PRÓLOGO
Te
amo.
A
pesar de los siglos, a pesar de la distancia, incluso a pesar de ti mismo, yo
te sigo amando. No consigo escapar a la mirada de tus ojos sorprendidos, a tu
sonrisa de niño. Y el tiempo sigue, inexorablemente, su marcha hacia el final…
¡sin ti!
Anochece.
Sentada frente a la ventana veo caer la lluvia de esta tarde de verano y el
juego de luz y sombras va invadiéndolo todo muy lentamente, sin prisas.
Momentos intermedios como éste resucitan recuerdos largamente olvidados,
añoranzas de un ayer y desesperanza del mañana. No puedo desistir, y sin
embargo…
La
lluvia que arrecia parece acompañar el dolor de mi alma. El pájaro que fui ha
dejado de cantar y la Rosa
se marchita día a día. Contemplo mi imagen reflejada en el cristal y se me
antoja extraña. ¿Quién es esa mujer dentro de la que vivo? Los años de la
tierra han pasado por ella; ha envejecido tanto, ha vivido y ha sufrido tanto…
y aún sigue siendo una extraña para mí. No me reconozco en ella: es tan solo un
cuerpo prestado, un vehículo que me aprisiona y me limita. Una mente terrenal
prestada, que sofoca mi Mente. Una cárcel.
Las
gotas de agua sobre el cristal producen en mí un efecto hipnótico. Las últimas
luces les confieren un extraño aspecto, como millones de estrellas en un cielo
azul.
Azul,
azul…. No sé cómo, me he visto atravesando esa inmensidad, oscura y brillante
al mismo tiempo. Estrellas, planetas, miles de mundos ignorados por el hombre
pasan por mi mente a una velocidad de vértigo, como si estuviera sumergiéndome
en una especie de embudo fantástico, interestelar.
Y
empiezo a recordar….
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