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La Esencia de la Diosa vive en el corazón de cada mujer y en el de algunos hombres sensibles que saben serlo sin perder por ello su masculinidad. Espero de todo corazón que te guste el contenido de esta página y te animo a participar en ella activamente publicando tus comentarios o utilizando el botón "g+1" para recomendar las entradas que te gusten.

martes, 24 de diciembre de 2013

LLAMADME OLYMPIA

Llamadme Olympia es mi último libro. 
Está registrado y pendiente de edición, pero antes de éste tengo otros cuatro que deberían aparecer en el orden correcto. Los dos primeros han tenido que ser recuperados de la Editorial que los tenía contratados, por problemas que sería largo e inútil explicar aquí.
Debo agradecer a todos mis seguidores el interés que han puesto en ellos y por eso intentaré poner en este blog algunos fragmentos de éste y de los otros libros por publicar, complaciendo así algunas peticiones.
Y aquí está el primero:


Prólogo
Todo es viaje.
Todos somos viajeros transitando sin rumbo de una tiniebla a otra. Lánguidos peregrinos; nautas, con Caronte, de la orilla del sueño a una lejana orilla en el lago de los muertos.
Fuera hace frío. El crepúsculo acecha mientras hace sonar sus oscuras trompetas.
Anochece. Con un último esfuerzo escribo mis memorias; ni siquiera el verdugo acallará mi verbo. La noche, que se acerca, será mi última noche y sé que, cuando yo me haya ido, sobrevendrá un futuro no mejor que el pasado.
Durante años mi poder ha sido inmenso, pero un vacío que no conoce límites ni tiempos ha cimentado un nido de espinas en el desierto estéril de mi alma; un vacío mentido de excesos, ahogando entre suspiros de amantes los gritos desgarrados de mi propia soledad. Igual que el simún arrastra enfurecido las arenas y cambia de lugar las dunas del paisaje, así ha sido mi vida: un huracán sin cauce y sin sentido que lo arrastraba todo a su paso. Aunque, tal vez, los fustes que instigan huracanes son aquellos que el viento más fácilmente doblega en los naufragios.
No comprendí cual era el principio de mi verdadera naturaleza hasta que el tiempo me ha arrebatado la oportunidad de enfrentarme a ella. De todo lo vivido no me arrepiento, ni un paso para enmendar uno sólo de mis errores. ¿De qué serviría?
Pero lo que sí sé es que, si hubiera comprendido lo que realmente era importante para mí, este pájaro negro que borrará mis días con un vuelo de sombras tal vez no habría llegado y que tal vez, sólo tal vez, muchos de cuantos han muerto seguirían con vida.
Miro por la ventana mi último horizonte.
Enfrente, la mole del Olympo, alzándose orgullosa bajo el cielo de Piería, cobija la Asamblea de los Dioses. Son esos mismos dioses los que ahora me juzgan.
Allí estará mi hijo, un dios más entre ellos. Esa ha sido mi obra: Aléxandros.
Por los bosques sagrados cabalgan silenciosos los centauros; la lírica de un fauno desgrana un canto triste y una ninfa solloza por un tiempo dorado, calcinado en las alas del Fénix.
Al oeste, un oro agonizante en llamas de unicornios ha convertido el mar en un espejo; y allá lejos, en las islas, la embestida del viento que hace hablar al Oráculo, las barcas en la orilla, las madres de los héroes, los templos y los tiempos lejanos del deseo…
Y el mar, ¡siempre el mar!
Miro asombrada el mundo que, con mis sesenta años, ha decidido apagar mi mirada. Soy una anciana, pero me siento joven. No conseguirán borrarme de la historia, yo misma formo parte de la gloria y de la inmortalidad. He sido hija, esposa y madre de dioses y, sin embargo, ¡qué distinto pudo haber sido todo!
¡Cuán voluble y tornadiza es el alma humana! La soberbia arrastra irremisiblemente hacia un pozo del que es difícil escapar. Sólo una gran voluntad hubiera conseguido resistir la marea de las emociones a las que me vi enfrentada y es difícil encontrar tamaña valentía en una muchachita consentida y vanidosa, a la que el paso de los años y los muchos vicios han logrado convertir en una mujer histriónica y desequilibrada.
Ya no queda en mí ni un sólo rastro de inocencia, ni una pizca de orgullo con el que afrontar dignamente el final. No soy más que una sombra derrotada, completamente hundida en la ciénaga de mis propios errores. Yo soy como esa sombra: la larga sombra de una ninfa exangüe.
Desde mi aislamiento forzado en la fortaleza de Pidna contemplo por última vez las cumbres del Olympo desde las que Zeus, el verdadero padre de mi hijo, contempla con ojos inmisericordes mi sufrimiento. Ningún dios se apiadará de mí; ni siquiera mi honorado Sabazio…, ni la Madre Telus, que encarna permanentemente en las serpientes a las que tanto he amado.
Las horas de mi vida están contadas, pero no siento temor ante la Moira: la recibiré con honores, porque únicamente seré libre cuando la vieja Átropos corte por fin el hilo que me mantiene viva.
Si hubiera escuchado lo que las Voces trataban de advertirme habría conseguido llenar mis días con una finalidad más allá de la vida y de la muerte; la finalidad de alcanzar la totalidad en mí misma. Pero siempre he creído que todo aquello que escuchaba y percibía no eran más que mórbidas alucinaciones inducidas por las drogas y el desenfreno de los sentidos.

Hasta que…

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