Hace ya
muchos, muchísimos años, cuando el mundo aun no era mundo, sobre la inhóspita
superficie desierta de un planeta perdido en la Creación, en un sistema
solar todavía ignoto, vivía la
Reina de las Nieves.
Era el ser mas bello que jamás ojos humanos puedan lIegar a contemplar. Su espesa cabellera oscura enmarcaba un rostro
de facciones delicadas, de piel blanca coma la nieve. Sus labios de un rojo intenso solamente
dejaban escapar suspiros que resonaban como un viento polar en las estepas heladas y aquellos
inmensos ojos negros estaban siempre tristes.
Vivía en un
palacio maravilloso en el que todo estaba hecho de nieve. Sus
gruesos muros estaban formados por bloques helados. Del techo pendían espléndidas
arañas de hielo. Los cortinajes, las alfombras e incluso sus propios vestidos
estaban confeccionados en una delicadísima trama de estrellas de nieve. De
hielo eran las mesas, las sillas y su cama. El frío habla confeccionado para
ella verdaderas filigranas con las que adornarse, platos y copas para su uso,
espejos y hasta juguetes con los que aliviar sus largas horas de soledad.
Pero no
estaba completamente sola.
En las
entrañas del planeta, atrapado entre masas de mineral incandescente, prisionero
para siempre en un infierno de fuego y magma, vivía el Rey del Fuego. Era
robusto y viril, franco y osado. Su piel era de bronce, sus ojos Ilameantes.
Sus cabellos cobrizos ondeaban a cada movimiento de su cabeza como el fuego en
el hogar. A pesar de la fuerza que emanaba de ella, su mirada expresaba nobleza
y valor, pero también un dolor interno que no podía ni quería dominar. Algunas
veces, este dolor se hacía tan intenso, tan insoportable, que lIegaba a
dominarle por completo.
En esas
ocasiones dejaba en libertad toda su furia contenida, toda su rabia. El planeta
entero se conmocionaba. Su genio era terrible. Bufaba, se revolvía y rebullía
en las profundidades, provocando tremendas explosiones, que ocasionalmente
lIegaban hasta la superficie provocando cráteres por los que salían despedidos
trozos de mineral incandescente, fuego y lava que se solidificaba
instantáneamente al entrar en contacto con el helado mundo exterior. Otras
veces sus bufidos provocaban pequeños orificios que dejaban escapar fumarolas
de gases de alta presión, que terminaban por fundir los hielos formando
géiseres de una belleza incomparable.
En su otra
cárcel de cristal, Nieves sentía entonces temblar el suelo baja sus pies y sus
ojos se lIenaban de lagrimas que, al caer, se deslizaban par los parajes helados
formando glaciares eternos. La fuerza incontenible de su amor por él se
condensaba en el exterior formando auroras boreales que teñían los cielos de hermosos colores.
Tiempo
atrás, tanto, tantísimo que ambos hablan perdido ya la cuenta, Fuego y Nieves
hablan sido Uno sólo. Constituían la
Unidad perfecta, la pareja ideal.
Ambos eran
hermosos como dioses y tan perfectos que nada podían ambicionar ni envidiar.
Durante siglos hablan vivido el uno para el otro, complementándose mutuamente.
Cada uno de ellos vela la vida a través de los ojos del otro, tal era el amor
que se profesaban. De hecho, su amor era tan fuerte y profundo, que cada uno
vela en el otro la perfección de su Creador. Cada uno sentía en sus venas el
latir de la energía divina, porque ambos eran como un sólo ser.
La
compenetración que sentían los hacía iguales y esa igualdad no necesitaba ser
comprendida.
Y, en
cambio, existían diferencias en ellos. y esas diferencias les
lIenaban de confusión. Cada uno de ellos necesitaba comprender cuales de
sus diferencias eran mejores. Que o cual atributo seria mas bello o mejor.
- Sin
duda su figura es mucho mas armoniosa, su cabello mas suave, su piel mas
aterciopelada, su voz mas dulce. Nada puede igualar la precisión de .su
criterio, ni la certeza de su intuición. Es tierna, receptiva y tiene el don de
la comprensión. ¿No es en realidad su cuerpo lo mas perfecto que puede
hallarse?
- Él es mucho mas fuerte, su cuerpo mas
musculoso. Es rudo, pero valiente y audaz. Es cálido y protector. Sabe cómo y
cuando decidir, cómo mandar, cómo amar... ¿Podría yo encontrar algo mas
perfecto que él?
