Está registrado y pendiente de edición, pero antes de éste tengo otros cuatro que deberían aparecer en el orden correcto. Los dos primeros han tenido que ser recuperados de la Editorial que los tenía contratados, por problemas que sería largo e inútil explicar aquí.
Debo agradecer a todos mis seguidores el interés que han puesto en ellos y por eso intentaré poner en este blog algunos fragmentos de éste y de los otros libros por publicar, complaciendo así algunas peticiones.
Y aquí está el primero:
Prólogo
Todos somos viajeros transitando sin
rumbo de una tiniebla a otra. Lánguidos peregrinos; nautas, con Caronte, de la
orilla del sueño a una lejana orilla en el lago de los muertos.
Fuera hace frío. El crepúsculo
acecha mientras hace sonar sus oscuras trompetas.
Anochece. Con un último esfuerzo
escribo mis memorias; ni siquiera el verdugo acallará mi verbo. La noche, que
se acerca, será mi última noche y sé que, cuando yo me haya ido, sobrevendrá un
futuro no mejor que el pasado.
Durante años mi poder ha sido
inmenso, pero un vacío que no conoce límites ni tiempos ha cimentado un nido de
espinas en el desierto estéril de mi alma; un vacío mentido de excesos,
ahogando entre suspiros de amantes los gritos desgarrados de mi propia soledad.
Igual que el simún arrastra enfurecido las arenas y cambia de lugar las dunas
del paisaje, así ha sido mi vida: un huracán sin cauce y sin sentido que lo
arrastraba todo a su paso. Aunque, tal vez, los fustes que
instigan huracanes son aquellos que el viento más fácilmente doblega en los
naufragios.
No comprendí cual era el
principio de mi verdadera naturaleza hasta que el tiempo me ha arrebatado la
oportunidad de enfrentarme a ella. De todo lo vivido no me arrepiento, ni un
paso para enmendar uno sólo de mis errores. ¿De qué serviría?
Pero lo que sí sé es que, si
hubiera comprendido lo que realmente era importante para mí, este pájaro negro
que borrará mis días con un vuelo de sombras tal vez no habría llegado y que tal
vez, sólo tal vez, muchos de cuantos han muerto seguirían con vida.
Miro por la ventana mi último horizonte.
Enfrente, la mole del Olympo, alzándose
orgullosa bajo el cielo de Piería, cobija la Asamblea de los Dioses.
Son esos mismos dioses los que ahora me juzgan.
Allí estará mi hijo, un dios más
entre ellos. Esa ha sido mi obra: Aléxandros.
Por los bosques sagrados cabalgan
silenciosos los centauros; la lírica de un fauno desgrana un canto triste y una
ninfa solloza por un tiempo dorado, calcinado en las alas del
Fénix.
Al oeste, un oro
agonizante en llamas de unicornios ha convertido el mar en un espejo; y allá
lejos, en las islas, la
embestida del viento que hace hablar al Oráculo, las barcas en la orilla, las
madres de los héroes, los templos y los tiempos lejanos del deseo…
Y el mar, ¡siempre el mar!
Miro asombrada el mundo que, con
mis sesenta años, ha decidido apagar mi mirada. Soy una anciana, pero me siento
joven. No conseguirán borrarme de la historia, yo misma formo parte de la
gloria y de la inmortalidad. He sido hija, esposa y madre de dioses y, sin
embargo, ¡qué distinto pudo haber sido todo!
¡Cuán voluble y tornadiza es el
alma humana! La soberbia arrastra irremisiblemente hacia un pozo del que es
difícil escapar. Sólo una gran voluntad hubiera conseguido resistir la marea de
las emociones a las que me vi enfrentada y es difícil encontrar tamaña valentía
en una muchachita consentida y vanidosa, a la que el paso de los años y los
muchos vicios han logrado convertir en una mujer histriónica y desequilibrada.
Ya no queda en mí ni un sólo
rastro de inocencia, ni una pizca de orgullo con el que afrontar dignamente el final.
No soy más que una sombra derrotada, completamente hundida en la ciénaga de mis
propios errores. Yo soy como esa sombra: la larga sombra de una ninfa exangüe.
Desde mi aislamiento forzado en
la fortaleza de Pidna contemplo por última vez las cumbres del Olympo desde las
que Zeus, el verdadero padre de mi hijo, contempla con ojos inmisericordes mi
sufrimiento. Ningún dios se apiadará de mí; ni siquiera mi honorado Sabazio…,
ni la Madre Telus ,
que encarna permanentemente en las serpientes a las que tanto he amado.
Las horas de mi vida están
contadas, pero no siento temor ante la
Moira : la recibiré con honores, porque únicamente seré libre
cuando la vieja Átropos corte por fin el hilo que me mantiene viva.
Si hubiera escuchado lo que las
Voces trataban de advertirme habría conseguido llenar mis días con una
finalidad más allá de la vida y de la muerte; la finalidad de alcanzar la
totalidad en mí misma. Pero siempre he creído que todo aquello que escuchaba y
percibía no eran más que mórbidas alucinaciones inducidas por las drogas y el
desenfreno de los sentidos.
Hasta que…
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