Vista desde lejos o
desde el aire y por su lado Sur, la
Montaña asemeja un gigantesco dragón dormido que espera ser
despertado de su sueño de siglos. Símbolo de los Poderes de la Tierra, el dragón protege el
dormitar de Gaia, la Madre,
Isis Athena que se expresa en la figura morena de la Madre Virginal que
se escondió de la maldad de los hombres en una cueva.
Durante siglos, las
sacerdotisas de la
Antigua Tradición, en número de doce, la veneraron ocultas, ellas
también, en alguna de las numerosas cuevas, cada una un útero sagrado de la Madre Tierra.
Con la llegada de la
primavera ellas salían de sus templos subterráneos para festejar el
renacimiento de la vida nueva que brotaba entre cada risco de la más sagrada de
todas las montañas. Cada equinoccio y cada solsticio, en cada una de las cuatro
grandes Fiestas, se reunían para honrar a la Gran Diosa, para
cuidarla y amarla desde lo más profundo de sus corazones. En unidad perfecta
todas ellas, en sublime conjunción con la Vida, con la Luz y con los ciclos de la Naturaleza.
Pero todo acabó allá
por el año 976, cuando Borrell, Conde de Barcelona, se percató de que habían
"señoras en la presente montaña de la Santa Gloriosa
Solitaria" y decidió que aquello no estaba nada bien. Entonces, en un
alarde de preocupación cristiana, Borrell ordenó apartarlas de los terribles
peligros de aquellas soledades, encerrándolas de por vida en el monasterio de
San Pedro de les Puelles, en la ciudad de Barcelona, donde seguramente murieron
de pena y de añoranza.
Las doce sacerdotisas
ermitañas fueron sustituidas por doce monjes de la Orden de San Benito
procedentes del monasterio de Ripoll que, muy varoniles ellos, no debían
temerle a la soledad ni a los "terroríficos" peligros de la Montaña Sagrada.
Ya no somos ermitañas;
vivimos en casas de hormigón, oficiamos entre asfalto. Pero seguimos siendo
Sacerdotisas de la Diosa.
En el alma de cada
mujer vive una chispa de su Esencia Divina. Ella se manifiesta a través de
nosotras y a través de algunos hombres sensibles que han sabido reconocer que
existe un lado femenino en su naturaleza y que la diferencia de sexos (¡bendita
sea!) no es más que un accidente cuando se contempla desde el corazón.
Por este motivo me pareció bien celebrar este último
Beltane con estas palabras que me trajo la causalidad:
"Nuestro canto es
una plegaria en el fulgor de la montaña, flor que gira en la cresta henchida de
destellos.
Mi lengua se desata ante el rumor de la memoria y mis
párpados se cierran frente a la oscura ala que me acecha. Este es mi pie
sangrando en el destierro. Esta es mi frente que inclino fatigada. Este es mi
corazón que abro en holocausto para ofrendarlo ante el altar derruido. Yo soy
el rostro que profana este recinto, el ojo amargo que contempla indiferente la
parábola y no comprende la Voz
que resuena en la Montaña.
Yo soy la Humanidad que corre
presurosa en medio del asfalto, la druidesa que oficia entre hormigón."
Lola Xaxo
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