este Dios que extrajo el orden del caos: lo original es el caos, que es femenino.
En el principio, era la mujer y, tardíamente, San Pablo someterá la mujer al varón. En otra vertiente (Phillis Trible, Letty Russel, Virginia Mollenkott; Crista Mulack, etc.), el Dios bíblico es visto como una Diosa, cuidadosa y protectora como una madre. Un Dios andrógino, una Diosa travestida de hombre, que transmite su bisexualidad a Cristo.
Alguna autora, como Elga Sorge, considera a Dios como viril pero impotente, pues encubre su impotencia latente con una omnipotencia manifiesta. Una suerte de Urano, dios castrado y ocioso que se desinteresa por su Creación. Félix Christ identifica a Cristo como una reedición de la clásica Sofía, sabiduría femenina. Esta transexualización de la Sagrada Familia intenta derogar el patriarcalismo semítico tradicional.
Virilizar los dioses es una manera de manifestación del amor narcisístico del sexo masculino por sí mismo, expresión de una homosexualidad latente, que absorbe de modo vampírico el costado femenino de su nativa bisexualidad.
La mujer es inmolada para dar vida al varón y éste la ama en tanto víctima sacrificial, o sea en tanto muerta. Lo femenino resulta ser un botín de guerra de lo masculino, vacuo y pasivo recinto donde el hombre deposita su simiente. El franciscano brasileño Leonardo Boff practica una sutil recuperación matriarcal de la Iglesia, concibiéndola como esencialmente mariana.
María es el miembro más eminente de la Iglesia, pues Ella llega a serlo por su mediación. En efecto, el cristianismo es la religión del hijo de Dios, que sólo existe por intermedio de María, que es la virginidad maternal de la libertad: la consagración total a Dios. María hace posible que Dios se humanice y que el hombre se divinice.
Cristo es la síntesis de ambos, pero María, como toda madre, es anterior. En ella, el hombre se despoja de sus malos atributos viriles (instintos de posesión y violación) y se unce reflexivamente al otro (la unción). En María, Dios y el hombre se revelan mutuamente. A través de María, Dios se autorrealiza en su humanidad. Redimir a una humanidad regenerada por la madre, esa es la misión de Cristo en la historia.
Dios, pues, ha elegido a María para realizar sus partes femeninas. Dios, es en definitiva, a la vez, masculino y femenino. El Espíritu Santo incorpora a María a la Santísima Trinidad, haciéndola su templo y su tabernáculo. Del triángulo, emblema de la perfección, se pasa al cuadrado, emblema del cosmos, doble triángulo. María es, como las antiguas diosas matriarcales, una regeneradora. Este Dios que, por diversa vía, llega a reunir los caracteres simbólicos de ambos sexos, es una respuesta imaginaria al primordial misterio de la existencia misma de dos sexos.
¿Por qué somos individuos sexuados? ¿Por qué los sexos son dos? La dualidad lleva a una lógica binaria de oposiciones y el final triángulo o el cuadrado final emergen, con su muda y elocuente geometría, del par fundamental.
El mito del andrógino es una respuesta conciliadora al conflicto de los sexos, expresado en las culturas matriarcal y patriarcal en torno al tema del sujeto en la procreación, es decir la determinación de cuál sexo es principal y cuál, accesorio, en tal extremo.
La fantasía en ambas culturas, por parte del sexo dominante, ha sido la autosuficiencia. Ella implica decretar que el sexo secundario es prescindible en la reproducción y puede sustituirse por un artefacto o un milagro. La cubeta, el banco de semen o la piedra mágica, el mágico rayo de sol olímpico.
En su estudio sobre el plexo de conceptos que connotan los símbolos del huevo y la serpiente, Bachofen adjudica al primero un carácter femenino (vinculado con: el fundamento material originario, la plenitud, el reposo, el refugio, la fortuna doméstica, la unidad, lo santo como lo intangible) y a la segunda, un carácter masculino (vinculado con la energía, el dominio, la lucha, el crecimiento, el combate tanto ofensivo como defensivo, el genio de la vida o la vida como genialidad, la dualidad entre generar y destruir, lo sacro como lo consagrado, la distinción entre lo sagrado y lo profano).