Poco a
poco, fueron volviéndose tímidos. Su amor no había cambiado, pero las
diferencias que apreciaban entre ellos, les hacia sentir de forma distinta. Un
día tras otro examinaban sus propios cuerpos y la comparación siempre les
dejaba insatisfechos. Cada uno creía que el otro era mejor. Así, cada uno
empezó a ser consciente de sus propias imperfecciones.
Y la
perfección con la que Dios les había creado se oculto tras la percepción de sus
pretendidas imperfecciones.
Pronto
hicieron lo mismo con sus valores morales y, al cabo de poco tiempo, empezaron
a analizar sus sentimientos y el amor que sentían el uno por el otro, hasta que
ninguno de los dos fue capaz ya de descubrir los rescoldos del amor que habían
sentido el uno por el otro.
Finalmente,
acabaron por separarse. Aquella hermosa unidad quedo rota y la obra de su
Creador comprometida.
-"Habéis
comprometido mi Obra, habéis pecado contra mi. Deberéis ahora pagar la pena que
habéis merecido con vuestro pecado. y ya que no deseáis la Unidad, os condeno a vivir
en el mismo mundo, pero sin poder veros. Viviréis eternamente, pero jamás
podréis uniros. Cada uno sabréis de las penas del otro, pero nunca podréis
consolaros".
Ella fue
condenada al destierro, a vivir sobre la superficie del planeta inhabitado,
entre hielos eternos; él fue encerrado en sus mismas entrañas, allí donde el
calor era mas intenso.
Y así
habían seguido, durante doce mil años.
Ambos
habían tenido tiempo de reflexionar. Entendieron que el uno no era nada sin el
otro y se sintieron decepcionados y desilusionados. El dolor de la separación
había debilitado sus cuerpos. Sus ojos habían dejado de brillar. Sus corazones
habían lIegado a olvidar lo que era el amor, porque su falta de ilusiones les
había sumido en la mas honda desesperación. El tiempo había ido borrando
aquellas diferencias que habían buscado uno en el otro, y ya ni siquiera
recordaban qué fue aquello que les impulso a encontrarlas. Finalmente habían
comprendido su error, aceptado su castigo y lIoraban amargamente su pecado.
Y Dios, por
fin, se apiadó de ellos.
Un día, la
furia incontenible del interior se desato con tanta fuerza, que provocó un
inmenso cráter por el que Fuego salió a la superficie. Nieves salió de su
prisión helada. Ambos se quedaron mirándose, incapaces de reaccionar.
Contemplaron sus cuerpos cansados y se miraron a los ojos. Y entonces, solo
entonces, comprendieron la verdad y supieron algo que jamás habían sabido. jNo
habían diferencias entre ellos! o, al menos, ya no las veían, porque ahora eran
capaces de ver por encima y mas allá de las imperfecciones del otro. Sus ojos
empezaron a brillar de nuevo. ¿O eran acaso lagrimas de felicidad? .
Su largo
cautiverio les había enseñado humildad y ahora ellos eran la perfección de su
amor.
Los cielos
se abrieron con misericordia, dejando brillar un sol que ilumino su
descubrimiento. Las nubes negras de su confusión se disiparon para siempre y
ellos volvieron a la juventud.
Avanzaron
el uno hacia el otro y se fundieron en un estrecho abrazo que devolvió el vigor
a sus cuerpos debilitados. Pero el abrazo duró apenas un instante: el calor
abrasador del amor de Fuego no hizo más que derretir la serena ternura del
cuerpo de Nieves, que se convirtió en agua entre los brazos de su amado. El, a
su vez, sintió como todo su ser se iba desintegrando al entrar en contacto con
aquel liquido precioso, fundiéndose con él a medida que su cuerpo se apagaba:
ambos, Fuego y Nieve, estaban transformándose en una nube de vapor que ascendía
vertiginosamente hacia el cielo.
Se habían
convertido, de nuevo, en un solo ser.
Ebrios de
felicidad, vagaron por el espacio disfrutando de la alegría inenarrable de su
perfecta unión. Dieron tumbos, volteretas de felicidad, se dejaron arrastrar
por las brisas y flotaron suavemente sobre las estepas desiertas. Finalmente,
se convirtieron en una fértil lIuvia fina que cayó sobre el planeta durante
muchos días con sus noches, hasta que las tres cuartas partes de la superficie
se Ilenaron de agua.
Y aquel ya no volvió a ser
nunca mas un planeta deshabitado: AlIí, en el seno de aquellas aguas surgidas
de su unión, floreció la vida.
De mi libro CUENTOS DE NIÑOS PARA MAYORES