El huevo, masculino, es símbolo emblemático de la mujer y la serpiente, femenina, lo es del varón. Oposición y llamado a la androginia. En cualquier caso, dinámica de la historia, entendida como un drama con dos personajes simbólicos. Si bien la mujer tiene el privilegio de ser lo anterior, lo dado, la madre que precede al hijo, el varón exhibe el privilegio contrario (y complementario): lo que ha de ser, el devenir, la secuencia.
Si ella señala el camino hacia lo oculto, la homogeneidad propia del género, el vínculo de alteridad, la demasía (relación con los demás), la inmersión en la vida múltiple y móvil, él indica la heterogeneidad de la existencia individual, la relación del sujeto consigo mismo y el saber como un orden de ideas elevado sobre la naturaleza. El par tiene consecuencias esenciales para el mundo de la épica que, finalmente, es el que nos ha traído hasta estos apuntes de antropología y religiones comparadas.
En el orden de las cosmogonías, las hay femeninas y masculinas. Las primeras privilegian el caos oceánico originario o la figura del huevo, que contiene, en germen, todas las múltiples determinaciones del universo. Las segundas, en cambio, ponen en primer lugar la emergencia de la serpiente oceánica como hora cero de la creación.
La serpiente es un animal fálico, un eje, una frontera, un bisel que actúa como primer acto de distinción y, por ello, de pensamiento que identifica y da o reconoce al ser (la luz se distingue de la tiniebla, etc.). Por su parte, en el orden del relato épico, la mujer es la madre iniciática, depositaría del saber eterno y repetitivo, que sirve al héroe como guía en el sendero que conduce a su propia identidad, al reconocimiento de sus propias potencias. Pero ella, en tanto género, es inmortal y, por lo mismo, carece del anhelo de la inmortalidad que mueve al héroe, individuo mortal. Ella es la humedad vegetal que vive transformándose en el mundo sublunar. El, consciente de su mortalidad, busca la certeza mineral y extraterrestre de la claridad solar.
Unitaria y confusa, la mujer es la misma en sus dos mitades, femenina en ambas. En cambio, el varón es dual y conflictivo, pues su mitad masculina está como superpuesta sobre un fondo nativo, de sesgo femenino. La mujer representa el principio de acuerdo, de armonía cósmica. El hombre, la existencia como drama, como puesta en escena de la inadecuación, como creatividad. Baudrillard, al rozar el tema en sus reflexiones sobre la seducción, describe lo femenino y lo masculino como dos categorías que no tienen correlato ni son comparables.
El poder masculino representa el dominio sobre el mundo real, en tanto que la seducción femenina, sobre el mundo simbólico. El poder de la mujer reside en ser pura apariencia, frente al reclamo de hondura y realidad que proclama el varón. La mujer no es nada y su ser resulta un atributo que el hombre le adjudica. Por esto, ella es original y superior: dominante.
El patriarcado (Baudrillard sigue aquí a Bruno Bettelheim) es una construcción tardía que los varones han hecho para compensar el fundacional poder femenino. Pero «la parte de la mujer» sobrevuela la diferencia de sexos, porque es la in-sexualidad que atraviesa, al sesgo, todo tipo de sexualidad. La mujer tiene la capacidad de seducir, lo cual, etimológicamente, significa «desviar»: jugar sin gozar, esquivarse, ocultarse, hurtar el goce del otro. El «sexo» femenino es la constancia igual a sí misma, frente a la intermitencia viril. Uno es secreto, el otro es productivo, es decir capaz de tornar evidente lo oculto.
La seducción sustrae al discurso su sentido y lo desvía del camino de la verdad, ambas tareas masculinas. Hemos pasado por el matriarcado y el patriarcado. Ahora, nuestro signo parece ambiguo, tal vez porque se trate de una etapa de síntesis o conciliación. Baudrillard describe el fenómeno señalando que asistimos a un proceso de ahondamiento de la mujer, que pierde sus poderes tradicionales, en tanto el varón cultiva su apariencia y adquiere los poderes no tradicionales.
Compite la mujer por la profundidad y el varón por la evidencia dada. Se encuentran en el espacio típico de la femineidad, es decir: la incertidumbre.
La incertidumbre de Alicia, si se quiere, la perplejidad de la mujer extraviada en el mundo de las iniciaciones viriles. La muchacha que se soñaba heroína de un juego cuya regla desconocía, cobra la dignidad de profetisa.
Copyright © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en la revista The Cult con permiso de su autor.
Entre los años 9000 y 1000 a. de JC existe una zona subtropical del planeta donde dominan los cultos matriarcales. Una gran diosa centra la teología y dispone de un héroe masculino. Los hallazgos arqueológicos que corroboran esta hipótesis son reciente (década de 1970). Se trata de Catal Hüyük, en Anatolia, (Turquía). En el siglo VII a. de JC contaba con unos diez mil habitantes. En ella se encuentra un templo con una sola deidad, que es mujer y pare a ciertas figuras animales (toros, ciervos, etc.) que han sido descifradas como profanas y masculinas.
El varón se da, pues, como hijo de una diosa, señalando la precedencia divina de la mujer. En Sumer se adoraba a Inanna, que reinaba en el cielo, aseguraba la feracidad de las tierras sumerias y dominaba todas las fuerzas consideradas divinas. Uno de los himnos a ella dirigidos dice: «Señora de los cielos (...) que has reunido todas las fuerzas divinas, tu ojo es poderoso, ve el cielo, la tierra y las comarcas extrañas, Inanna, leona que reluce en el cielo (...)».
Dumuzi es su héroe, con quien se casa. El muere y ella lo va a buscar al reino inferior, donde también muere. En la primavera, la diosa renace y da nueva vida a su esposo. Se vuelve a celebrar la boda, la vegetación crece, todo verdea y florece.
Cabe observar la superioridad de la mujer, capaz de volver de la muerte por sí misma, en tanto el varón depende de ella. Lo mismo en cuanto a sus facultades de dirección celestial del mundo, después consideradas atributos viriles. Inanna, como luego Ishtar y Astarté, es vista como una mujer barbada, con caracteres bisexuales, o sea hermafrodita.
Ishtar, venerada en Babilonia, también es mujer y deidad celestial. Es la estrella matutina que triunfa sobre las tinieblas nocturnas, estrella nocturna que rige el amor y la fecundidad, y Tiamat, gran serpiente marina que señorea sobre las aguas y el reino inferior.
Tiene un héroe, Tammuz, cuya fiesta evoca las nupcias divinas y da lugar a orgías populares. Se advierte que la filialidad se refiere a la madre y es de carácter natural, en tanto la sexualidad es promiscua y pública. Ishtar tiene en su templo unas prostitutas sagradas.
Luego, en el orden patriarcal, el acto sexual se convertirá en privado e individual, en tanto la filialidad se há de referir al padre como ficción jurídica.
El matriarcado, aparte de suponer el parentesco a partir de la madre, implica el gobierno de la mujer y lo matrilocal, es decir que la sociedad pertenece al lugar donde habita la madre. La herencia y el nombre vienen por vía materna. Las mujeres son invulnerables y tienen el privilegio de juzgar, pues se las considera dotadas de una sabiduría infusa, telúrica, no expresa en normas escritas (como tenderá a serlo en el patriarcado), sabiduría que abarca la legalidad oculta de la materia natural.
El mundo es algo periódicamente renovable, cíclico, repetitivo, regenerable. En el orden paterno, esta naturalidad de los eventos será sustituida por el tiempo de la historia, compuesto de momentos singulares y sucesivos, donde todo ocurre sólo una vez y la sucesión marcha hacia la muerte. En cualquier caso, instituciones tan perdurables como el matrimonio y la metrópolis datan de entonces, conforme indica su raíz, la palabra mater.
En estas religiones, la fecundidad de la mujer va ligada a la feracidad de la tierra y a la abundancia de las cosechas. La vida sexual es sagrada y se identifica con el enigma milagroso de la creación. Por ello tiene manifestaciones como la maternidad virginal, la orgía litúrgica y la boda mística.
Cercana a la adoración del mundo vegetal, concibe al orbe como construido en torno a un árbol sagrado. Vientre materno, la tierra tiene un centro, el Ombligo del Mundo. Como se ve, la imagen de la madre virgen es una figura inmemorial, que el cristianismo ha heredado.
Pierre Saintyves sostiene la tesis de que estas culturas viven en el horror a la esterilidad y la despoblación. Ello condiciona la exaltación de la fecundidad, a la que se proveen medios mágicos y aún inmorales.
Todavía el Antiguo Testamento recoge episodios donde el adulterio y el incesto son preferibles a la infecundidad. Lo primordial en el acto fecundo es la mujer, que se fecunda por medio del varón, mero instrumento de la maternidad y no agente de la fecundación. En consecuencia, hay embarazos que se logran sin la mediación del hombre, por la agencia de piedras fecundantes, aguas, meteoros, rayos de sol, dioses que adoptan formas animales o humanas. En varias mitologías, la madre es fecundada por una aparición onírica, lo que da al sueño materno un carácter profético.
El hijo será un genio, un héroe, un libertador. Así, en la mitología finesa y tártara, y en la historia de Buda, Quetzalcoatl y Cristo. De huevo: se ha prescindido del padre y el parentesco es matrilineal. La primacía de la mujer tiene un trasfondo andrógino, según queda dicho. La diosa suprema es una hembra, pero cuenta con algún recurso viril para lograr la partenogénesis, o sea la autofecundación.
Isis, por ejemplo, es masculina y femenina a la vez. Es negra, como algunas de las Vírgenes católicas, y tiene un hijo solo, Horus, que reproduce a las parejas ya evocadas (Astarté y Baal, por ejemplo). Su negrura señala la oscuridad de la tierra y de la noche, en tanto su famoso velo evoca la posibilidad de recobrar la virginidad. Aún ciertas diosas griegas del ciclo olímpico, o sea del dominante celestial-masculino, conservan la capacidad partenogenética y la posibilidad de una virginidad cíclica y renovable.
Así Hera y Artemis, y la misma Atenea, que cumple algunas tareas viriles (pensar, hacer la guerra). Atenea tiene padre pero no madre, y protege a Heracles, que es un héroe solar, o sea de signo masculino. Es, como Artemis, una machorra virgen y fóbica del matrimonio. Entre María y Jesús se repite el esquema, sólo que «traducido» al código patriarcal semítico: María es fecundada indirectamente por un Dios paterno. Pero éste se define con las palabras de Isis: «Soy todo lo que es, fue y será, y ningún mortal ha alentado en mi velo».
Si se prefiere: en el misterio mariano, Isis se desdobla en una madre virginal y partenogenética y un padre celestial, que engendra por medio del Espíritu Santo. Oblicuamente, se produce un incesto, pues si Dios es el Padre y el Hijo, María es esposa y madre del mismo hombre.
La transición de la religión matriarcal a la patriarcal se puede ubicar en Creta, donde los sacerdotes se hacían castrar para parecerse a la Diosa, y oficiaban vestidos de mujer. Marduk, el dios asirio, ya es plenamente patriarcal, pues privilegia el vínculo padre-hijo, irrelevante en el matriarcado, donde el padre es desconocido o indeterminado.
Los judíos adoptan a Jahvé, héroe de una diosa cananea, Aschera, de carácter agrario y telúrico. Salomón, hacia el milenio antes de Cristo, manda erigir un templo a Jahvé en Jerusalén, como dios común a las doce tribus de Israel, que completan un ciclo solar, ya decididamente viril.
Alguna teóloga feminista actual, como Gerda Weiler, considera que los judíos son un pueblo de origen matriarcal, como se advierte en que la condición de judío es transmitida por la madre, y la presencia, en la Biblia, de figuras matriarcales: Sara, Rebeca, Raquel, Lea.
La mujer reaparece como fundacional en la remota raigambre semítica, que llega a Cristo y Mahoma. En cualquier caso, el pasaje implica no sólo una transición de la agricultura y la caza a la ganadería y la guerra, sino un cambio cultural complejo: de la cultura telúrica se va a la civilización solar y olímpica, de la venganza de sangre y los sacrificios humanos a los juicios ante un tribunal, las expiaciones y las liturgias incruentas.
Una civilización del individuo, jerárquica y desigual, sustituye a una cultura fraternal y promiscua. Se deroga la Némesis maternal, figura de la tierra que auxilia a todos los seres vivos, tanto en la vida como en la muerte, sobre una base de justicia distributiva, el amor de la madre por sus hijos. Aún Pitágoras y Dionisos serán místicos de lo materno.
Para lo que nos importa, el matriarcado es ágrafo y de tradiciones orales, y todavía Cristo predica por el habla: la única vez que escribe, lo hace en la arena, y las aguas borran sus palabras para siempre. Los románticos reviven los prestigios del matriarcado como fundacional de nuestra cultura.
Entre 1810 y 1812, Friedrich Creuzer da a conocer Simbólica y mitología de los pueblos antiguos. Como todo romántico, se preocupa por el origen del lenguaje, que halla en el símbolo, imágenes donde lo físico y lo moral aparecen confundidos. De una sola religión primitiva, la hindú, se desprenden todas las demás, así como, del símbolo, por mediación del lenguaje, se desprenden la metáfora, la alegoría y el mito.
Por sus huellas andarán luego Ferdinand von Eckstein, Johann Jakob Bachofen (El derecho materno, 1861) y Lewis Morgan (La sociedad primordial, 1877), muchas de cuyas noticias serán aprovechadas por Friedrich Engels en Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
Completa el cuadro un hallazgo de la biología romántica: en 1826, Baer descubre el óvulo, es decir el papel activo de la mujer en el acto de la generación, hasta entonces reservado a la potencia genesíaca varonil.
Sin duda, es Bachofen quien más ahonda en la tipología cultural de lo femenino y lo masculino, con una disposición binaria típica de la dialéctica romántica. Fija el origen de la sociedad en una escena mítica: la unión de una mujer inmortal y un varón mortal. En el matriarcado aparece la figura de la humanidad, que es femenina: todos los hombres son hermanos en tanto hijos de la Madre común, divina y telúrica a un tiempo.
Este mito original y la conclusión, igualmente mítica, de la historia,encierran un ciclo evolutivo, continuo, progresivo, que es obra del patriarcalismo.
La historia y el mito se dan, pues, como dialécticamente diversos y mutuamente necesarios. Las oposiciones son evidentes para Bachofen: lo masculino es la derecha, el día, el sol, el agua que fecunda, la vida, el espíritu, el cielo, la paternidad, el individuo, la cultura, la racionalidad; lo femenino: la izquierda, lo siniestro, la noche, la luna, la tierra como espacio fecundado, la muerte y los muertos, la tierra, la maternidad, el género, el sentimiento, la religión.
El juego de estos opuestos, su guerra y su acuerdo, dan las cuatro fases de la sociedad histórica: el hetairismo (matrimonios colectivos y promiscuos), el amazonismo (las mujeres guerreras), la ginecocracia y el patriarcado. La fase patriarcal genera sus cultos pertinentes y así se puede observar el complejo y sutil patriarcalismo de la Iglesia católica, que se define como Madre pero que está compuesta por un clero exclusivamente varonil, aunque de varones vestidos de mujer.
La Iglesia atribuye a la mujer la Caída y decreta la persecución de las brujas, cuyo texto canónico es el Martillo de las brujas de Heinrich Institoris y Jakob Sprenger, dominante desde la Baja Edad Media.
El Código de Derecho Canónico (1917) considera a la mujer, desde el punto de vista eclesiástico, como un niño o un deficiente mental. La mujer es una aberración o desviación del único sexo fundamental y existente, que es el masculino.
Como varón deficitario, depende del varón auténtico, pues sólo actúa como mero depósito de la simiente viril. Así lo han dicho, por si cupieren dudas, Aristóteles, San Pablo y Tomás de Aquino. Pero, al tiempo, en el culto mariano, sustituye al culto materno precristiano que provee la redención por el triple ciclo de la mujer prodigiosa: virginidad, embarazo divino, maternidad.La misma figura de Dios, en algunos pasajes de la Escritura, es comparada a una madre que da consuelo, asistencia y protección al hijo afligido.
En otro orden, María responde a cierto modelo de «la mujer perfecta casada», carente de sexo, eterna virgen y esclava de (su) señor. Madre de sus hijos, evoca los tiempos supuestamente primitivos en que la mujer era la esposa de todos y el padre, conjetural. María, en efecto, luce los atributos simbólicos de las diosas matriarcales: la serpiente y la luna. Es fecunda, eterna y sintetiza la sabiduría divina y mujeril.
De hecho, el culto a la Virgen es especialmente próspero en zonas del sur de Europa, África, Asia y América Latina, con una fuerte impregnación de cultos matriarcales primitivos.
Esta posición dominante ha sido contestada en distintas épocas, en una suerte de reflujo matriarcalista dentro de la Iglesia. Ello se advierte desde las primeras herejías (siglos I al III). Los gnósticos, por ejemplo, combatían el monoteísmo hebraico y veían en Yahvé la encamación del mal, del que vino a salvamos Cristo, instituyendo una religión de la Diosa Suprema, cuyos sacerdotes podían ser indistintamente, varones o mujeres.
Inspirados por las profetisas Priscilla y Maximilla, en Asia Menor aparecen los montañistas, que reverencian a Cristo como mujer.
El matriarcado a partir del siglo IV
En los siglos IV y V prospera el «Círculo de las Mujeres» de Roma, formado por unas damas nobles en tomo a San Jerónimo y las viudas Marcela y Paula, que se dedican al estudio de la Biblia y dominan el hebreo y el griego. Se dice que colaboran en la traducción conocida como Vulgata, y fundan monasterios de mujeres en Roma, y en Belén y otros lugares bíblicos.
En el siglo XI, la teóloga Hildegard von Bingen sostiene en su libro Savias que el cristianismo se funda en el amor materno y no en la ciega obediencia a Dios Padre.
La mujer es la mediadora entre el hombre y Dios, haciendo posible una relación de amor entre ambos.
Del siglo XVI data el movimiento de las beguinas, encabezado por Mechilde von Magdeburg, una visionaria que concibe la relación con Cristo como un vínculo de amor sexual («nuestra doble comunidad es el eterno placer sin muerte »). Defiende una religiosidad íntima: el que ha encontrado a Dios puede prescindir de los sacramentos.
Como el marido a la esposa, el amor de Dios es desgarrante. El Logos, Palabra de Dios o Espíritu Santo, es identificado con una suerte de comadre: «Así habló el Espíritu Santo al Padre: Sí, Padre amado, quiero llevar a la esposa a tu lecho».
La Iglesia, como es de esperar, persigue a las beguinas, acusándolas de herejía, burlas a Dios y lesbianismo. Procesos y quemas públicas acaban con el movimiento en el siglo XV. No lejos de ellas, el Meister Eckhardt proclama la prescindencia de la Iglesia y la confusión con Dios: «He llegado a ser uno con Dios».
Las mujeres son excluidas del estudio de la teología. En el siglo XVII, por ejemplo, Anna María Schurmann deberá seguir las clases desde una especie de jaula de cristal que la aisla de sus compañeros de aula. Pertenece al movimiento labadista, que propone una suerte de refundación de la Iglesia, un retorno al cristianismo primitivo, con igualdad entre los sexos, comunidad de bienes y supresión de los cultos dominicales, pues el mundo es un eterno Sábado.
Por la misma época, María Ward funda el movimiento de las «señoritas inglesas», organizando agrupaciones de mujeres que estudian lenguas, artes varias, canto y trabajo manual. La Inquisición romana la juzga por herética.
En el siglo XIX, Elizabeth Cady Stanton escribe una Biblia de las mujeres, iniciando una relectura feminista de las Escrituras que intenta desplazar al tradicional patriarcalismo semítico que se les atribuye.
En efecto, en la Biblia hay dos versiones de la Creación. En Génesis 1,27 Dios crea al hombre y la mujer a su imagen y semejanza y les entrega la Tierra en servidumbre. Pero el mismo Génesis (2,23) muestra a Dios haciendo al varón con barro y extrayéndole una costilla que convierte en mujer.
En la primera versión hay «igualdad» de sexos, en tanto que la segunda hace derivar la mujer del varón, convirtiéndola en su apéndice. La teología feminista actual parte de la pregunta: ¿Cómo pueden las mujeres aceptar a un Dios único que es varón? Para contestarla, cuestionan la originalidad de este Dios que extrajo el orden del caos: lo original es el caos, que es femenino.
En el principio, era la mujer y, tardíamente, San Pablo someterá la mujer al varón. En otra vertiente (Phillis Trible, Letty Russel, Virginia Mollenkott; Crista Mulack, etc.), el Dios bíblico es visto como una Diosa, cuidadosa y protectora como una madre. Un Dios andrógino, una Diosa travestida de hombre, que transmite su bisexualidad a Cristo.
Alguna autora, como Elga Sorge, considera a Dios como viril pero impotente, pues encubre su impotencia latente con una omnipotencia manifiesta. Una suerte de Urano, dios castrado y ocioso que se desinteresa por su Creación. Félix Christ identifica a Cristo como una reedición de la clásica Sofía, sabiduría femenina. Esta transexualización de la Sagrada Familia intenta derogar el patriarcalismo semítico tradicional.
Virilizar los dioses es una manera de manifestación del amor narcisístico del sexo masculino por sí mismo, expresión de una homosexualidad latente, que absorbe de modo vampírico el costado femenino de su nativa bisexualidad.
La mujer es inmolada para dar vida al varón y éste la ama en tanto víctima sacrificial, o sea en tanto muerta. Lo femenino resulta ser un botín de guerra de lo masculino, vacuo y pasivo recinto donde el hombre deposita su simiente. El franciscano brasileño Leonardo Boff practica una sutil recuperación matriarcal de la Iglesia, concibiéndola como esencialmente mariana.
María es el miembro más eminente de la Iglesia, pues Ella llega a serlo por su mediación. En efecto, el cristianismo es la religión del hijo de Dios, que sólo existe por intermedio de María, que es la virginidad maternal de la libertad: la consagración total a Dios. María hace posible que Dios se humanice y que el hombre se divinice.
Cristo es la síntesis de ambos, pero María, como toda madre, es anterior. En ella, el hombre se despoja de sus malos atributos viriles (instintos de posesión y violación) y se unce reflexivamente al otro (la unción). En María, Dios y el hombre se revelan mutuamente. A través de María, Dios se autorrealiza en su humanidad. Redimir a una humanidad regenerada por la madre, esa es la misión de Cristo en la historia.
Dios, pues, ha elegido a María para realizar sus partes femeninas. Dios, es en definitiva, a la vez, masculino y femenino. El Espíritu Santo incorpora a María a la Santísima Trinidad, haciéndola su templo y su tabernáculo. Del triángulo, emblema de la perfección, se pasa al cuadrado, emblema del cosmos, doble triángulo. María es, como las antiguas diosas matriarcales, una regeneradora. Este Dios que, por diversa vía, llega a reunir los caracteres simbólicos de ambos sexos, es una respuesta imaginaria al primordial misterio de la existencia misma de dos sexos.
¿Por qué somos individuos sexuados? ¿Por qué los sexos son dos? La dualidad lleva a una lógica binaria de oposiciones y el final triángulo o el cuadrado final emergen, con su muda y elocuente geometría, del par fundamental.
El mito del andrógino es una respuesta conciliadora al conflicto de los sexos, expresado en las culturas matriarcal y patriarcal en torno al tema del sujeto en la procreación, es decir la determinación de cuál sexo es principal y cuál, accesorio, en tal extremo.
La fantasía en ambas culturas, por parte del sexo dominante, ha sido la autosuficiencia. Ella implica decretar que el sexo secundario es prescindible en la reproducción y puede sustituirse por un artefacto o un milagro. La cubeta, el banco de semen o la piedra mágica, el mágico rayo de sol olímpico.
En su estudio sobre el plexo de conceptos que connotan los símbolos del huevo y la serpiente, Bachofen adjudica al primero un carácter femenino (vinculado con: el fundamento material originario, la plenitud, el reposo, el refugio, la fortuna doméstica, la unidad, lo santo como lo intangible) y a la segunda, un carácter masculino (vinculado con la energía, el dominio, la lucha, el crecimiento, el combate tanto ofensivo como defensivo, el genio de la vida o la vida como genialidad, la dualidad entre generar y destruir, lo sacro como lo consagrado, la distinción entre lo sagrado y lo profano).
El huevo, masculino, es símbolo emblemático de la mujer y la serpiente, femenina, lo es del varón. Oposición y llamado a la androginia. En cualquier caso, dinámica de la historia, entendida como un drama con dos personajes simbólicos. Si bien la mujer tiene el privilegio de ser lo anterior, lo dado, la madre que precede al hijo, el varón exhibe el privilegio contrario (y complementario): lo que ha de ser, el devenir, la secuencia.
Si ella señala el camino hacia lo oculto, la homogeneidad propia del género, el vínculo de alteridad, la demasía (relación con los demás), la inmersión en la vida múltiple y móvil, él indica la heterogeneidad de la existencia individual, la relación del sujeto consigo mismo y el saber como un orden de ideas elevado sobre la naturaleza. El par tiene consecuencias esenciales para el mundo de la épica que, finalmente, es el que nos ha traído hasta estos apuntes de antropología y religiones comparadas.
En el orden de las cosmogonías, las hay femeninas y masculinas. Las primeras privilegian el caos oceánico originario o la figura del huevo, que contiene, en germen, todas las múltiples determinaciones del universo. Las segundas, en cambio, ponen en primer lugar la emergencia de la serpiente oceánica como hora cero de la creación.
La serpiente es un animal fálico, un eje, una frontera, un bisel que actúa como primer acto de distinción y, por ello, de pensamiento que identifica y da o reconoce al ser (la luz se distingue de la tiniebla, etc.). Por su parte, en el orden del relato épico, la mujer es la madre iniciática, depositaría del saber eterno y repetitivo, que sirve al héroe como guía en el sendero que conduce a su propia identidad, al reconocimiento de sus propias potencias. Pero ella, en tanto género, es inmortal y, por lo mismo, carece del anhelo de la inmortalidad que mueve al héroe, individuo mortal. Ella es la humedad vegetal que vive transformándose en el mundo sublunar. El, consciente de su mortalidad, busca la certeza mineral y extraterrestre de la claridad solar.
Unitaria y confusa, la mujer es la misma en sus dos mitades, femenina en ambas. En cambio, el varón es dual y conflictivo, pues su mitad masculina está como superpuesta sobre un fondo nativo, de sesgo femenino. La mujer representa el principio de acuerdo, de armonía cósmica. El hombre, la existencia como drama, como puesta en escena de la inadecuación, como creatividad. Baudrillard, al rozar el tema en sus reflexiones sobre la seducción, describe lo femenino y lo masculino como dos categorías que no tienen correlato ni son comparables.
El poder masculino representa el dominio sobre el mundo real, en tanto que la seducción femenina, sobre el mundo simbólico. El poder de la mujer reside en ser pura apariencia, frente al reclamo de hondura y realidad que proclama el varón. La mujer no es nada y su ser resulta un atributo que el hombre le adjudica. Por esto, ella es original y superior: dominante.
El patriarcado (Baudrillard sigue aquí a Bruno Bettelheim) es una construcción tardía que los varones han hecho para compensar el fundacional poder femenino. Pero «la parte de la mujer» sobrevuela la diferencia de sexos, porque es la in-sexualidad que atraviesa, al sesgo, todo tipo de sexualidad. La mujer tiene la capacidad de seducir, lo cual, etimológicamente, significa «desviar»: jugar sin gozar, esquivarse, ocultarse, hurtar el goce del otro. El «sexo» femenino es la constancia igual a sí misma, frente a la intermitencia viril. Uno es secreto, el otro es productivo, es decir capaz de tornar evidente lo oculto.
La seducción sustrae al discurso su sentido y lo desvía del camino de la verdad, ambas tareas masculinas. Hemos pasado por el matriarcado y el patriarcado. Ahora, nuestro signo parece ambiguo, tal vez porque se trate de una etapa de síntesis o conciliación. Baudrillard describe el fenómeno señalando que asistimos a un proceso de ahondamiento de la mujer, que pierde sus poderes tradicionales, en tanto el varón cultiva su apariencia y adquiere los poderes no tradicionales.
Compite la mujer por la profundidad y el varón por la evidencia dada. Se encuentran en el espacio típico de la femineidad, es decir: la incertidumbre.
La incertidumbre de Alicia, si se quiere, la perplejidad de la mujer extraviada en el mundo de las iniciaciones viriles. La muchacha que se soñaba heroína de un juego cuya regla desconocía, cobra la dignidad de profetisa.
Copyright © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en la revista The Cult con permiso de su autor.
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